1968 De la Imaginación al Poder al Poder sin Imaginación

publicado en la revista «Nexos»
# 250, octubre de 1998

 

Luis González de Alba fue uno de los líderes más destacados del movimiento estudiantil mexicano de 1968. Testigo, desde el tercer piso del edificio Chihuahua, de la irrupción armada del Batallón Olimpia, estuvo preso en Lecumherri. donde escribió Los días y los años, un libro testimonial que ya es clásico. Más que regresar a 1968. este ensayo le exige cuentas a la generación que viene de ahí.

 

¿A dónde fueron a dar sus ideales? y, en consecuencia, ¿de qué son responsables?

El Festival Internacional de Biarritz, Francia, estuvo dedicado este año a los movimientos juveniles ocurridos en 1968. El 1 de octubre se dedicó a México. Fueron invitados a participar en la sesión de ese día Elena Poniatowska. como periodista; Enrique Krauze como autor del documental que abrirá la sesión en el Teatro Municipal de Biarritz. y el que esto escribe por su participación en la dirección de aquel movimiento estudiantil. Este es el texto que leí. Aunque pensado para una audiencia extranjera, he preferido no editarlo para el lector mexicano, ya que algunos aspectos, como el referente a los mayas, son ignorados por igual dentro y fuera de nuestro país. Hasta el tamaño de México, que podríamos obviar, será una sorpresa para no pocos (Luis González de Alba).

Explicar el movimiento estudiantil de México en 1968 es a la vez sencillo y difícil. Es sencillo porque los hechos lo son: un conflicto entre estudiantes que jugaban fútbol callejero produjo una represión feroz y desproporcionada. Los policías persiguieron a los jóvenes escandalosos hasta el interior de sus escuelas, donde golpearon a profesores y profesoras, así como a alumnos que tomaban clase. Nuestras primeras demandas fueron, en consecuencia, las mismas que se habrían presentado en Roma o en Tokio: castigo a los policías responsables, destitución de los jefes y pago de indemnización a las víctimas. Por tanto es difícil comprender la inaudita represión que tuvimos por respuesta y el alto número de muertos que hoy recordamos.

Con cualquier otro presidente de la República, anterior o posterior, el conflicto habría concluido con una breve negociación de esas dos o tres demandas elementales. Pero estábamos hacia finales del periodo de Gustavo Díaz Ordaz. cuyo personal autoritarismo se sumaba al tradicionalmente mostrado por el régimen.

La violenta respuesta del régimen a todas las demandas populares se debía a que. siendo producto de una revolución, la de 1910 a 1917, los diversos equipos de gobierno y el partido oficial, el PRI. Partido Revolucionario Institucional, estaban y siguen estando convencidos de representar al pueblo de México. Toda oposición la han identificado siempre, como en los desaparecidos países socialistas, con los sobrevivientes del ancien régime.

Nuestros revolucionarios, vueltos gobierno, tienen por divisa el lema de Fidel Castro: “con la revolución, todo; contra la revolución, nada”. Y como siempre ocurre, la revolución son ellos.

Pasaron los días y los ánimos se caldearon por ambas partes. Los estudiantes exigíamos respuesta. Pero el gobierno de Díaz Ordaz no permitía que le exigieran nada. A treinta años de distancia también debo admitir que los estudiantes elevamos la puntería: ya no planteábamos solamente aquellas dos demandas de fácil solución, ahora, añadíamos, también debía ser disuelto el cuerpo de policía que había cometido los atropellos. Los muy pocos que teníamos alguna militancia en grupos o partidos de izquierda creímos llegada la oportunidad de sacar de la cárcel a dirigentes sociales encarcelados años atrás: los dirigentes ferrocarrileros de la gran huelga de 1958: los médicos de las huelgas de 1965: los protoguerrilleros que habían puesto una bomba de humo en la embajada de Bolivia, país entonces gobernado por una junta militar, etcétera. Y claro, si habían sido encarcelados con base en un artículo del Código Penal mexicano, ese artículo debía eliminarse. Así conformamos los seis puntos de lo que llamamos el pliego petitorio. Su solución ya era mucho más compleja que el despido de algunos policías. El conflicto había sido acrecentado por ambas partes.

