Ley seca y "autodefensas"
columna: «la calle»
Hay turistas también en esta playa,
hay la muerte en bikini y alhajada,
nalgas, vientres, cecinas, lomos, bofes,
la cornucopia de fofos horrores,
plétora derramada que anticipa
el gusano y su cena de cenizas.
…
hay vendedores, puestos de fritangas,
alcahuetes, parásitos y parias:
el hueso, la bazofia, el pringue, el podre...
Bajo un sol imparcial, ricos y pobres.
No los ama su Dios y ellos tampoco:
como a sí mismos odian a su prójimo.O. Paz, de Cuarteto.
Rosario Robles hizo la prueba cuando era jefa de Gobierno del DF: no hubo ley seca en las fiestas de septiembre y, como era de esperar, no subió ningún índice delictivo ni aumentaron los accidentes por conductores ebrios. Nada. Parecía haber dado la puntilla a la institución priista de la abstinencia obligada. No fue así. El gobierno está allí para demostrarnos que tiene el mando.
La función primordial del Estado es proteger a los ciudadanos contra otros ciudadanos menos civilizados o más fuertes. Que no debamos salir a la calle con una pistola al cinto o, antes, con espada y buen entrenamiento en esgrima, si deseamos volver sanos y salvos. No lo hace, y así es como se siente obligado a dar muestras de su existencia con medidas autoritarias. No hay motivo alguno para que un adulto no se beba unas cervezas o tequilas o vinos “porque es Viernes Santo”… Menos aún cuando el gobierno es laico y eso significa que no sigue los mandatos de ninguna religión. Y en la misa católica, el cura sí bebe un vinito.
La humanidad ya sufrió siglos recientes sin Estado, en la más pura anarquía. A la caída del Imperio Romano, definitiva con la ocupación de Roma en el 476 después de Cristo, y el refugio de la ley en el Imperio Romano de Oriente, con capital en Constantinopla, luego conocido como Imperio Bizantino, los países occidentales vivieron la más pura anarquía en lo que se iban construyendo, con sangre, las nuevas naciones. Es la alta Edad Media. El imperio de Carlomagno pone orden en una amplia región luego de 300 años, hacia el 800 d.C.
No es solo defensa de nuestras vidas y bienes lo que pedimos al gobierno, también esperamos tener infraestructura: calles pavimentadas e iluminadas, carreteras, ferrocarriles, aeropuertos y agua para que la industria provea empleos. Para eso admitimos obras en las que no siempre todos estamos de acuerdo: Acapulco no se inundaría ni, al contrario, se quedaría sin agua potable, de haberse construido la enorme presa La Parota para producción de electricidad y control de ríos que se desbordan o quedan secos. Un grupo se opuso y no se construyó. Al inicio de estas vacaciones, con la ocupación hotelera al tope, Acapulco se quedó sin agua. El bien común se argumenta cuando se afecta a particulares. El reconocimiento de estos valores lo debe implantar la escuela pública: otro de nuestros desastres.
Los diversos niveles de gobierno organizaron la salida, y ahora el regreso, de millones de vacacionistas. Pero la compañera Isabel Zamudio, de MILENIO, relata el caso de una familia de veinte personas, entre ancianos, jóvenes y niños que, amontonados entre las redilas de una camioneta de carga, viajaron a Veracruz hasta con un anafre para hacer sus comidas en la playa. Salieron a carretera, con la abuelita entre redilas y niños con la cabeza asomada, sin que “operativo” alguno les impidiera una posible tragedia en la que otros viajeros también podrían perder la vida. Nada: llegaron a Veracruz y encendieron su anafre.
Si concedemos a la autoridad derecho a detenernos cuando manejamos fuera de las normas, es porque ponemos en riesgo a quien las cumple. Pero nada justifica prohibiciones a beber en un lugar cerrado, sea restorán o cantina, con o sin alimentos.
Las autoridades se sienten en falta: no hacen lo principal y entonces inventan ocurrencias aunque esté probado que no traen beneficio alguno, como la ley seca. ¿Por qué la aplicó Miguel Ángel Mancera? Y con tan mal tino que debió irla ajustando con excepciones apresuradas.
Otro tanto ocurre con las autodefensas: no debieron ser necesarias, pero lo fueron. Ahora no las pueden desarmar si no han acabado con quienes de inmediato tomarían represalias. Es entregarlas de manos atadas. Tampoco pueden ser integradas a diversas policías sin un entrenamiento en, no es poco, derechos de los detenidos y reglas con las que la autoridad se distingue de los maleantes.
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