Los prejuicios y el agua del río

publicado en la revista «nexos»
# 398, febrero de 2011

 

La categorización social

Se dice popularmente que “cuando el río suena, agua lleva”. El rumor del río es fuente de prejuicios, pero ¿de dónde surgen éstos? De verdades que dan el salto de “casi siempre” a “siempre”, de “casi todos” a “todos”. Veamos algunos ejemplos.

No hace mucho le leí a Gabriel Zaid que durante la Edad Media la Iglesia cristiana primitiva (antes de la escisión protestante en el siglo XVI) consideraba un pecado grave cobrar un porcentaje por prestar dinero. Hasta aquí Zaid (de memoria, pero no creo malinterpretarlo). Era, pues, un pecado contra la caridad. Añado que en la baja Edad Media se estaban formando las bases del capitalismo que darían lugar al Renacimiento. Y no hay capitalismo sin capital. Así que los préstamos eran indispensables para el crecimiento económico, tal y como ahora. Pero si cualquier tasa de interés era considerada pecado de usura, los cristianos no podían hacer negocio con eso. A los judíos, ya dispersos por toda Europa, los tenía sin cuidado esa prohibición porque no viene en los primeros libros de la Biblia, en la Torá. Así que pronto fue común que al necesitado de capital se le aconsejara: “Pídele al judío”. Y claro que el judío le prestaba… con un porcentaje de utilidad ya que de cualquier manera su alma ya estaba condenada al infierno y no tenía nada que perder.

El interés era excesivo siempre que el cliente se dejaba, lo cual hacen ahora cristianos, musulmanes, budistas y ateos. Cuando los intereses rebasan el porcentaje señalado por el Banco Central de cada nación, lo llamamos usura. Pero en la Edad Media toda cobranza por encima del capital prestado era considerada usura. Cuando los Medici de Florencia, ya en pleno Renacimiento, sin ser judíos hicieron fortunas como prestamistas, banqueros, negociantes y mecenas de las artes, la mala fama era exclusiva de los judíos. Tanto que Shakespeare escribió una obra, El mercader de Venecia, donde un judío exige el pago prometido, que era un trozo de carne rebanado al deudor en vida. Y de prestamistas fue inmediato el salto a avaros. Si habían dado muerte al Mesías, ¿qué no se podía esperar?

La Reforma iniciada por Lutero en el norte de Europa destrabó, entre muchas otras ataduras la que haría países ricos frente a un sur pobre. No sólo pudo Kepler decir sin riesgo de hoguera que las órbitas planetarias no eran círculos: la figura perfecta que debía dominar los cielos, sino que el comerciante holandés pudo prestar sin riesgo de condenación eterna. Liberados del yugo español, los Países Bajos, una pequeña franja de terreno ganado al mar, se convirtieron en potencia económica y militar que enfrentaron con éxito a España.

Fue una herejía digna de la hoguera sostener lo que ahora cualquier curita católico ilustrado sabe: que los evangelios, tanto los cuatro seleccionados como canónicos, como la otra veintena, se escribieron entre 80 y 150 años después de la muerte de Cristo, y tuvieron por principal objetivo distinguirse respecto del judaísmo, ya que, habiendo sido Cristo y sus apóstoles judíos, en el mundo greco-romano el cristianismo era visto como una secta del judaísmo. Los evangelios fueron la construcción de un ellos frente a un nosotros. Que la muerte por crucifixión fuera práctica romana era tema sobre el que pasaban como sobre brasas para culpar a quien querían culpar: el pueblo de Israel. Recordemos que la rebelión de Espartaco fue sofocada y los esclavos levantiscos crucificados a lo largo de la Vía Apia 70 años antes de que el mismo método se aplicara a un hijo de carpintero que iba por ahí alebrestando a la gente contra la dominación romana de Israel.

De la misma forma generalizamos en otros aspectos: todo maquillista (de señoras, no de cine para crear zombis) es homosexual, y toda fortachona levantadora de pesas, con sus pelos chinos apretaditos con descuido a la cabeza, es lesbiana. No digo la que va al gimnasio a endurecer muslos y modelar pechos, sino la que levanta esos enormes discos de hierro que pandean la barra que los sostiene.

En Lecumberri había celadoras y celadores. Las primeras se encargaban de revisar a las mujeres que entraban a visitar presos. Mis amigas decían que preferían ser revisadas por un hombre porque, si mete algo de mano lo hace con cierta timidez, decían, y las celadoras, todas ellas lesbianas felices en sus uniformes de policía, se entregaban con placer al faje de la visita. Se puede objetar: ¿fuiste a asegurarte con cada una de ellas? No lo hice. Pero los humanos empleamos el mismo proceso de pensamiento por el que si todas las piedras que hemos soltado caen y no flotan, ésta que tengo en la mano caerá: vamos de lo particular a lo general. Debemos saberlo y admitirlo para estar alertas con las excepciones.