Este error en la negociación de un conflicto lo seguimos cometiendo los mexicanos una y otra vez. Como ejemplo reciente véase el constante escalamiento en las demandas de la guerrilla en Chiapas. Siempre hay algo más que se les había olvidado y que anteponen a la negociación previa. Así han roto, unilateralmente, las negociaciones una y otra vez. Parece, como dice el tango, que treinta años no es nada.

Para nuestro asombro, se unieron escuelas y facultades tradicionalmente enemigas de toda movilización. Los mismos que nos sacaban a pedradas unos meses antes cuando intentábamos hablarles de la guerra de Vietnam o de la Revolución Cubana, marchaban luego por las calles con nosotros. Se unieron las universidades de los estados: luego también las universidades privadas, caras, elitistas. Los jóvenes, ricos o pobres, de universidades estatales gratuitas o privadas, estábamos hartos de un gobierno cercano en muchos aspectos a los del socialismo real que se derrumbó hace nueve años: una vigilancia provinciana a cargo de censores de toda especie, una asfixia de toda novedad, un país parroquial que era como una cena con las tías ancianas en el pueblo.

El dos de octubre de 1968 citamos a un mitin en la plaza de Tlatelolco. En pocos días tendrían lugar los Juegos Olímpicos en la ciudad de México. El gobierno envió a un cuerpo especializado en prevención de terrorismo durante los Juegos, llamado por eso Batallón Olimpia, vestido en ropas civiles y encargado de aprehender a los dirigentes estudiantiles. El ejército regular rodeó la plaza para detener a los asistentes. Los disparos contra la multitud de estudiantes y simpatizantes los inició el Batallón Olimpia.

Dijeron después en sus declaraciones que habían disparado al aire para dispersar el mitin. El hecho fue que el ejército regular respondió al fuego.

En medio comenzaron a caer los primeros muertos. No hemos sabido cuántos. Durante los actos por los 25 años de aquellos hechos sangrientos se levantó una placa con poco más de treinta nombres.

Después; Dos caminos

Después de 1968, los militantes de aquel movimiento estudiantil tomamos dos caminos que no parecían contradictorios entonces, pero lo son y mucho: unos se propusieron derrocar al gobierno por la vía de las armas. En consecuencia, buscaron y obtuvieron entrenamiento guerrillero. Entre ellos se encontraban los que formaron las FLN. Fuerzas de Liberación Nacional, que en 1983 se instalarían en Chiapas con el nombre de Ejército Zapatista de Liberación Nacional. EZLN. y en 1994 dispararían las primeras balas contra un cuartel militar, el cuartel Moncada mexicano. Otros comenzamos el lento y en ocasiones aburrido trabajo de construir nuevos partidos, sindicatos, diarios, revistas, publicaciones, grupos políticos de todo tipo.

La corriente guerrillera derivada del 68 fue aplastada durante los años setenta. La línea de masas tampoco ha corrido con mucha suerte. De aquellas guerrillas sólo subsiste, en la actualidad, el conflicto más publicitado de México, el curioso levantamiento guerrillero de 1994 en Chiapas, con sus pocos días de combates y sus años de negociación. Allí vemos, en uno y otro bando, a participantes del 68. El EZLN y su Gran Timonel, Marcos, son polvos de aquellos lodos con una novedad que ha vuelto exitoso, al menos en los medios, al actual levantamiento, suerte que no tuvieron las guerrillas de los años setenta: su búsqueda de una cobertura india.

Aquí urge una aclaración indispensable: el conflicto indio en México no comenzó hace 500 años, con la conquista española, como se sostiene con ignorancia de la historia maya, sino hace poco más de mil años.

