Gabriel Zaid o el gran conversador
columna: «se descubrió que...»
Es un oasis la prosa y la agudeza de Gabriel Zaid. Su reciente libro, Dinero para la cultura, con giros sorpresivos, datos firmes, humor discreto, inteligencia en prosa clara, es antítesis de un mundo de jóvenes tan perfectamente ancianos que hablan como si hubieran sido adultos en 1935; de señoras que hacen su n-ésima imitación de lo que ellas suponen que es el habla popular, universitarios con playeras del Che: el gran perseguidor de toda disidencia; donde el patrón de Bejarano y Ponce, los corruptos videograbados asaltando, uno, a un empresario, otro jugando en la zona VIP de un hotel VIP de Las Vegas y que llegaba a su trabajo en autos de millón y medio de pesos, ese patrón, declara que “cuando sea presidente, en 2018” (¿o dijo 2081?) irán a la cárcel “todos los corruptos”… y se queda tan campante; de cultos horrorizados de que Vicente Fox hablara de un tal José Luis Borgues, pero no advirtieran que lo llamó novelista (prueba de que tampoco han leído a Borges); el mundo, en fin, de los gesticuladores.
En el capítulo “La lectura como fracaso del sistema educativo” hay datos impresionantes: casi 9 millones de mexicanos han hecho estudios universitarios; pero 1.6 millones nunca ha ido a una librería. A eso añado: hay ciudades de regular tamaño que no tienen ni una sola librería.
¿Por qué propuse esta sección donde trato, a veces sin éxito, de conversar mis entusiasmos: la cuántica, el Big Bang, la inflación del universo en la cien millonésima de billonésima de billonésima del primer segundo? La mera verdad, lo hice por muchos años en La Jornada, donde el pago era tan exiguo que dejaba pasar varios meses para cobrar. Ahora sí me importa porque de eso vivo.
La divulgación de la ciencia es parte del periodismo cultural. La ciencia es placer, pero también llave de la tecnología que se transforma en empleos que se transforman en salarios que elevan el nivel de vida. Ocurrido con la Revolución Industrial en la Inglaterra del siglo XVIII, no parecen entenderlo nuestros gobiernos, sean del PRI, del PAN o del PRD.
Es abismal la ignorancia de nuestros reporteros encargados de reseñar un concierto de la Filarmónica de Jalisco: hacen notas de sociales: “Y las armonías de Mozart se desgranaron del piano hasta llenar el teatro en toda su plenitud”. He dejado de hacer berrinches con no leer y ya. ¿Por qué no transcriben la nota del programa de mano? Aunque sea a veces mala.
Zaid cuenta algo mucho mejor: “Cuando se organizó un coctel en la Galería Ponce para presentar el proyecto de la revista Vuelta y buscar patrocinios, llegaron periodistas y fotógrafos; uno de ellos, que veía atentamente los cuadros, o más bien las firmas, sin encontrar la que buscaba, preguntó por fin: ¿Cuáles son los cuadros de Octavio Paz?”
En un reciente intercambio de opiniones amistosas por Facebook (la nueva cafetería para la conversación) intervino alguien que, por lo visto, siempre lee sin participar, y nos lanzó alguna burlilla sobre lo inteligentes que nos veíamos. Un párrafo de Zaid al respecto:
“En las reuniones amistosas, por cortesía, el nivel de la conversación desciende hasta donde sea necesario para no excluir a nadie. Una sola persona puede hacer que los demás cambien de tema o de idioma. No es fácil que suceda lo contrario […] hasta se expone a parecer pedante” la persona interesada en algo más.
En ocasiones me he desvelado más de lo usual porque un lector inteligente me hace preguntas inteligentes y puedo responderlas. Un lector me preguntó si, con los descubrimientos recientes, el Big Bang había dejado de ser teoría. Me resultó de enorme interés explicar, con detalle, que una teoría no es algo no comprobado, sino una visión de conjunto sobre un aspecto de la naturaleza. Teoría viene del griego theoró= contemplo. La teoría de la evolución está comprobada millares de veces, la de la relatividad, la de la deriva continental. No digamos la de la gravitación…
También acaba de salir la Selected Poetry de Zaid, en edición bilingüe (Paul Dry Books). Le agradezco las generosas dedicatorias.
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