Pero, ¿había necesidad? Final
columna: «se descubrió que...»
Los que no han cruzado el desierto de no verse jamás representados en cine de amor, letras de canciones románticas, caricaturas infantiles (dijo en un bello poema Ernesto Bañuelos), anuncios de cerveza y de lociones, no tienen idea y yo no tengo el don descriptivo para transmitirles el gozo de vislumbrar un oasis: en mi adolescencia, el guiño apenas perceptible de amor en la intensa amistad de Sal Mineo por James Dean en Rebelde sin causa, el asombro de Teorema, descubrir los sonetos de Shakespeare, de Miguel Ángel, dedicados a hombres; releer a David, el joven que antes de ser rey de Israel hace 3 mil años y hacer de Jerusalén la capital de su reino, escribió un hermoso canto funerario a la muerte de su amor adolescente (pues David era, además, paidófilo): el príncipe Jonatán, hijo del rey Saúl, pide ir a una batalla contra los filisteos (nombre que derivó en palestinos durante la ocupación romana) y lo matan. David endecha (gran palabra): “Más dulce me fue tu amor que el amor de las mujeres”.
Es la gran deuda que deja Juan Gabriel.
En cambio, le debo la expresión de un sentimiento que en mí es constante: “Sólo yo te quise”. Por eso, a pesar de que no dudo en repetir que mi deuda con Juan Gabriel es impagable por Se me olvidó otra vez, también me quedó a deber mucho:
Me debe Así fue: cantada como la sintió y escribió. “Soy honesto con él y contigo, a él lo quiero y a ti te he olvidado”. Pero canta, forzando la melodía: “a ella la quiero y a ti te he olvidado” y por el número de sílabas resulta evidente que hay dos de más y la melodía entra forzada; no si dijera: “a él lo quiero”, porque “aelo” cabe en una nota, “a ella la” exige tres notas.
Juan Gabriel me quedó a deber la emoción que me dio el israelí Ivri Líder con The man I love de Gershwin, también judío y homosexual, y hasta un cubano de Florida chaparrito, cuyo nombre no encuentro, que canta en pants sin camisa, video casero, pectorales y abdominales marcados y llenos de vello: El hombre que yo amo sabe que lo amo, me toma en sus brazos y lo olvido todo...
Por eso Juan Gabriel no fue un icono gay: porque ni siquiera fue gay. Y si busco otro himno para el amor de mi vida tengo I’ve got you under my skin, de Col Porter, un homosexual abierto.
Detesto Querida, pero, siendo yo su fan de una canción, ignorante de sus conciertos, no conocí, hasta el día de su muerte, Errado. Y es buena: “¿Por qué me tengo que quedar sin vida? Todo está errado para mí. Te dan la vida y te la quitan”. Debe uno ignorar sus típicos tropezones: “¿Por qué acabar con mi persona? ¿Por qué me tengo que morir?” Casi pierdo en con mi persona la emoción, pero viene el chispazo acertado: “¿Quién es el que me hizo a mí tan mala broma?” Esa rima en asonante o-a con persona explica la mala elección. Repite el tema con una modulación armónica ascendente escasa en música popular y con voz que va adquiriendo brillo y volumen. Creo que no pasará a la lista de sus inolvidables, pero es una sorpresa.
Más interesante que su música es el efecto Juan Gabriel: López Obrador se apresuró a recordar en Twitter que él lo invitó a dar un concierto en el Zócalo. Centenares le recordamos que también se opuso a la ley que confirma la igualdad de todos los ciudadanos, el matrimonio y la adopción por parejas del mismo sexo. O la maternidad voluntaria. Es fariseo y apuesta al olvido.
En la Plaza Garibaldi se congregó una multitud llorosa, con veladoras y flores que cubrieron el monumento a un charro, quizá Juan Gabriel muy joven. En un video una señora gordita, de aire humilde, mostraba gruesos lagrimones sobre las mejillas. ¿Qué lloraba esa señora? No lo sé... Pero esa emoción cimbró al país y desbordó sus fronteras.
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