Gran paréntesis: Los mayas

Hacia el año 900 de nuestra era acabó la lenta agonía del gran imperio maya, que se extendía por parte de lo que hoy es Chiapas, y desapareció. Por entonces Europa entraba también en su Edad Media, que tomó ese nombre porque tuvo final feliz: el Renacimiento. Pero no hubo Renacimiento maya. Las selvas cubrieron templos y pirámides, transformándolos en poco tiempo en cerros donde no era perceptible la mano humana. Hubo otra notable diferencia entre el derrumbe maya y el romano: aun en plena Edad Media. Europa occidental se encontraba en contacto con el floreciente Imperio Bizantino, los restos helenizados de lo que había sido el Imperio Romano de Oriente. El obispo de Roma ganaba la primacía de la iglesia, peleada durante siglos a otros obispos, gracias a su transformación en rey con ejércitos y no sólo bulas de excomunión. La terrible geografía de lo que hoy es el sur de México impidió esa alimentación cultural, entre las nuevas culturas surgidas en la planicie y los dispersos jirones mayas.

El imperio maya desapareció, pero no toda su población. Muchos grupos humanos sobrevivieron en la selva; como sucedió con el latín clásico, el maya clásico dio origen a numerosos idiomas. Esos pueblos, como todos en cualquier parte del mundo, tuvieron guerras por aguas y por límites, por dioses y por mujeres. Seiscientos años después, los conquistadores españoles encontraron pueblos dispersos en los valles y montañas, con culturas distintas e idiomas incomprensibles entre sí. Algunos formando alianzas, otros en enemistad perpetua. Exactamente como el mundo mediterráneo.

Por entonces, los pobres del mundo no vivían de manera muy distinta. Para la multitud, la vida era horrible en Londres, en París o entre los indios de lo que hoy es Chiapas o la ciudad de México. Pero el Renacimiento italiano puso en Europa las bases de la ciencia moderna sobre las bases puestas por el mundo clásico. La ciencia dio tecnología. La revolución industrial surgió en Europa y no en el Amazonas ni en Chiapas ni en Australia. Así nacieron las comodidades modernas y así comenzó a abrirse la brecha entre los pueblos. Mientras la vida se transformaba en las grandes ciudades durante todo el siglo XIX y los inicios del XX, otras culturas continuaron siendo idénticas a sí mismas. Entre ellas las culturas indígenas de México y en general de toda América.

El “abandono”

Los pueblos que hoy llamamos primitivos, no se sintieron abandonados ni tuvieron ningún conflicto mientras no conocieron la cultura occidental, la que hoy domina todas las grandes ciudades del mundo. El rey de la tribu amazónica era rico porque tenía la choza más grande y la pila más alta de raíz de mandioca. Supo que iba desnudo y que era inmensamente pobre cuando los indigenistas lo llevaron a un congreso a Río de Janeiro y lo hospedaron en un hotel cinco estrellas de Copacabana. Entonces quiso tener todo eso: el agua que salía de una llave, la luz que se encendía con un botón, la televisión, el cine. Pero no se puede tener el modo de vida occidental sin perder la identidad indígena. Como tampoco se puede producir electricidad con una hermosa danza a los espíritus de la luz. Se inició así el conflicto entre dos concepciones del mundo. El indio se vio perdido desde el momento en que deseó las manufacturas producidas por otra cultura y no supo producirlas él mismo a partir de sus propios valores y medios.

Nace el indigenismo

Si un héroe de México con la talla de Gómez Farías. padre de la generación que hizo nuestra Reforma, deseaba un México en donde sólo hubiera mexicanos, y no indios, blancos y mestizos, la corriente conservacionista creó el indigenismo. Pretende que los indios no pierdan sus valores y al mismo tiempo tengan hospitales y electricidad. Es posible, siempre y cuando estos bienes sean proporcionados de manera externa a la cultura india. Así nació la idea de que a los indios les debemos dar proporcionar, regalar, todo aquello de que carecen y que “han estado esperando”.

