Las mujeres prefieren gente y no cosas
# 400, abril de 2011
¿Discriminación o elección?
El tema es incendiario, reconocen los autores, esposos e investigadores sociales con tres hijas: Hay la creencia firme de que las mujeres están subrepresentadas en ciencia, matemáticas e ingeniería porque enfrentan discriminación en las entrevistas, contratación, fondos y revisión de manuscritos.
“En el estudio ‘Understanding Current Causes of Women’s Underrepresentation in Science’ publicado en los Proceedings of the National Academy of Sciences, la pareja de científicos sociales de la Universidad Cornell afirman que esto sencillamente no es verdad”.
Al analizar la literatura científica en la que hombres y mujeres compiten por publicaciones, apoyos para investigación o por empleos, no encontraron evidencia de discriminación sexual sistemática al entrevistar, contratar, revisar o dar apoyos económicos. “Oímos con frecuencia que los hombres tienen mejores oportunidades de ver aceptado su trabajo, obtener fondos o empleos porque son hombres”, dice Wendy Williams, profesora de desarrollo humano en Cornell. “Las universidades gastan tiempo y dinero tratando de combatir esta supuesta discriminación contra las mujeres”, sigue la directora del Instituto Cornell para Mujeres en Ciencia.
“Los datos muestran que las mujeres científicas se confrontan a elecciones al principio de la adolescencia o antes […]”. Las que dan prioridad a tener familia e hijos eligen entre “estilos de vida”. Si bien es cierto que las mujeres tienen posiciones de menor paga, “no es porque se les hayan rechazado sus solicitudes de fondos o sus manuscritos o se les nieguen posiciones en universidades donde la investigación es intensiva”. Las mujeres, “desde el inicio de su adolescencia, suelen preferir carreras enfocadas al trato con gente, más que con cosas: aspiran a ser médicas, biólogas y veterinarias más que físicas, ingenieras o expertas en computación”.
¿Y qué hay de malo en ser bióloga o experta en letras italianas? Quien así lo ve acepta los valores masculinos. “En tanto las mujeres hagan sus elecciones y estén satisfechas con sus resultados, no tenemos ningún problema”, dice Williams. Si no es por elección o “las mujeres no están satisfechas con sus resultados, o el talento de las mujeres no se actualiza, entonces tenemos enfáticamente un problema”.
Los insultos diríjalos no a mí sino a: jjc338@cornell.edu
En busca de genes sociales
¿En qué se parecen católicos, protestantes, judíos, musulmanes y científicos sociales? En que piensan que “ya no somos animales”. Es la respuesta que más leo cuando hago referencias a los sedimentos que conservamos: “Ya, ya me sé tu estúpida historia… quesque los cazadores-recolectores… ¡Pero ya no somos cazadores-recolectores, tampoco somos chimpancés sin pelo! ¿Diez mil años de cultura no han hecho nada?”. Y respondo: pues nos han dado un barniz muy, muy ligerito frente a los millones de años de evolución prehumana, pero pertenecemos al reino animal tanto como el gorila y nuestras sociedades muestran elementos observables en hormigas y abejas. Qué deshonra, pero así es.
Por siglo y medio se desprestigió como “lamarckiana” cualquier referencia a cambios en el genoma causados en respuesta al medio. Ahora está claro que ocurre en los pequeños crustáceos del género Daphnia, entre los que se encuentra la pulga de agua. Y la transmisión de las actividades sociales puede rastrearse al genoma, al conjunto de genes de una especie. No me harán decir la ridiculez de que hay un gen “Mozart”, pero sí que en el genoma de Mozart había algo que no hay en el mío (ni en el de usted). Y, claro, sin duda, sin duda, sin duda, hay encima una sociedad como la austríaca del siglo XVIII que había llevado la música a alturas incomparables. ¿Es necesario decirlo cada vez? Bueno, va: Mozart no habría compuesto su Réquiem de haber emigrado Leopold a Tanzania, pero habría sido muy bueno con el tam-tam.
