450 millones de años tras las respuestas sociales
# 422, febrero de 2013
“Humanos, peces y ranas comparten circuitos del cerebro a cargo de diversas conductas sociales, desde brillantes demostraciones en busca de apareo hasta agresión y monogamia”. Esos circuitos se han conservado por más de 450 millones de años, publicaron el año pasado en Science biólogos de la Universidad de Texas en Austin.
En medios cultos hay una explicable resistencia contra datos que expliquen conducta social (y aun a la expresión “conducta social”) con bases orgánicas porque con frecuencia se han empleado para apuntalar los peores prejuicios. Pero los últimos treinta años de investigaciones han mostrado que tiramos el agua sucia con todo y el bebé. Y esa resistencia, propia de círculos liberales y democráticos, encierra a su vez otra forma de pensamiento típicamente conservador: se usa para demostrar que “no somos animales”. Lo somos. Nuestra especie es producto de la evolución y el cerebro humano también. De ahí la duda que a muchos nos abruma con frecuencia: ¿tendremos un instrumento adecuado para conocer los fundamentos de la materia, del universo, el tiempo, el espacio, y, por supuesto, de la sociedad?
“Hay un antiguo circuito (cerebral) que parece estar involucrado en la conducta social a través de todos los vertebrados”, dice Hans Hofmann, uno de los autores del artículo. El equipo “analizó doce regiones del cerebro responsables de conductas sociales y de toma de decisiones en ochenta y ocho especies de vertebrados, incluidos aves, mamíferos, reptiles, anfibios y peces”.
El equipo estudió en particular la actividad en dos redes neurales, una que evalúa la importancia relativa de los estímulos llegados al cerebro y por ende las recompensas, y otra red que tiene a su cargo la conducta social. “La primera es importante en la adicción a drogas y en el amor romántico que en el cerebro se manifiesta, de manera sorprendente, como la adicción a las drogas”. De ahí que la ruptura sea tan desesperante como el “síndrome de abstinencia” y la persona tan insustituible: es esa droga, con nombre apellido, rostro y cuerpo, no otra, la única idónea para aliviar la dependencia, aunque las haya mejores.
“En estas áreas cerebrales clave encontramos una notoria conservación de la actividad genética a través de las especies”, dice Hofmann. A pesar de esta conservación en la actividad genética, es fácil ver que la evolución de los vertebrados ha producido una enorme diversidad de conductas durante los últimos 450 millones de años, sólo comparemos la conducta de un colibrí, una ballena, un humano y un atún. Sostiene el mismo autor que “esa diversidad puede en parte explicarse como una pequeña variación sobre un tema. Los circuitos neurales básicos evolucionaron hace mucho, proveyendo un marco genético y molecular para la evolución de una nueva conducta. Pequeñas torceduras a lo largo del tiempo en esos circuitos neurales dieron así origen a conducta nueva”.
Los autores ponen como ejemplo la monogamia, y sostienen que ha evolucionado muchas veces de forma independiente en varias especies de vertebrados. La evolución independiente con resultados similares la podemos observar en otros aspectos, uno es el vuelo: pequeños mamíferos, insectos y aves lograron volar por métodos muy diversos, pero el resultado converge en la misma habilidad: volar. Hay evolución convergente, más similar al observar un ala de murciélago: una enorme mano con los huesos adelgazados, y la del ave, tan diferentes ambas a las alas de mariposas y libélulas.
De igual forma, la conducta monógama puede ser más ventajosa para la reproducción y sobrevivencia bajo ciertas condiciones medioambientales, y la investigación sugiere que la evolución de la monogamia es quizá resultado de pequeñas torceduras en una red neural conservada más que la evolución de una red por completo nueva. “Los cerebros de los vertebrados son de diversidad increíble, pero estamos encontrando los rasgos comunes, aun al nivel de la actividad genética”, dice Hofmann. “Ahora tenemos un marco bajo el cual podemos preguntar si hay universales moleculares asociados con las conductas sociales”.
Y esos “universales moleculares” para el autor son genes comunes y moléculas compartidas a través de las especies que forman las bases de la conducta. Hofmann ahora va a la cacería de tales elementos complejos.
Centro cerebral para las elecciones sociales
En el mismo sentido que el estudio de Texas, investigadores de la Universidad Duke encontraron que si bien muchas áreas del cerebro humano se dedican a tareas sociales, como sería detectar a otra persona en la cercanía, “una pequeña región transporta información sólo para tomar decisiones durante las interacciones sociales”.
El equipo de Duke empleó imágenes en vivo por escaneo fMRI en sujetos humanos mientras jugaban un torneo de póker simplificado contra una computadora y contra oponentes humanos. Al separar la información procesada por cada área del cerebro, el equipo encontró que sólo una región —la unión donde convergen los lóbulos temporal y parietal— transportaba información que era exclusiva cuando se tomaban decisiones contra el oponente humano y no si era contra computadora.
Algunas veces, los jugadores recibieron cartas obviamente malas. Los investigadores deseaban ver si podían descubrir al jugador calculando si blofeaba a su oponente. Las señales de la mencionada juntura témporo-parietal del cerebro dijeron a los investigadores si el jugador pronto blofearía contra su oponente humano, en especial si ese oponente se juzgaba hábil. El investigador sabía por anticipado la conducta que el jugador estaba apenas planeando realizar. Pero contra la computadora las señales de esa región cerebral no permitieron predecir las decisiones del jugador: todos sabemos que nuestra expresión no engaña a nuestra computadora y que éstas pueden ser desesperadamente estúpidas.
La juntura témporo-parietal es un área limítrofe del cerebro y puede ser la intersección de dos corrientes de información, dice el investigador dirigente McKell Carter. Allí es donde se integran dos flujos de información atenta e información biológica, como cuando preguntamos “¿es esto otra persona?”.
Carter observó que en general los jugadores pusieron más atención a su oponente humano que a su oponente computadora mientras jugaban póker, lo cual es consistente con el impulso de los humanos a ser sociales.
A lo largo del juego de póker experimental, algunas regiones del cerebro que se conocen como típicamente sociales por naturaleza no se activaron con información específica del contexto social. “El hecho de que todas estas regiones cerebrales que deberían ser específicamente sociales sean usadas en otras circunstancias es una comprobación de la notable flexibilidad y eficiencia de nuestros cerebros”, dice Carter.
Otro investigador de la Universidad Duke, Scott Huettel, afirma: “Hay en el cerebro diferencias fundamentales cuando se toman decisiones de tipo social y situaciones no-sociales. La información social puede causar que nuestro cerebro trabaje con diferentes reglas que la no-social, y será importante lo mismo para científicos que para políticos comprender qué nos hace aproximarnos a una decisión de manera social o no-social. Entender cómo nuestro cerebro identifica competidores y colaboradores importantes —las personas que son más relevantes para nuestra conducta futura— dará nuevas luces acerca de fenómenos sociales como la deshumanización y la empatía”.
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