Los indigenistas, todos ellos altos, blancos y barbados, decretaron que era urgente evitar la desaparición de las culturas regionales. Pero los indios quieren agua entubada, carreteras, escuelas y hospitales. No han leído a Foucault para que les explique cómo éstos son mecanismos de opresión. Incapaces de darse por sí mismos estos bienes de una cultura ajena, porque su propia cultura no descubrió cómo producir electricidad. comenzaron a emigrar hacia las grandes ciudades, donde hay lo que desean. Van a la ciudad porque se vive mejor en los barrios más pobres que en el poblado de la montaña o de la selva. Los indios de México aprendieron español para servir en las casas, en las fábricas y en los campos. Algunos se integraron a la población mestiza y blanca, de éstos unos son ricos, otros son pobres, uno fue presidente de la República. Otros han sido gobernadores, diputados. Esta migración se repite a escala nacional cuando vemos al joven blanco de Jalisco abandonar su pueblo miserable para acomodarse en un barrio pobre de Los Angeles, California. Con todo y todo, se vive mejor en el barrio mexicano de Los Angeles, que en el rancho triste de México.

Los protestantes

Así pues, los conflictos entre diversas etnias indígenas han tenido lugar a lo largo de estos mil años, desde la caída del imperio maya que los dividió en pueblos diversos. Pero a mediados de este siglo se añadió otro conflicto. Los indios practican un catolicismo lleno de resabios paganos que la Iglesia católica, una oportunista feroz en todo el mundo, ha sabido permitir para no perder clientela. Pero desde los años cincuenta, diversas iglesias protestantes comenzaron a trabajar en Chiapas. Por supuesto la Iglesia católica las ha acusado constantemente de dividir a los indios. Hasta la izquierda, atea, pero nacida católica, ha levantado la misma acusación. A los muertos por tierras y aguas se añadieron los mártires del protestantismo. Muchos indios protestantes han sido asesinados por los indios católicos con el silencio de la diócesis de San Cristóbal.

Luego los indios protestantes fueron echados de sus pueblos. La medida tuvo apariencia legal según los “usos y costumbres” de la comunidad, usos y costumbres hoy tan defendidos por los secuaces universitarios de la guerrilla neozapatista. Estos usos y costumbres indios establecen que todos los miembros de una comunidad deben participar. con dinero, con bienes y con trabajo, en organizar las festividades religiosas. A estas comunidades no ha llegado la separación entre la religión y el estado, decretada a mediados del siglo pasado por el presidente Benito Juárez. Como los protestantes se niegan a cooperar con las fiestas religiosas católicas, las autoridades indias tienen derecho, según los usos y costumbres indios, a arrojarlos del pueblo y expropiar sus posesiones.

Añadamos la explotación servil a que reducen los grandes terratenientes a los indios, la injusticia flagrante con que son tratados en todas las instancias públicas, desde oficinas de gobierno hasta tribunales. y tendremos así el complejo y milenario tejido social en donde se instalaron las Fuerzas de Liberación Nacional, organización guerrillera con base en el norte del país, que fundó como su brazo armado más sureño al Ejército Zapatista. el EZLN hoy dirigido por Marcos otro norteño.

El tamaño de México

Para darles una idea del lugar que ocupa la guerrilla en México, haré algunas comparaciones. Supongamos que colocamos a México sobre Europa. Pongamos a la capital del país, la ciudad de México, sobre la capital más sureña de Europa, sobre Atenas. Hecho esto, nuestra ciudad más norteña. Tijuana quedaría en Suecia sobre Estocolmo. y el estado de Chiapas quedaría sobre Egipto. El territorio de Chiapas constituye el 3.8 por ciento del país. La zona donde han ocurrido levantamientos guerrilleros es menos de una sexta parte del estado, y en tales zonas no toda la población india apoya a los zapatistas razón por la que los indios no zapatistas han debido huir o han sido abiertamente lanzados fuera de sus comunidades. Más de 30.000 indios no zapatistas han tenido que huir. Es que todavía no ha habido guerrilla en el mundo que no sea la sustitución de una tiranía por otra. El más triste ejemplo es Cuba.

