El infierno es el otro... sin oxitocina
# 431, noviembre de 2013
La oxitocina es uno de los neurotransmisores implicados en cruzar la señal nerviosa del botón terminal de una neurona al receptor de otra. Es conocida como la neurona del amor porque promueve el lazo madre-infante y el más inexplicable del amor romántico entre adultos. Pequeños mamíferos, conocidos por su unión de por vida y a lo largo de muchas temporadas de celo, abandonan a su pareja cuando reciben inhibidores de la oxitocina.
Este neurotransmisor tiene otro efecto social: nos vuelve tolerantes hacia los demás, incrementa la evaluación positiva de los diferentes y soporta las respuestas empáticas. Una investigación conducida por Valentina Colonello de la Neuropsychoanalysis Foundation y Markus Heinrichs de la Universidad de Freiburg, Alemania, “encontró que la oxitocina puede agudizar la diferenciación entre nosotros y los demás: función que se ha demostrado crucial en los lazos sociales, las interacciones sociales exitosas y en la tolerancia hacia los demás”. Fue publicada en línea por Psychoneuroendocrinology el pasado mes de octubre.
“Los lazos sociales, el apoyo mutuo, la preferencia por la pareja sexual y el cuidado de padres a hijos, que están mediados por el sistema oxitocinérgico, dependen de la habilidad personal para apreciar que uno mismo y los demás somos a la vez diferentes y valiosos”, señala Colonello en abierta contradicción al sartreano “El infierno es el otro”, del drama A puerta cerrada.
A los participantes del estudio se les mostró la imagen de un rostro desconocido que con gradaciones sucesivas se iba convirtiendo en el propio y, a la inversa, el propio se transformaba en uno ajeno. Se les pidió que apretaran un botón en cuanto sintieran que había más rasgos del segundo rostro que del primero. A una parte se le administró oxitocina antes de esa tarea y a otros un placebo. Los que recibieron oxitocina fueron notablemente más rápidos en identificar el nuevo rostro, tanto si era el propio o el de un extraño. Otro aspecto fue que sin oxitocina (con placebo) mostraron mayor tendencia a calificar el propio rostro como más placentero de mirar que el de un extraño. En cambio, los tratados con oxitocina previa calificaron el rostro propio y el ajeno como igualmente agradables de ver.
La capacidad para diferenciar el yo del no-yo es un concepto central de la teoría psicoanalítica y uno de los marcadores del desarrollo del cerebro en el niño. Esa distinción es también esencial en la salud mental. La psicosis confunde el mundo interno y el externo, los deseos y los hechos. En la esquizofrenia se observan “tanto un déficit en las relaciones sociales como un desajuste en los procesos de auto-reconocimiento”.
Contacto visual
Es común que nos disguste una persona que nos habla sin hacer contacto visual, esto es, sin vernos a los ojos. Es propio de quien miente o algo se guarda. Por eso los entrenamientos para vendedores insisten en ver a los ojos a la futura víctima.
Investigación reciente muestra que no siempre el contacto visual es efectivo para convencer y puede en realidad hacer que la gente se resista más a la persuasión. Sobre todo cuando, ya de inicio, no están de acuerdo en lo que escuchan. “Nuestros hallazgos muestran que el contacto visual directo hace escépticos a quienes escuchan y es menos probable que cambien de opinión”, dice Frances Chen de la Universidad de British Columbia, quien condujo la investigación en la Universidad de Freiburg, Alemania.
Chen y sus colegas emplearon un método al que hemos sido sometidos quienes padecemos vértigo: un rastreo de la mirada desde un monitor. Publicaron sus resultados en Psychological Science.
Contra lo esperado, a mayor contacto con los ojos del expositor, menos convencidos quedaban los oyentes. En cambio, el mayor contacto visual se daba entre los participantes que ya estaban de acuerdo con el expositor en el tema.
Una observación de expositor frecuente y líder estudiantil: he observado que los convencidos mueven la cabeza en sentido afirmativo al escuchar lo que desean, y la mueven más si esperaban una respuesta contraria. Quien ya ha mostrado su desacuerdo con un expositor y luego escucha la respuesta de otro expositor que podría ser tan o más negativa que la primera y, por el contrario, matiza al primer expositor, el que estuvo en desacuerdo, sigue con mayor atención los matices y mueve más la cabeza en sentido afirmativo.
En otro experimento, el equipo descubrió que para convencer resulta más eficaz pedir que los escuchas miren los labios del expositor y no los ojos.
El contacto visual, según los autores, puede enviar muy diversos mensajes. Mientras en algunos casos puede ser signo de conexión o confianza en situaciones amistosas, juega un papel importante en los encuentros competitivos y hostiles de primates y otros mamíferos.
Alguna vez en un programa sobre gorilas en tv, el investigador mencionaba lo importante que era, para su acercamiento a los machos, el no hacer contacto visual con ellos. El equivalente humano es el cantinero: “¿Qué me ves? ¿Soy o me parezco?”, previo a que se rompan botellas y vuelen golpes.
Aves canoras pierden su sintaxis
“Un pinzón de la Europa continental siempre suena como un pinzón de la Europa continental”, dice el biólogo Robert Lachlan luego de estudiar durante 15 años la estructura del canto de estas aves: las notas y su secuencia. Pero en la Gran Canaria, de las islas Canarias, España, es más difícil para un humano reconocerlo.
Lachlan grabó el canto de 723 machos (no por discriminación de género: las hembras no cantan) de 12 poblaciones distintas, desde el continente hasta las Canarias y las Azores. Luego los comparó por computadora. “Subunidades de canciones, que llama sílabas, difirieron poco entre poblaciones, pero la secuencia de las sílabas, la sintaxis, fue menos predecible conforme las aves se alejaban en la cadena de colonización”. El trabajo aparece en Current Biology del 7 de octubre.
La estructura sintáctica del canto se fue perdiendo, paso a paso, conforme la especie se dispersó por islas más alejadas. Y al final de una cadena de islas “la sintaxis no sólo había cambiado, sino desaparecido”, dice Lachlan. “No es que cambien las reglas, sino que las pierden”.
Hay mucha investigación que demuestra cómo el canto lo aprenden los jóvenes de los adultos. Es transmisión cultural. Las hembras eligen a los machos de su propia especie por el canto. Pero no es todo. De ser así, en poblaciones menores, con menos competencia entre diversas aves canoras, el cambio sintáctico debería ser menor y no al contrario.
Una de las explicaciones plausibles para la pérdida de sintaxis es la llamada “trampa cultural”, dice Lachlan. “En poblaciones pequeñas, como las de las islas poco después de sus colonización por pinzones, una interacción evolutiva entre cultura y genética favorece las aves que reconocen y aprenden un rango más amplio de canciones, en este caso, un rango más amplio de patrones sintácticos”.
También puede haber una pérdida del aprendizaje. Poblaciones muy pequeñas en la nueva isla colonizada tienen menos tutores adultos para sus jóvenes. Y estos jóvenes, como alumnos de la CNTE, se ven obligados a improvisar el canto a falta de maestros. Así la tasa de cambio es mucho mayor. Alumnos del último semestre de Psicología llegaron a decirme que el primer presidente de México había sido Maximiliano o Porfirio Díaz o Benito Juárez los menos mal: la sintaxis histórica está por completo ausente.
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