Monitoreo personal para 2015
# 430, octubre de 2013
Tengo dos plantas, altas y bajo un alero, que quizá por ese motivo les gustan a los colibrís para hacer su nido (nunca digo colibríes). Son una maravilla de ingeniería que, como detalle final, recubren de un algodoncito ligero: no tengo idea de cómo lo obtienen. Pero ocurre algo que no harían nunca unos humanos: junto al nido vacío y en perfecto estado, una nueva pareja hace otro, o la misma pareja, no lo sé. Pero se atarean en ir y venir con briznas de paja y las entretejen, pegan, afianzan a varias ramas.
Los etólogos son expertos en maldades, como la de modificar un alto nido de termitas africanas en construcción y ver cómo la comunidad sigue amasando bolitas de lodo como si nada hubiera ocurrido y los cambios no hicieran perder sentido a los nuevos elementos. Es como si fueran robots en una armadora de autos: si en vez de una lámina se les pone a Dolores Padierna realizan las mismas operaciones. No tienen visión de conjunto ni de la finalidad en cada uno de los pasos.
“Algo que coloca a los humanos aparte de otros animales es nuestra habilidad para adaptarnos, inteligente y rápidamente, a una amplia variedad de cambios, empleando habilidades aprendidas en contextos muy diferentes para informar y guiar cualquier nueva tarea”, sostienen investigadores de la Universidad Washington en Saint Louis. Nota de Gerry Everding presenta evidencia, encontrada por el equipo que dirige Michael Cole, de que las partes de nuestro cerebro más modificadas si las comparamos con nuestros más cercanos parientes, los chimpancés, poseen como núcleo una bien conectada red basada en la corteza lateral prefrontal y la parietal posterior. Esta red contiene ejes flexibles que coordinan las respuestas cerebrales ante nuevo retos cognitivos.
“Estos ejes flexibles son regiones cerebrales que coordinan actividad por todo el cerebro para realizar tareas”, dice Cole en el estudio publicado por Nature Neuroscience. De forma semejante a los motores que cambian rutas en el tráfico de internet, los ejes flexibles redirigen la circulación en las redes cerebrales para comunicar tareas disponibles y así resolver tareas nunca antes ejecutadas. Vemos en una casa vieja a buen precio y zona atractiva, la que hubiéramos deseado si tiramos una pared y construimos un par de habitaciones. Comparamos con el terreno en Brisas del Bosque donde podemos construir la casa deseada, pero debemos salir en auto si olvidamos llevar leche.
El estudio ofrece evidencia de que, al procesar nuevas tareas en la red fronto-parietal, los ejes flexibles rastrean por todo el cerebro para hacer múltiples cambios de conexiones.
Que hablen de mí, aunque sea mal
Lo dijo, creo, María Félix. Un estudio de la Universidad de Indiana encontró que el porcentaje de votos para candidatos republicanos y demócratas en las elecciones de 2010 y 2012 puede predecirse por el porcentaje de tuits que mencionan a los candidatos, sin importar que fueran referencias positivas o negativas.
Encontramos que “toda publicidad es buena publicidad”, dice Fabio Rojas. Él y sus colegas del Departamento de Sociología analizaron una muestra de 537 millones de tuits. El estudio, conducido por Joseph DiGrazia presentó en septiembre su hallazgo al congreso anual 108 de la American Sociological Association.
Con una computadora y correcta planeación, “cualquiera podría monitorear las elecciones en 2014”, dice Karissa McKelvey, estudiante de doctorado y una de las firmas del estudio “More Tweets, More Votes: Social Media as a Quantitative Indicator of Political Behavior”.
Aviso para el 2015 mexicano: comience a monitorear tuits. Procure que no sean sólo de sus amigos: nuestros grupos piensan igual. Por eso hay tanto convencido de que “todo mundo” votó por su candidato y si pierde es prueba de fraude. Haga un bonito diseño aleatorio. Alea jacta est.
Más simpatía por perros que por humanos
En el mismo congreso anual, el 108 de la American Sociological Association, un equipo presentó resultados de una investigación según la cual los humanos sentimos mayor empatía hacia perros golpeados que hacia humanos adultos golpeados de igual forma. “Al parecer, los humanos adultos se perciben como más capaces de protegerse a sí mismos, mientras que los perros adultos se ven sólo como cachorros grandes”, de ahí que la diferencia entre empatía por cachorros o perros de seis años no fue estadísticamente significativa. Es más interesante aún que el grado de empatía no tuvo tampoco significación estadística entre niños y cachorros. La edad es importante entre humanos, pero no entre perros al momento de identificarse con una víctima. La especie sí cuenta.