Pero la guerrilla de Chiapas. en quien se miran representadas todas las viudas del Che Guevara, es una guerrilla muy chistosa: acusó en julio pasado al Ejército Mexicano de matar mexicanos, exactamente lo que ellos hacen, pues mexicanos fueron, y además pobres e indios, los soldados y policías que cayeron en los primeros combates con los que la guerrilla iba a tomar el poder en la ciudad de México, a 1.200 kilómetros, la distancia entre Biarritz junto a la frontera española, y Estrasburgo, en la frontera alemana. Parecen olvidar nuestros guerrilleros que comenzaron su levantamiento con una declaración de guerra y ahora exigen que no les disparen, que los aviones del Ejército no realicen vuelos de reconocimiento. No hubo ni una sola demanda proindia en el comunicado por el que declararon la guerra al gobierno mexicano. Pero un oportunismo rampante y la alianza con la izquierda universitaria las fue añadiendo. Nuestra vieja costumbre mexicana de escalar conflictos. Hoy las demandas proindias son ya las únicas. No han vuelto a hablar de avanzar sobre la ciudad de México ni de derrocar al gobierno.

Que nadie es más autoritario e injusto que una guerrilla triunfante, lo sabíamos hace mucho. Pero pensábamos que el alto precio en guillotina y juicios sumarios era indispensable para abrir la puerta del futuro. Ahora sabemos que la puerta da al abismo de las granjas correccionales cubanas, los juicios de Moscú y todos los gulags, las siberias y muros de Berlín. Y no es así por error de los hombres, error que podría ser evitado por mejores líderes, sino porque todos los salvadores de la Patria siguen el lema expresado mejor que nadie por Fidel Castro, lo repito: “Con la revolución todo, contra la revolución nada”. Y claro está, ellos son la revolución. Una vuelta de tuerca que cierra el círculo de la opresión. Con una agravante y es que si antes debía uno doblegarse ante un tirano, quedaba al menos el resquicio de la resistencia. Pero ante el Padre de la Patria debe uno doblegarse con gozo y cánticos en la Plaza de la Revolución. De ahí que tras pagar el precio del Terror y salvarse de la guillotina que no respetó ni a Robespierre. todavía deba uno formarse con la plebe para aplaudir el desfile por la coronación de Napoleón.

El rebazón por la izquierda

Entre lo más extraño que nos ha ocurrido a algunos sesentayocheror mexicanos en estos años transcurridos es que nos rebasó por la izquierda la antigua derecha travestida en neoizquierda. Buena parte del PRI. el partido oficial que combatimos entonces, es ahora el partido de izquierda, el Partido de la Revolución Democrática, que en cuanto tuvo poder al ganar las elecciones de la ciudad de México, le dio empleo a un antiguo miembro de aquel Batallón Olimpia que inició los disparos el 2 de octubre y a una docena de expolicías cuya corrupción ni el partido oficial había logrado disimular. La amante del presidente Díaz Ordaz, el que se responsabilizó del crimen cometido el 2 de octubre, la cantante de canciones rancheras Irma Serrano, es ahora senadora de la República, no por el partido oficial, el PRI, sino por el partido de la izquierda, el PRD. La senadora Serrano declaró a la revista Siempre! que admiraba a Adolfo Hitler, excepto por un detalle, y era éste que había dejado vivos a demasiados judíos. La senadora por el PRD, el partido más cercano a la guerrilla de Marcos, se presenta a las sesiones de la Cámara de Senadores con una suástica nazi de joyas colgada al cuello. Así se ha presentado también en televisión. Nadie en México ha levantado su voz. Ni siquiera los judíos. En el México que vivimos, donde todos los gatos son pardos, se puede pues ser admiradora del subcomandante Marcos y de la guerrilla neozapatista, el EZLN; miembro, como la senadora Serrano, del partido de la izquierda, el PRD un partido que dice rechazar la vía de las armas como método para llegar a la presidencia, y públicamente declarar su admiración por Hitler. No hay contradicción.

La otra vía

Si muchos jóvenes vieron en el crimen del 2 de octubre la prueba de que en México la vía democrática estaba cerrada, otros pensamos distinto ante el ejemplo terrible de otras guerrillas, como la guatemalteca, donde la limpieza ideológica había llevado a la muerte de un cantarada por otro.

