¿Por qué defendemos sistemas corruptos e injustos?
# 410, febrero de 2012
Cuando murió el camarada Stalin, padre de todos los pueblos, los soviéticos se arremolinaron por centenares de miles para despedir al “padrecito” Stalin, término cariñoso que uno aprende leyendo a Dostoyevski. Aún no sabemos cuántos millones de muertes produjo la colectivización forzada de la tierra, muertes directas porque soldados y policías mataban a quienes se resistían, e indirectas, por hambre ante el fracaso. Se mencionan órdenes entre los 20 millones de muertes.
Nadie en China parece cargar a la cuenta de Mao la hambruna causada por su Revolución Cultural, que envió a los poetas y matemáticos a hacerse hombrecitos plantando arroz y ni germinó el arroz plantado con riguroso trazo matemático ni hubo en las universidades chinas maestros capacitados en las diversas áreas de la ciencia, así que las clases se sustituyeron por memorización del famoso Libro Rojo que contenía citas de Mao con un cierto aire a I-Ching: “Las flores de hoy perecerán mañana…”, y se abría el debate. Hubo casos de sobrinos que se comieron al tío muerto para no desperdiciar las escasas proteínas de carne magra pegada al hueso.
Lo estamos viendo ahora con la muerte del tirano de la Corea del Norte, país pobre como rata, cuando el mismo pueblo, sin dictadura hereditaria, Corea del Sur, compite en todas las áreas del comercio mundial, incluida la fabricación de barcos y autos. Kim il Sung murió en 1994 y fue llorado con enorme entusiasmo por su pueblo que se arañó por ver el fiambre. En rigurosa sucesión monárquica, subió al trono su hijo Kim Jong il, muerto en diciembre pasado; su hijo, Kim Jong Un, heredó a su vez el trono. En México sólo el PT, parte de la coalición de “izquierda” que lanza al candidato del paleo-PRI, AMLO, se mostró dolido por la “sensible” pérdida que sufre Corea. Las fotografías muestran una multitud empinada, como musulmanes en oración, ante la efigie del ídolo en postura egregia. Un asco de “izquierda” en Corea y en México.
Y ¿no hay manera de entender eso? Lo intentan psicólogos de las universidades Duke y Waterloo en Current Directions in Psycolological Science. Abren con la observación de que tanto gobiernos como compañías y hasta matrimonios se aferran al statu quo por un proceso llamado “justificación del sistema” que no es una forma pasiva de aceptación, sino una activa defensa que dice: las cosas son como deben ser, estamos bien.
Los autores, Aaron C. Kay y Justin Friesen, revisaron estudios de laboratorio y transculturales, así encontraron cuatro elementos para justificar un sistema corrupto, inepto e injusto: 1. Amenaza del sistema, 2. Dependencia del sistema, 3. Inescapabilidad del sistema, 4. Bajo control personal.Esto es: en primer lugar hay miedo ante un sistema dictatorial que no deja rendija alguna para que se cuelen la igualdad ante la ley y el derecho a un juicio basado en leyes que no infrinjan derechos humanos. El maestro de violín vive en zozobra porque da clases de un instrumento occidental y burgués; luego viene lo que conocemos muy bien los mexicanos: dependencia del sistema. La fuerza del PRI estuvo, y en gran medida sigue, afianzada en corporaciones que obtienen un beneficio a cuenta de callar, obedecer y apoyar. El genio del presidente Cárdenas amarró el sistema de toma-y-daca que el PAN, en dos sexenios, nunca se ha propuesto seriamente desmontar. Y, como en el cine de terror: los protagonistas se besan luego de matar al asesino, al que dan la espalda de forma que nada más nosotros, espectadores, vemos que vuelve a abrir los ojos y comienza a levantarse.
Lo estamos viendo: el PRI hasta López Portillo recupera su bagaje en AMLO; y el PRI, que se pretende novedoso e incurre en las mismas viejas prácticas, lleva a Peña Nieto ungido a la antigua, como candidato único. Idéntico mecanismo que, por sabido y dominado, empleó López Obrador. Uno puede preguntarse: y fuera de Castillo Peraza, ¿nadie más en el PAN tiene idea de los puntales del PRI? ¿Dónde está Diego Fernández de Cevallos? El viejo asistencialismo ha echado a andar con su carga de materiales de construcción, despensas, pagos discrecionales, y hasta lonches y matracas: allí está El regreso de Frankenstein.
Menciona el estudio cómo se había hundido en las encuestas el presidente George W. Bush antes del 9/11. “Pero en cuanto los aviones pegaron contra el World Trade Center, las tasas de aprobación remontaron. Lo mismo obtuvieron el Congreso y la policía. El huracán Katrina puso en evidencia la espectacular falla de la Federal Emergency Management Agency (FEMA) en la tarea de rescatar a las víctimas. Aun así, muchas personas culparon a las víctimas por su desgracia en vez de admitir la incompetencia de la FEMA y su falta de ideas para subsanarla”.
Así ocurre, dicen los autores, porque defendemos los sistemas en los que confiamos. Si no podemos escapar nos adaptamos. “Eso incluye sentir que están bien cosas que de otra forma consideraríamos indeseables”. Y con esto vemos un fenómeno relacionado: “Entre menos control sienta la gente sobre sus propias vidas, más respaldará los sistemas y líderes que le ofrezcan un sentimiento de orden”.
Esto ilumina el, para tantos, desesperante hecho de que la gente no se levante en armas. Dice Kay: “Si quieres entender cómo ocurre el cambio social, necesitas entender las condiciones que hacen que la gente resista al cambio y qué la hace abrirse a evidencias de la necesidad del cambio”.
Más información: Aaron C. Kay, aaron.kay@duke.edu
Carisma
Anda por la red el video de un niño monstruoso: una especie de telepredicador gringo reducido en tamaño por alguna tribu del Amazonas. Micrófono en mano hace burla de cuanta teoría científica no les gusta a los predicadores de tamaño normal, se mueve con un dominio absoluto del escenario y de su público, que aclama todas sus cuchufletas y aplaude sus ocurrencias religiosas. Es un monstruo.
Pero, ¿de dónde viene su éxito y el de los predicadores de tamaño normal? ¿Por qué los líderes religiosos tienen esa aura de seres intocables? Quienes crecimos en un medio católico no podíamos siquiera imaginar que el Papa pudiera ser acusado de algo. No es que no imagináramos una acusación, sino ni siquiera su posibilidad. Pero no nos parece tan intocable el Dalai Lama ni un ayatolá o el patriarca de la iglesia ortodoxa rusa…
Investigadores de diversas instituciones publican la dinámica detrás del pensamiento mágico en el Journal of Management. Revelan cómo procesos enraizados de manera muy profunda en nuestras estructuras cognitivas realizan el milagro que llamamos carisma.
El equipo exploró por qué algunos gerentes se elevan ante sus empleados como líderes visionarios. Un bien conocido ejemplo de este fenómeno es Steve Jobs, dicen los investigadores, su mística como un visionario carismático imaginó y creó los productos Apple que hoy abarrotan tiendas desde la madrugada cuando se anuncia la salida de una novedad Mac.
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