Raíces evolutivas del conflicto humano
# 415, julio de 2012
Rastreamos la trayectoria de violencia y guerra por toda la historia, con lo que exploramos el racismo, los conflictos étnicos, el surgimiento del terrorismo y el futuro posible de los conflictos armados. También consideramos nuestra innata capacidad para mediar el conflicto y nuestra habilidad para alcanzar, y vivir en, paz”.
En la dispersión misma de la especie humana por todo el globo terrestre, iniciada hace unos 80 mil años en el este de África, encontramos ya conflicto por los terrenos de cacería y recolección, defensa del territorio y pelea entre varones por el acceso a las mujeres, como ocurre en los demás mamíferos. La historia del Génesis se repite una y otra vez: cada nueva generación de jóvenes que ya no logra sustento ni sexo en una región sobreexplotada, es lanzada fuera del paraíso de su infancia para buscar nuevas tierras.
Así tenemos ya el primer gran diseño: el impuesto por las hembras de la especie: si la hembra del pavo real exige las más deslumbrantes plumas, aun a costa de atraer predadores y entorpecer el vuelo para escapar, las humanas exigen combate físico. Así consiguen los mejores genes para su prole futura. Pero no es suficiente, el hombre, además, debe permanecer en casa para defender y alimentar a su familia. En nuestro proceso de hominización, la hembra comienza por perder el ciclo de celo y está sexualmente disponible en todo momento. Eso ata al cavernario. Aparece una novedad humana: el sexo recreativo.
La cabeza: Problema en el parto
“Nuestros ancestros divergieron de chimpancés y bonobos hace unos siete millones de años, nueve de los ancestros del gorila y 14 de los orangutanes”, señala Jared Diamond (Why is sex fun?: “El animal con la más rara vida sexual”).
Con una frialdad que niega la bondad de cualquier Gran Diseñador, si lo hubiera habido, las mujeres deben parir crías con cabezas cada vez más grandes debido al incremento en el volumen cerebral. Para ese incremento deben coincidir el desarrollo del lenguaje para la cacería, las habilidades viso-espaciales para calcular las vías de escape de la presa, la colaboración entre los machos y el enriquecimiento de la alimentación con el consumo de proteína animal.
La evolución del cerebro se topa con un problema geométrico, de diseño: las cabezas cada vez más grandes exigen una vía de salida más amplia. Y la separación entre los huesos ilíacos, el sacro y la unión de los huesos pubis no se amplía en coincidencia con el rápido aumento del cráneo. Así aparece, primero, la sentencia divina: parirás con dolor. Y luego peor: cuando ni el esfuerzo ni el dolor ni la ayuda de otras mujeres logra que la gran cabeza pase por ese canal rígido, de huesos, la Naturaleza opta por la solución más rápida y sencilla: mata a madre y cría. Oh, Dios de Bondad: con la cría atorada, la mujer muere entre dolores y con ella su cría.
El camino de la evolución favorece a las prematuras: las que dan a luz antes de tiempo sobreviven porque el cráneo aún puede pasar por el canal del parto. Sus crías heredan esta forma de neotenia y así es como nacemos más indefensos que cualquier otro mamífero: todos somos prematuros. ¿Y el dolor, la muerte, los gritos? La Naturaleza es impasible. O el Divino Creador un hijo de puta, elijan.
El nacimiento prematuro trajo dos ventajas al trabajo de parto y una social. La menor talla del cráneo y el consiguiente menor peligro para cría y madre, y otra fue que, también por ser prematuro el nacimiento, los huesos del cráneo aún no están soldados. Así que un cráneo que no cabe acaba pasando porque sus huesos pueden separarse y tomar forma ovoide, con menos diámetro entre parietales y mayor eje longitudinal. De ahí los niños con “cabeza de melón” al nacer.
Pero la ventaja social es invaluable y fue parte de nuestro proceso de hominización: las conexiones neuronales aún no se completan. De ahí que no sólo nazcamos más indefensos, sino más dúctiles a las normas sociales del grupo. Cuando continúa el crecimiento de axones y dendritas para conectar el cerebro, ese alambreado sigue ya respuestas del medio social.