Quienes al salir de la cárcel, en 1971, tuvimos la tentación de renunciar a la vía democrática y decretar que ya no había más camino que el de las balas, comenzamos un día a encontrar en la guerrilla salvadora una excesiva similitud con la mitología cristiana, similitud que otros se han encargado de alabar: primero, un hombre iluminado, como surgido de la nada, ya sea del desierto judío o de la selva chiapaneca; luego un grupo de seguidores, aquellos que han recibido la gracia; por último, un culto de la sangre derramada en cristianos y guerrilleros. Pero yo no soy cristiano, ni creo en la redención porque no creo en la gravedad de los pecados humanos. Creo que somos esencialmente buenos, no por Cristo ni por Rousseau ni menos por Lenin. sino porque la vida, esa enfermedad de la materia, como la llamó Thomas Mann, fue ajena a la ética hasta que los humanos inventamos la misericordia. comenzamos a apiadarnos por las focas, a bailar y a cantar. Somos la primera especie buena en la historia de la evolución, a pesar de Tlatelolco, a pesar de Auschwitz. a pesar del silencio de los mexicanos pensantes ante la declarada admiración por Hitler en el seno del partido de izquierda, que también admira a Marcos, el guerrillero de nuestro fin de siglo. A pesar de nuestras enormes contradicciones y de que a veces damos un paso adelante y dos atrás (Lenin dixit), somos en 3.000 millones de años la primera especie buena.

En cambio, la naturaleza, a la que pertenecemos y de la que huimos. no es buena, tampoco es mala a pesar de la cebra devorada viva por el león y sus adorables cachorros. La naturaleza es simplemente impasible. A esto llaman los torturados pueblos escandinavos “el silencio de Dios”.

La guerra contra Occidente

Por algún motivo, los hijos de Occidente están furiosos contra sus padres. El rechazo a la ciencia, las estrafalarias ideas que prosperan un día sí y otro también, están complementadas por la admiración acrítica por otras culturas. Todo lo indio está rodeado de un aura legitimadora: un jabón produce milagrosa recuperación del pelo porque es producto de una receta “secreta” de los aztecas, otro jabón adelgaza, una planta del Amazonas cura el cáncer, el sida y otras veinte enfermedades porque se funda en el conocimiento indio. ¿Para qué quieren entonces los indios nuestros horrendos hospitales?

Pero los anuncios de estos maravillosos productos nos llegan por televisión, con toda la alta tecnología producto de la ciencia moderna. Por telefonía celular se leen horóscopos, a través de satélites nos llega la señal donde nos aseguran que la ciencia es un mito.

¿Por qué hemos llegado a tales extremos de rechazo a la razón? Toda autoridad es sospechosa en esta enfermedad mundial del fin del siglo y del milenio. Y la ciencia y sus instituciones son autoridades, luego nos engañan. ¿Será esta obcecación producto de la educación que hemos dado a las dos últimas generaciones? ¿Qué hicimos para enfermarlas así?

Elaboro una frase escuchada apenas ayer a Raúl Alvarez Garín, uno de los líderes más influyentes del Movimiento del 68: la generación de los sesentaiocheros está ahora en todas partes y no se observa sino un gran deterioro social, un deterioro en los valores. Si no lo cito correctamente me disculpo con él y hago la frase totalmente mía. Así es: la “generación de la esperanza” no tuvo entonces el poder, pero lo tiene ahora. Desde Clinton, que estuvo contra la guerra de Vietnam y acepta que probó mota alguna vez, aunque no le dio el golpe, hasta Zedillo que estudiaba vocacional. Los jóvenes en 68 no sólo tienen el poder político: otros estamos en los medios, en la producción, en la economía. Y si en cocina la prueba del suflé es comerlo, la prueba de nuestras ideas es el mundo actual. Al parecer no hemos pasado la prueba. Quien lo dude lea las serviles demostraciones de lambisconería gobiernista hacia el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas y la dirección de su partido, el PRD.