Es el razonamiento inductivo lo que nos permite vivir con cierta confianza que el avión no se caerá, las personas amables lo seguirán siendo y las problemáticas también, los hijos se parecerán a sus padres, el sol que hoy se pone saldrá mañana y la enorme mayoría de las personas con quienes me cruzo en la calle no me asaltará.

Me equivoco rotundamente si afirmo que todas las mujeres que apoyan las reivindicaciones femeninas son lesbianas, pero no me equivoco si digo que casi todas las lesbianas apoyan las reivindicaciones femeninas. De ahí que resulte en particular irritante que una lesbiana con poder político no lo haga y se manifieste, por ejemplo, contra el aborto dentro de cierto lapso. Me equivoco si digo que los productores de flor son gays, también si digo que lo son quienes en el mercado hacen sus horribles y tiesos “arreglos florales”; pero no si me refiero al dueño de una florería que hace bellas y novedosas combinaciones. Eso en México. Pero no en Japón, donde el ikebana, como la caligrafía, es parte de las prácticas Zen y por eso mismo alguna vez campo masculino.

Entonces, los prejuicios tienen como base una observación generalizada o un sesgo no percibido como tal. Casi todos los bailarines de ballet clásico (y muchos de bailes regionales) son homosexuales. No es un prejuicio, es una observación. Los alemanes son un pueblo que tiende a la depresión, los italianos son gritones, los ingleses son tiesos: en todas estas afirmaciones, comprobables casi siempre, falta el casi. La cortesía japonesa nos parece a los mexicanos excesiva, como la mexicana lo parece a los españoles. Y la cortesía excesiva tiene un tinte femenino. Una frase que ya no se usa para describir a un hombre que es la corrección y la amabilidad personificadas era: “Es una dama”. Ahora suena mal.

Don’t tell, don’t ask

“No digas, no preguntes” fue la fórmula aceptada por el ejército de Estados Unidos en el caso de soldados homosexuales. El tema ha sido resuelto por el presidente Obama y ya no podrá decir otra lápida: “Me dieron una medalla por matar muchos hombres, me expulsaron del Ejército por amar a uno”.

¿Y en la vida cotidiana? ¿Decir o no decir? Por supuesto creo ridículo ir por ahí presentándose como: Mucho gusto, soy Fulano de Tal y soy gay. Pero en el caso de personalidades cuya homosexualidad es un secreto a voces, la afirmación explícita puede ofrecer un enorme descanso, sobre todo a jóvenes en un contexto familiar estricto y autoritario. Es más: puede evitar suicidios. Pero también, prejuiciosamente, se puede clasificar como prejuicio que los personajes públicos sean homosexuales.

Tomemos dos ejemplos: Carlos Monsiváis y Ricky Martin. El primero jamás empleó alguna forma, así fuera discreta, mucho menos abierta, para referirse a su sexualidad. Basta con un: “Los homosexuales somos motivo de…” para dejarlo claro. Jamás lo hizo. Supe que un alto funcionario de Televisa se molestó mucho cuando alguien lo mencionó de pasada, como un hecho sabido. Costó trabajo convencerlo de que no lo decía como insulto, sino como dato necesario para el tema que se trataba. Ricky Martin escribió un libro entero.

Nunca he creído en esas declaraciones solemnes: reunir a la familia para darles un anuncio de vital importancia y, luego de carraspear y dar algunos circunloquios, soltar un simplón “soy gay”. Todo para que la madre responda: “¿Eso era todo? Ay, hijo, pero si siempre lo he sabido…”.

Pero tampoco es sano el evitar a toda costa una frase, que aun no siendo directa, deje saber que, quien así habla, se incluye como homosexual. Por supuesto es parte de la vida privada. Pero nadie responde con esa fórmula si le preguntan cuántos hijos tiene. “Tengo cuatro”. Y es tan parte de la vida privada como la orientación sexual. “¿Es usted homosexual?”. “Sí, pero dígame: ¿a qué viene la pregunta?”.

Así que también hay prejuicio del prejuicio: condenar toda postura contraria como prejuicio y así cerrar el tema con una descalificación… prejuiciosa.

Una descalificación prejuiciosa es llamar “pensamiento del siglo XIX” a lo que no nos gusta. En ese siglo se descubrieron la molécula, el átomo y el electrón; Mendeleiev organizó la tabla periódica de los elementos, escribió Marx, Mendel hizo sus experimentos con chícharos, base de la genética; Faraday produjo electricidad con un magneto (sin lo cual el mundo entero se apagaría); Maxwell unificó en cuatro ecuaciones mágicas la luz, la electricidad y el magnetismo; Lyell puso las bases de la geología; Pasteur refutó la generación espontánea. Y, claro, publicó Darwin sus obras. ¿Qué tiene de malo el siglo XIX?

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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