El nacimiento prematuro exige algo más: colaboración del padre. ¿Cómo retener al cavernícola? Con sexo todo el año.
“Como muchos otros animales, somos también seres sociales, y, como éstos, hemos evolucionado conductas que evitan los efectos perniciosos de la excesiva violencia intraespecífica”, señala el editorial de Science. “Esto incluye cantos o peleas ritualizadas, actos de sumisión o de conciliación…”. Los grupos desarrollan miríadas de identidades, la primera es por parentesco, luego viene la etnicidad y, cuando las sociedades crecen, “los grupos se identifican a sí mismos en formas aún más complejas”.
Del yo al nosotros
Una forma de evitar el conflicto social, sigue el editorial, es expandir el “nosotros”. Una identidad común de grupo transforma los “outsiders” en “insiders” y así provee una forma efectiva de vencer el conflicto. En un juego de futbol, los del Santos conjuntan solidaridad de la zona lagunera contra el Atlas, preferido por tapatíos. Pero un juego de la Selección contra otro país hace a todos “mexicanos”. Algunos a veces entramos en conflicto con diversas lealtades. El fan del Atlas más civilizado, desea que las Chivas le ganen al América. El emperrado desea que pierdan.
“Nuestro interés en el conflicto debe ser, a final de cuentas, facilitar la paz. Hay muchos ejemplos de sociedades vecinas que no se hacen guerra unas a otras, y parecen haberlo conseguido al expandir el nosotros”. El mejor ejemplo contemporáneo es la Unión Europea: boches, franchutes y otros términos despectivos quedan subsumidos en un amplio “somos europeos”.
“Esperamos que entender cómo las sociedades humanas superan las diferencias y se desarrollan en relaciones pacíficas, ayudará a trazar la carta de un camino hacia un futuro menos violento”.
Entre las colaboraciones destaca: Raíces del racismo, de Elizabeth Culotta (gulp…), que comienza por señalar algo bien sabido: los humanos de todas partes y de todas las épocas han dividido el mundo entre “nosotros” y “ellos”: griegos y bárbaros, aztecas y chichimecas. Comienza con un ejemplo que dio origen a la más maravillosa novela neoyorkina que conozca: “Está usted solo en un callejón oscuro, avanzada la noche. De pronto un hombre sale de un portal. Si usted es el típico americano blanco y el otro es joven, hombre y negro, en pocas décimas de segundo usted sentirá un escalofrío de miedo en cuanto su cerebro haya hecho la categorización automática. Su corazón late más rápido y su cuerpo se tensa”.
Es la típica reacción que en inglés resulta más descriptiva: fight or flight. Pelea o escapa. Torrentes de adrenalina haciendo su trabajo con millones de años detrás. La gran novela es de Tom Wolfe: La hoguera de las vanidades. Impresionante.
Parsing Terrorism: ¿Es el terrorismo una forma de altruismo en la que estoy dispuesto a morir por los míos? Terrorism’s Long Trail, The Battle Over Violence: “Es una paradoja, dice Azar Gat, historiador militar de la Universidad de Tel Aviv: la mortalidad fue más alta antes de que el Estado apareciera”. Mayor que en el sangriento siglo XX con sus guerras mundiales y varios genocidios. El buen salvaje de Rousseau es un mito. Civilization’s Double-Edged Sword, Fighting Rituals. No podía faltar Gender and Violence: a mayor opresión de la mujer en un Estado, mayores tasas de prisioneros políticos, asesinatos y desapariciones forzadas de personas. Con una pregunta en apariencia ajena: ¿Piensas que ir a la escuela es más importante para un niño que para una niña?, se puede predecir la postura de una persona respecto del conflicto árabe-israelí.
No nos gustan los extraños y tenemos una larga historia evolutiva en apoyo de ese temor inmediato. Es bueno saberlo, no para justificar el rechazo al diferente, sino para dominarlo.
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