Escalofríos, música y neuronas
# 399, marzo de 2011
En general, las respuestas que tenemos en común todos los humanos, por encima de clases, culturas y épocas, sirvieron alguna vez o sirven todavía a la sobrevivencia: todos los animales descargamos adrenalina ante señales de peligro, eso nos prepara a lo que se dice en inglés de forma ingeniosa: fight or flight: pelea o huye. La señal de peligro acelera los latidos del corazón para enviar más sangre a los músculos, produce palidez porque, con el mismo objetivo, se retira sangre de la piel. ¿Y la música? Todos los humanos respondemos a la música aunque ésta tenga enormes variaciones culturales. Y no se le ve ninguna función adaptativa o de sobrevivencia.
La explicación está en un neurotransmisor, la dopamina. El tejido cerebral es discontinuo, descubrió Santiago Ramón y Cajal, las células que lo conforman, las neuronas, no se tocan. Hay entre ellas una separación en el orden de micrones, la sinapsis. El botón terminal de una neurona contiene diversos compuestos químicos que, al llegar una señal eléctrica, se liberan hacia los receptores de la siguiente neurona. Son los neurotransmisores. Uno de gran importancia es la dopamina, asociada a buen número de placeres, entre ellos alimento y sexo, cuya importancia en la sobrevivencia no puede ser más evidente.
Bien, pues un equipo científico de la Universidad McGill, Canadá, ha encontrado que escuchar música produce descargas de dopamina, de ahí que podamos decir “se me pone chinita la piel” con E lucevan’ le stelle. Es la respuesta que erizaba el pelo que ya no tenemos y nos hacía un animal más voluminoso ante el atacante. Lo vemos en nuestros parientes peludos, los cercanos perros y gatos: el temor y el enojo los hacen más grandes porque el pelo se pone casi vertical y añade centímetros. La respuesta humana ya no sirve para nada, ni siquiera en hombres muy velludos, porque la ropa cubre ese aparente aumento de volumen. Pero allí está, allí sigue, una respuesta que conservamos luego de millones de años, desde la aparición de los primeros mamíferos y la sustitución de escamas o plumas por pelo. El escalofrío que nos produce la música es la misma respuesta adaptativa: dopamina asociada a placer. Entendemos bien el placer del alimento y del sexo: nadie tendría hijos por el solo afán de reproducirse, la reproducción es el daño colateral del placer por el sexo: ningún perro sabe que está haciendo perritos y los humanos tampoco lo supimos hasta tiempos recientes, y sólo la invención del microscopio en el cercano siglo XVII nos permitió conocer el mecanismo. Apenas en 1953 tuvimos el panorama completo con el descubrimiento del ADN.
El estremecimiento producido por la música es también un factor colateral del disparo de dopamina, según reporta el Instituto Neurológico de Montreal, en la Universidad McGill, en el journal Nature Neuroscience. La música no posee un valor de sobrevivencia, pero la dopamina sí.
Y aquí podemos hacernos la pregunta de siempre: ¿el placer produce dopamina o la dopamina produce placer? El equipo midió la liberación de dopamina en respuesta a música que produjera escalofríos, cambios en la conductancia de la piel, en la tasa de latido cardiaco y en la respiración. Con una novedosa combinación de técnicas para observar el cerebro en vivo descubrieron que la liberación de dopamina era mayor en música calificada como placentera por la persona y menor en música “neutral”.
“Estos hallazgos proporcionan evidencia neuroquímica de que las respuestas emocionales intensas a la música involucran circuitos cerebrales antiguos propios de las recompensas”, dice Robert Zatorre, uno de los neurocientíficos. “Hasta donde sabemos, ésta es la primera demostración de que una recompensa abstracta, como la música, pueda llevar a liberar dopamina. Las recompensas abstractas son mayormente cognitivas y este hallazgo abre camino para futuros trabajos que examinen recompensas no tangibles que los humanos consideran satisfactorias por razones complejas”.
