Podemos ver la evolución en proceso

publicado el 22 de noviembre de 2009 en «Milenio Diario»
columna: «se descubrió que...»

 

El próximo martes 24 se cumplen 150 años de que Darwin publicó la clave de la diversidad en las formas y funcionamiento de plantas y animales: El origen de las especies. El primer problema que enfrentó su teoría fue la lentitud del proceso evolutivo, en el orden de los miles de años, cuando no de los millones. Pero existen casos, en especies de rápida reproducción, donde es posible ver a la evolución en acto.

Uno de ellos ocurría en plenos días de Darwin: una palomilla gris-café (Biston betularia) que se posa en troncos claros de abedules estaba mutando hacia un color más negrusco en Inglaterra. Nadie lo vio entonces, pero es sencillo de explicar empleando, precisamente, la selección natural. La revolución industrial y su contaminación con partículas de carbón desprendidas de las calderas con que se producía vapor para mover fábricas fue ennegreciendo los troncos, las palomillas más claras fueron más visibles a los pájaros que se las comen, así que no llegaban a adultas y no dejaban descendencia; las que, por variación al azar, eran un poco más oscuras, sobrevivían. El proceso de oscurecimiento se repetía con cada generación, esto es apenas en meses. Pero nadie miró hacia el lugar correcto.

A mediados del siglo XX, cuando las leyes británicas se endurecieron para controlar la polución industrial, los troncos de abedul volvieron a tomar su color claro y ocurrió el proceso inverso: las polillas oscuras resultaron más visibles a los pájaros y etcétera. La especie ha vuelto a ser gris claro. Lo que T. H. Huxley, "el bulldog de Darwin", habría dado por esa observación. Y veamos, de paso, que teoría viene del griego theoró: observo, theoría: vista, con la misma raíz que teatro: espectáculo. Una teoría es una visión del mundo. Las hay plenamente probadas, como la relatividad y la evolución, pero es frecuente confundir el término con hipótesis, lo que aún está "bajo juicio", por comprobarse.

En la Michigan State University se ha conducido un experimento durante 21 años que es la esencia del proceso darwinista. Richard Lenski y sus colegas han publicado en Nature los resultados de su seguimiento de 40 mil generaciones de bacterias. Lenski comenzó en 1988 a cultivar Escherichia colli, bacteria de una célula. "Si alguna mutación genética da a una de estas células ventaja en la competencia por alimento, pronto dominará el cultivo completo", fue su razonamiento: la transformación de una especie por medio de la selección natural.

El proceso es complejo y puede ser contrario a la intuición; "el genoma evolucionaba a una tasa sorpresivamente constante, aunque la adaptación de la bacteria disminuyera mucho. Luego, de pronto, la tasa de mutación saltaba y se establecía una nueva relación dinámica entre genoma y adaptación", comenta Lenski.

Hacia la generación 26 mil, lo que en humanos serían unos 650 mil años (nos saca de nuestra especie y llega a nuestros ancestros homínidos), ocurrió en las bacterias de Lenski una mutación en el metabolismo del ADN, con lo que la tasa de mutación en todo el genoma se incrementó de forma espectacular. El número de mutaciones saltó a 653 por la generación 40 mil, la que en humanos nos lleva un millón de años atrás: al final del primer representante de nuestro género, el Homo habilis e inicio del H. erectus, ancestro inmediato del Homo ni tan sapiens, nosotros.

Muchos de los patrones observados por el equipo de Míchigan ocurren en infecciones microbianas, "y el avance del cáncer es fundamentalmente un proceso evolutivo similar", observa Jeffrey Barrick, quien desarrolló las herramientas de computación para descubrir y validar las con frecuencia complejas mutaciones.

En el artículo de Nature colaboraron científicos de Corea del Sur y de Francia. Jihyun Kim, líder del equipo de genómica, comenta que el experimento "no sólo es útil para entender el tempo y modo de la evolución, además puede servir como marco de referencia para aplicaciones prácticas en biotecnología".

Luego de un millón de años humanos, el experimento de Míchigan continúa. "Como tanto en ciencia, nuestro estudio responde algunas preguntas, pero abre muchas otras", dice Lenski.

Contacto: Mark Fellows y news.msu.edu.

Carlos Briseño

Difícil manejar sus ideas de manera más arrebatada, no leyó en Lázaro Cárdenas cómo deshacerse del ex presidente Calles. Pero lo que decía era sin duda razonable: la Universidad de Guadalajara debe ofrecer, primero, educación a los jóvenes de Guadalajara, elevar el deplorable nivel de sus puercas preparatorias e impulsar en ellas las ciencias duras para responder a la ya próxima revolución industrial basada en física cuántica. Aquí, no en ese pretencioso, fatuo y risible campus L.A. (se pronuncia el-ei), tierra de la Universidad de California y del Caltech, del que corruptos y gallinas callan doblando la cerviz.

 

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