Después de mí, el Diluvio

publicado el 11 de marzo de 2013 en «Milenio Diario»
columna: «la calle»

 

¿A quién le dan pan, que llore? ¿Quién no llora al gobernante que regala despensas, viviendas, dinero? El hecho es que eso no puede hacerse por siempre. Venezuela ha podido porque tiene petróleo y los precios han sido muy altos. Pero, ¿y la planta productiva de Venezuela? Los daneses pagan altísimos impuestos para tener todos seguridad social, la reina no pasaba arrojando monedas.

Mala señal cuando un pueblo ve al gobernante como salvador que reparte panes y peces porque, a diferencia de Cristo, ningún gobierno ha logrado multiplicarlos por milagro. Lo que hacen es regalarlos mientras la economía resiste. Y luego, como dijo Luis XIV, gastalón rey de Francia: Después de mí, el Diluvio.

Lo vivimos en México: el afán de Echeverría por reconquistar las clases medias trajo aumentos a salarios que no se medían en puntos porcentuales: un 3, 5 10 por ciento, sino en múltiplos de 100: cinco veces más, diez veces más. Como también controlaba el Banco de México, ordenó que el peso no cambiara de paridad. Resultado: las crisis sexenales de México comenzaron con el final del jolgorio echeverrista, sus expropiaciones, sus gastos cargados a deuda. La inversión fue nula y en otro sexenio trágico el peso llegó a 3,000 por dólar. Se hizo polvo. La moneda más baja era la de mil pesos.

Hemos hecho una religión del combate a la desigualdad cuando es la pobreza lo que insulta. Cuando el nivel inferior del ingreso por familia está en la clase media, cuando podemos rentar o comprar vivienda, lo necesario para comer y vestir, darnos una semana de vacaciones, no afecta si la fortuna de Carlos Slim amaneció con mil millones más o mil menos. La desigualdad aumenta si la bolsa lo favorece, disminuye si las acciones bajan. Pero, ¿y?

Marx, el viejo y sabio Marx, tuvo razón: la vía al socialismo pasa por el auge capitalista; por el incremento de la producción que, a partir del desarrollo de ciencia y tecnología, abarata bienes y servicios hasta ponerlos a disposición de los más pobres, que además tendrían empleos. No serían baratos por decreto de un gobernante filantrópico, sino por la ley férrea de la oferta y la demanda: los telares movidos por vapor producían más tela, por eso mismo se abarata y los pobres se compran varias camisas… Luego se expropia. Tres palabras, éstas, al abismo del siglo XX.

Hay países sin pobreza ni expropiaciones: Suecia, Noruega y Dinamarca, monarquías democráticas. Holanda, Bélgica y el Reino Unido, también monarquías, tienen niveles de vida mucho más altos, con todo y propiedad privada, de los que tuvo el bloque socialista. Se ve: el régimen político importa poco cuando es la sociedad la que está a cargo de sí misma, cuando los legisladores diseñan un sistema atractivo para invertir y producir más riqueza, con el paralelo de un sistema fiscal distribuidor, igualador.

Ese alto nivel de vida no es regalo del rey de Suecia. Es el previsto por Marx: capital, ciencia, tecnología y libertades. Y la sociedad se gobierna: demo/cracia. La tan cantada prosperidad de China no se debe a bases plantadas por Mao, sino a que, a su muerte, fue botado su Libro Rojo. China es un capitalismo salvaje con gobierno déspota. Pero también a Mao lo hicieron momia para venerarlo, y lo veneran, no lo siguen. Que otros lo expliquen. Gustave LeBon no trata nada bien al pueblo bueno en su La psicología de las masas.

Lenin intentó un atajo. Se derrumbó en 1989. Stalin siguió el camino y produjo más muertes que Hitler. Se calcula en los 40 millones la suma de los asesinados directos por órdenes del Padre de Todas las Rusias, los muertos en la deportación a Siberia, los campesinos muertos en la colectivización forzosa que dictaba el Catecismo Rojo. Hubo regiones donde se aprovechó la escasa carne de los hijos muertos: canibalismo por hambre: que coman mis dos hijos restantes. Un horror porque el sistema de cultivo debía ser colectivo, por religión, y los métodos agrícolas los dictaba Lysenko, un anti-darwinista en quien Stalin vio un nacionalismo alternativo, el propio del alma rusa. Suena conocido.

Lenin y Stalin fueron convertidos en fiambres para exponerlos a la veneración del pueblo por toda la eternidad. Y Mao. Sólo enterraron sus teorías económicas productoras de hambrunas. Moscú vio kilómetros de dolientes inconsolables a sus muertes. Los vio Caracas a la muerte de Chávez. Ya veremos el Diluvio.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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