Así pues, escuchar música placentera (y eso lo define cada persona) libera dopamina, neurotransmisor de vital importancia para reforzar conductas necesarias para la sobrevivencia del individuo y de la especie. El equipo descubrió dos diversos circuitos cerebrales, uno relacionado con sistemas motores y cognitivos, y por ende con la predicción, y otro en el sistema límbico, región prehumana del cerebro y activa en las emociones. Estas dos fases también explican algunos conceptos de la música, tales como tensión y resolución: todos sabemos que una pieza musical no ha terminado mientras no escuchamos el tono de resolución. Un acorde se dice suspendido cuando pide a gritos la resolución en su tónica. En el final tan-tán, el primer tan puede prologarse en largas elaboraciones y sólo sabemos que ha terminado cuando escuchamos el segundo tan: la nota llamada tónica.
Contacto: Anita Kar, anita.kar@mcgill.ca
Todos los seres vivos tenemos los mismos relojes
Tres formidables golpes a la vanidad humana han sido bien colocados en pocos días de este año. Un estudio, realizado en la Universidad de Cambridge, ha identificado, por primera vez, algo de cuya existencia se tenían fuertes sospechas: los ritmos de 24 horas en las células de nuestra sangre, los glóbulos rojos. Y resultó que el mismo reloj biológico de nuestras muy humanas y superiores células existe, con idéntica función, en las algas y en todos los seres vivos.
Dice el autor principal del estudio, Akhilesh Reddy: “Sabemos que los relojes existen en todas las células conocidas, están interconstruidos en ellas. Sin relojes no podrían coordinar las actividades diarias de un organismo”. La sorpresa es que los compartamos con cualquier ser vivo. Lo cual viene a dar una demostración más del origen común de la vida.
Otro equipo con científicos de Cambridge, Edimburgo y del Observatorio Oceanológico de Banyuls, Francia, encontró, para nuestra eterna humillación, los mismos ciclos de 24 horas en algas marinas: “una de las formas más antiguas de vida”. Dice Andrew Millar, de la Universidad de Edimburgo: estas investigaciones “muestran que los relojes del cuerpo son mecanismos antiguos que han persistido con nosotros luego de mil millones de años de evolución”.
Contacto: Genevieve Maul, Genevieve.maul@admin.cam.ac.uk
Las neuronas Facebook
Investigadores de la Universidad Carnegie Mellon en Pittsburgh han descubierto que bajo la más reciente adquisición del cerebro humano, el neocórtex, subyace una red de neuronas altamente activas que se comportan de manera semejante a las redes sociales por internet: estas redes neurales tienen una pequeña población de miembros muy activos que dan y reciben más información que la mayoría de las otras neuronas, sostiene Alison Barth, del equipo que identificó estas neuronas.
“Es como Facebook. La mayoría de tus amigos no postean mucho, algunos nada. Pero hay un pequeño porcentaje de amigos en Facebook que ponen al día con frecuencia su página. Estas personas es más probable que estén conectadas a más amigos, así que mientras comparten más información, también reciben más información de su red extensa, lo cual incluye a otros participantes más activos”, dice la investigadora.
Los resultados, publicados en el journal Neuron, ayudarán a conocer de qué manera el cerebro recluta un pequeño grupo de neuronas para codificar en ellas información. Es la postura de Spinoza y de grandes investigadores en neurociencias como Antonio Damasio: no hay las dos sustancias propuestas por Descartes: una que proporciona la base física y otra que piensa. Nada de eso: han visto la formación de una memoria en neuronas que integran nuevas cadenas. Nuestros grandes amores, pasiones, recuerdos, placeres, la ciencia y la religión, el concepto de justicia, la película que nos hace llorar, la música que nos conmueve… son neuronas que establecen grupos más o menos permanentes: como hace decir Shakespeare a Macbeth desesperado: la vida es un cuento lleno de ruido y furia narrado por un idiota.
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