Richard Woltereck empleó la Daphnia para desarrollar su noción de plasticidad fenotípica: que un organismo sí cambia sus características en respuesta al medio. La presencia de predadores puede estimular el crecimiento de dientes, crestas defensivas y espinas al final de la cola, según comentario de Dieter Ebert en Science del 4 de febrero. Reaccionan ante elementos químicos soltados por predadores y desarrollan protecciones que en ausencia de éstos no aparecen. Y lo peor es que esta pulga de agua, en el límite de lo visible a ojo desnudo, tiene más de 30 mil genes, contra 23 mil genes codificadores de proteínas en el humano.
Sociedades
Las sociedades humanas tienen una infinita plasticidad de la que carecen las animales. Un par de ejemplos: todo colibrí construye su nido siguiendo la misma arquitectura. Pero, si hay un nido abandonado en la misma rama, el colibrí no lo usa y vuelve a hacer otro. Al menos esa tontería hacen los de mi patio. Ningún humano hace otra choza de ramas junto a una ya abandonada. Los ecólogos han estudiado las construcciones realizadas por los animales y descubierto algo muy desesperante: que si eliminan una parte del proyecto, en, digamos, una torre de termitas, con lo que pierda su función, las termitas siguen trabajando hasta dar fin a una perfecta inutilidad. Las aves canoras tienen el mismo canto, siempre los machos, pero lo afinan, lo ajustan, según la respuesta de las hembras. Y creo que he visto lo mismo en humanos.
“Para comprender la evolución de las sociedades complejas los investigadores están secuenciando genomas de los insectos sociales”, dice una nota de la National Science Foundation. Los datos más recientes han sido publicados por los Proceedings of the National Academy of Sciences y fueron tomados de varias especies de hormigas, incluyendo las cosechadoras rojas que cultivan hongos para comer: descubrieron la agricultura millones de años antes que los primeros agricultores humanos. Cuando los que hemos tenido huerta las vemos pelar en una noche un árbol frutal las odiamos y todo hortelano cree que se llevan las hojas para comer. No es así: se las llevan para, masticadas, crear una composta donde siembran el hongo que les gusta comer.
Un equipo conducido por Jürgen Gadau, de la Universidad de Arizona, ya ha descifrado qué genes pudieran ser responsables de especificar cuáles hormigas trabajan y cuáles se reproducen en una colonia. La división del trabajo y la reproducción son dos características cruciales en la evolución de la estructura social.
“Los resultados de Gadau revelan que, respecto de otros insectos, el genoma de las cosechadoras rojas tiene notablemente más genes asociados con el sentido del olfato, así como detección de señales químicas. Esto es consistente con el hecho de que las hormigas emplean señales químicas para comunicarse”.
Los genomas secuenciados hasta el momento en especies con diversas estructuras sociales “nos permitirán investigar las bases genéticas y la arquitectura subyacente en la diversidad social de las hormigas. Una comparación con abejas, de linaje evolutivo por completo independiente, nos dará la oportunidad de poner a prueba si hay diversos caminos por los cuales un genoma puede transformarse en un sociogenoma”.
Los investigadores descubrieron que, si bien los genes relacionados con desarrollo de alas, ovarios y rasgos específicos para cada rol social se encuentran tanto en las trabajadoras como en las reinas, “cuándo y dónde se expresan los genes es algo muy regulado y heredable de una generación a otra”.
En cuanto a los humanos, Gadau supone que estos datos podrían iluminar mecanismos críticos en el desarrollo de enfermedades humanas, como las mentales y la diabetes.
Contacto: Lisa van Pay, lvanpay@nsf.gov
Comentarios a Escalante
El magnífico, extenso, documentado y bien ilustrado ensayo de Fernando Escalante, “La muerte tiene permiso”, en nexos del pasado enero, tuvo 40 comentarios: 25 de hombres, 13 anónimos o con iniciales y dos de mujeres. Una de ellas, Guadalupe, le dice derramando una fuente de sabiduría: “De dónde sacaste tus datos, papito? Más seriedad”. La otra pide en breves líneas hacer “estadísticas chidas”.
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