Malverde y "El Chapo"
columna: «la calle»
Las manifestaciones para exigir la liberación de El Chapo Guzmán se han descalificado con pruebas de pagos por asistir, mantas y pancartas de calidad profesional y regalos que se ofrecen en toda manifestación: camisetas, bebidas, comida. Pero entonces debe uno admitir, como hizo El Peje en 2012, que la conciencia de los mexicanos tiene precio barato: 500 pesos, un lonche y un refresco, o una tarjeta Soriana y ya.
Las marchas también pueden ser vistas como índice de la metástasis del crimen en el tejido social. No lo veo así: sería necesario admitir que la mexicana es una sociedad enferma. Es lo contrario. La mexicana es una sociedad sana que se rebela contra una guerra sin sentido ni futuro.
La gente no se vendió a Peña Nieto por una tarjeta para gastar en Soriana. Lo cierto fue que los fieles al Mesías hicieron el numerito de llegar, como masas hambrientas, a arrasar con alimentos. Cometieron un error: para la foto que saldría en el medio afín vaciaron anaqueles completos. Pero nadie con 500 o con 3 mil pesos vacía el anaquel de las salsas o llena de leches el carrito: vaciaban para la foto y dejaron los carritos llenos para que los empleados perdieran el día reacomodando.
Tampoco una joven vestida como cualquier estudiante universitaria, sana y sin mugre, sale por 500 pesos con una pancarta bien impresa que dice: “Chapo, hazme un hijo”. Se mueven las redes de El Chapo, cierto, pero el terreno lo abona una guerra sin sentido y sin final.
Mi padre tuvo una farmacia en la esquina de Alcalde y Herrera y Cairo, Guadalajara, y compraba un frasco de cien Nembutales y unas bolsitas de celofán porque los vendíamos sueltos a quien los pidiera. Era legal, como la codeína en los jarabes para la tos, hoy fuera del mercado. Y sus hijos jugábamos en la amplia banqueta, íbamos a la escuela en camión y nadie había oído hablar de un niño secuestrado para exigir dinero a su familia.
Se ha llegado a la ocurrencia de prohibir los corridos que ensalzan a los narcos. Sería ilegal una de las dos canciones que identificamos con la Revolución de 1910: “La Cucaracha”. Su letra es explícita: “La cucaracha, la cucaracha/ ya no quiere caminar, porque le falta, porque no tiene/ mariguana que fumar”. Como la coca en Bolivia, servida en infusiones vespertinas y galletitas por amas de casa, la mariguana es parte de la cultura popular de México. Cuando María Félix filmó una de tantas historias de la Revolución su título fue La Cucaracha. La mala fama de la mota tenía tinte clasista: la fumaban guachos, cuicos, albañiles. Hasta que llegó a las universidades.
El culto a Malverde en Sinaloa puso en los altares un criminal antes de 1910. El imperio de El Chapo, con su cauda sangrienta, se tambalea si La Casa del Hortelano vende semilla de mariguana por gramos y cada quien cultiva sus plantitas.
No soy de los que suponen que liberar el uso de una droga abate la drogadicción. Tampoco la aumenta. Lo que se derrumba es el mercado. La ley de la oferta y la demanda es imbatible: se establecen controles de precios y surge mercado negro, se prohíbe un producto y su precio se dispara.
La adicción a las drogas no terminará nunca: fue parte de las Panateneas, procesiones en honor a Atenea eternizadas en el friso dórico del Partenón que lord Elgin se robó en buena parte cuando Grecia era turca. Las fiestas en honor a Dímitra, las saturnalias romanas, el carnaval medieval, la poesía francesa del siglo XIX: drogas y más drogas. Las dos Guerras del Opio con que Inglaterra impuso a China la venta (no la prohibición) del opio, tuvieron lugar hace apenas 150 años.
¿Qué nos intimida para salir a la calle como en nuestra infancia? No los drogadictos, sino el secuestro, el robo con violencia, el asalto al café Internet y al restorán, al transporte público lleno de pobres.
Acusando a quienes defienden al Chapo de recibir pagos (verdad al menos parcial) nos vemos como los convencidos de que el mexicano vota PRI por 500 pesos y un lonche. Sería sencillo ganar a quien ofreciera 600 y todos los partidos reciben miles de millones.
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