Que ahora algunos nos estemos planteando esta crisis de valores sonará a muchos anticuado y risible. Pero hay valores. Sin duda los hay y son platónicos, eternos, inamovibles, sin distingo de culturas, religiones o épocas, diga lo que diga esa antropología relativista para la que un sistema de valores o los contrarios son igualmente válidos, dicen. Hipótesis: en ese punto está el conflicto que en México va de la policía convertida en hampa a la quiebra educativa de hoy y a la impresionante ausencia mundial de grandes figuras en el pensamiento político de cualquier color: si la izquierda es un desierto pragmático, la derecha ha quedado reducida a una letanía de prejuicios.

La oratoria del 68, abaratada, ha sido indispensable en el deterioro social de los últimos treinta años. Si el relativismo cultural predica que no hay culturas con valores malvados, si la condena de la antropofagia es signo de un caduco eurocentrismo e ignorancia de hombre blanco, ¿no serán también nuestros delincuentes personas que sólo poseen otros valores?

La prisión, el hospital y la escuela eran aparatos de dominación de una clase sobre las demás, sermoneamos a quien quiso oírnos. La osmosis social se encargó de llevar esta buena nueva a quienes ni saben de nosotros ni han leído a Foucault. Y así, nuestra comprensión para con todos colaboró con aquello que combatíamos: creció el hampa, el cinismo, se corrompieron los nuevos sindicatos: la realpolitik abanderó a partidos sin valores, verdaderas bolsas de trabajo clientelares, como nuestro fruto último, el PRD.

¿La imaginación al poder?

Un joven típico de los floridos años sesenta, William Clinton, que asistió a mítines contra la guerra de Vietnam y fumó mariguana, es hoy presidente de Estados Unidos y encabeza la torpe guerra contra la droga. guerra que ha construido el poderío del narcotráfico, y bombardea centros terroristas fuera del territorio estadunidense con justificaciones similares a las esgrimidas al inicio de la guerra de Vietnam. Ernesto Zedillo, un joven alumno de las escuelas más combativas en 1968, es presidente de México y no ha logrado, tampoco, resolver un conflicto, el de Chiapas, que, como en 68. comenzó focalizado y mínimo, y que de nuevo como en 68, se le ha venido soltando hasta volverse incontrolable; la izquierda, ahora en el poder en la ciudad de México, es tan acrítica y sumisa con el gobierno del PRD como los priistas lo fueron con el PRI; la nueva prensa que los sesentaiocheros ayudamos a crear, fue feroz con el poder mientras los amigos no se hicieron del poder. Hoy. con el cambio de signo en el gobierno de la ciudad de México, es más abyecta ante el poder de lo que nunca lo fue la prensa abyecta de antes. La guerrilla, una vieja receta de la vieja izquierda, receta comprobadamente fallida en el mundo entero, donde su triunfo no ha traído sino una nueva tiranía, es de nuevo la causa del mayor entusiasmo con la figura de Marcos, un guerrillero marxista del más tradicional tipo.

Y somos los que recetamos al mundo: “la imaginación al poder”. Nuestra generación, ahora en el poder, lo que menos ha mostrado es imaginación. Nuestra generación, tan de flores en el pelo y mota en los pulmones, pudo terminar con la ridicula guerra contra las drogas, emprendida por nuestros padres: pero sólo acertamos a vigorizarla y así conseguimos que los altos precios, producto de la prohibición, erigieran imperios ante los cuales ya no hay policía ni ejército inmune. No imaginaron los políticos de nuestra generación que acabarían creando un poder mundial, devorador de honradeces y de dignidades.

Probamos mil veces que la escuela era un mecanismo de opresión del Estado como representante de una clase. Predicamos este evangelio del pensamiento francés e italiano. Y hoy nos alarmamos ante el desastre educativo.

Dijimos a todo mundo que el trabajo era explotación e hicimos de cualquier figura de autoridad un enemigo a vencer. Así la ciencia cayó bajo sospecha. Todo trabajo de volvió ingrato y, sobre todo, indigno. Como en el refrán: tuvimos padre comerciante, fuimos caballeros y son nuestros hijos limosneros. O al menos limpian parabrisas a los coches en las esquinas.

 

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