Muertos sin gloria
columna: «la calle»
José Emilio Pacheco honra el premio Cervantes, tan decaído.
Qué alivio leer que según Javier Lozano Barragán, cardenal mexicano, presidente de asuntos sanitarios del Vaticano, los homosexuales no irán al paraíso.
La verdad es que me causa horror pensar en cualquier vida eterna, pero si es además en compañía de ese Dios monstruoso que manda diluvios y fuego para vengarse, pone trampas, ahoga a todos los perros y los caballos, ardillas y cuanto animal terrestre hay para castigar los pecados del género humano, en vez de fulminar a los malos sin ahogar a los inocentes, que para eso es todopoderoso, no, gracias. Y luego sufrir por toda la eternidad a cuantas mariconas del Sacro Colegio Cardenalicio visten de seda roja y encajes que la mismísima Tigresa dudaría en plantarse, topar con el horroroso Lozano Barragán que irá derechito al Cielo, con el Juan Pablo II y el Benedicto, mejor paso.
El cardenal Lozano Barragán lanza sus fulminaciones sin cuidarse de que, en el Vaticano, la Capilla Sixtina y las Estancias de Rafael fueron pintadas para gloria del arte por dos homosexuales, Miguel Ángel y Rafael Sanzio.
Pero la ignorancia del cardenal y su mala fe no le permiten barruntar que el concepto de homosexual no existía en tiempos de Pablo, es una palabra acuñada por un médico alemán hace apenas siglo y medio para un concepto nuevo que es el de la identidad homosexual, inexistente en tiempos de Pablo, que son los de Roma y el cogelón helenismo aplastado por los cristianos. Calla el cardenal que la epístola I de Pablo a los corintios niega la entrada al paraíso a prácticamente toda la humanidad. Ái les va:
"6.9 ¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, 10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes ni los estafadores, heredarán el reino de Dios."
Esa famosa epístola o carta de Pablo a los corintios fue escrita en griego, y donde los traductores ponen "afeminados", el creador del cristianismo intolerante escribió malakói, plural de malakós, que significa suave, blando. El cardenal es tan ignorante del griego como una partida de tecos de ultraderecha que alguna vez expusieron la misma tesis analfabeta en un programa de tv que tomaron por asalto. En ellos se entiende el anacronismo de emplear una palabra del siglo XIX para traducir otra del griego clásico; pero no era imaginable tan bochornoso resbalón en quien debió llevar clases de griego para ser cura.
En el mismo programa de tv había un jesuita entre los panelistas que calmó los ánimos con la siguiente advertencia a los enardecidos tecos: "Muchachos, mencionen un pecado, el peor que imaginen, y yo me encargo de justificarlo con alguna cita de la Biblia."
La preocupación del trastornado Pablo, y motivo de su carta, era una práctica de los hospitalarios corintios: Corinto está en el estrecho que une sur y norte de Grecia, era y es lugar de paso. En sus templos se ofrecía a los peregrinos agua para lavarse, alimentos, vino, dónde dormir y una muchacha o un muchacho para romper la abstinencia sexual del penitente. No tenían el concepto de identidad sexual, no había heterosexuales y homosexuales, sino sexualidad, a veces apetecían una joven, a veces un joven. Así de sencillo hasta que los cristianos y su aversión al cuerpo se impusieron para desgracia del mundo clásico y final de la ciencia y el arte antiguos.
Pero lea al confuso Pablo y descubra que no necesita tener relaciones homosexuales para que le cierre las puertas del Paraíso, basta con que usted miente madres, se emborrache o tenga relaciones sexuales con el sexo opuesto sin bendición.
Sigue enardecido el apóstol: "7.1 ... Bueno le sería al hombre no tocar mujer." ¿Qué tal? ¿Ya entendieron? ¿Y las aberraciones que dice contra las mujeres? "11.3 ... Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer..." ¿Así o más claro?: "7.29 ... resta pues que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen..." Si nada hay peor que un puto de clóset como Pablo de Tarso.
El asunto no es que el cardenal niegue la entrada a un Paraíso que no existe y donde reina un dios monstruoso, sino que elija únicamente a los homosexuales, y no a los borrachos, injustos y avaros. Lo cual indica la enorme preocupación que ese hombre siente ante la remotísima posibilidad de un seductor. Puede estar tranquilo: nadie le pedirá nada.
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