El estudio se hizo entre 240 estudiantes de una de las universidades grandes del noreste de Estados Unidos, hombres y mujeres entre los 18 y los 25 años. Se les dieron cuatro notas de prensa ficticias según las cuales había sido golpeado un niño de un año, un hombre en sus treinta, un cachorro de perro o un perro de seis años. “Las historias eran idénticas, excepto por la víctima”. Luego de leer la supuesta noticia de algún diario, se medían los sentimientos de empatía hacia la víctima, explican los coautores Jack Levin y Arnold Arluke. Tendemos a pensar que nos disgustará más el sufrimiento humano que el animal, “pero no necesariamente es así”, dicen Levin y Betty Brudnick, “nuestros resultados indican una situación mucho más compleja con respecto a la edad de las especies”, pero la edad es más importante en humanos, pues “los perros adultos se ven tan dependientes y vulnerables como los cachorros y los niños”.
Levin admite que la muestra no fue homogénea, “pero no hay razón para creer que nuestros resultados serían muy diferentes en el resto de la nación, en particular entre estudiantes universitarios”.
¿Homo homini lupus?
Desde la Ilustración o, quizá desde san Agustín o, como siempre, remontando hasta Platón, nos preguntamos si el hombre es bueno o malo por naturaleza. Y, como siempre, la expresión comienza por estar mal definida, ya que desde el nacimiento a la tumba nos acompañan los valores de nuestro grupo social y no hay forma de que cultura y natura no se influyan de forma recíproca.
Los dos extremos fueron reimplantados en el pensamiento occidental desde Hobbes y Rousseau, hace 400 y 300 años. En Hobbes, la sociedad controla al lobo que todos llevamos. En Rousseau destruye al buen salvaje innato.
La moderna neurofisiología parece darle razón al último: nuestro cerebro está físicamente conectado para la empatía y la amistad. Un estudio de la Universidad de Virginia sugiere que identificamos con nosotros mismos a la gente más cercana: amigos, cónyuges, amantes. El grupo, así visto, sería una extensión del yo. Lo cual también encontramos en los escritos sociales de Freud.
Con fMRI, resonancia magnética del cerebro, James Coan y su equipo pudieron ver, en vivo, la actividad cerebral de áreas propias de la respuesta ante amenaza, como ínsula anterior, putamen y gyrus supramarginal, activados cuando se amenaza con un choque eléctrico a la persona. Si la amenaza de choque se dirigía hacia un extraño, esas regiones mostraban escasa actividad. “Pero cuando la amenaza de choque se dirigía a un amigo, la actividad cerebral se volvía en esencia idéntica a la actividad mostrada bajo amenaza a uno mismo”.
En palabras de Coan: “Los hallazgos muestran la notable capacidad del cerebro para que la gente cercana a nosotros se vuelva parte de nosotros mismos, y esto no sólo como metáfora o poesía, sino en los hechos mismos. De forma literal estamos bajo amenaza cuando un amigo está bajo amenaza; pero no cuando un extraño está bajo amenaza”.
Hace dos mil 500 años esto lo supo bien el general tebano Epaminondas, creador del Batallón Sagrado: los soldados de Tebas (la griega) que iban a la guerra en parejas de amantes y uno defendía al otro con furia inesperada por el enemigo.
No lo menciona el equipo, pero es evidente que estamos ante un proceso de identificación con los seres cercanos implantado por la selección natural desde antes de que fuéramos humanos, ya que la defensa del grupo la vemos en primates y en muchos otros mamíferos. Para la sobrevivencia del yo es esencial la sobrevivencia del nosotros.
Los recursos de mi grupo son los míos. “Si un amigo está bajo amenaza, yo estoy bajo amenaza. Así podemos entender cómo el dolor o las dificultades por las que atraviesan nuestros amigos de alguna forma los sentimos como propios”, concluye Coan, que, haciendo honor a su apellido, añade: “Necesitamos amigos como una mano necesita de la otra para aplaudir”.
El estudio aparece en el journal Social Cognitive and Affective Neuroscience, de agosto.
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