Darwin sospechó el origen de la vida

publicado el 15 de noviembre de 2009 en «Milenio Diario»
columna: «se descubrió que...»

 

Que Charles Darwin propuso la selección natural como vía por la que se crean (y extinguen) las especies, es del conocimiento general. Pero cualquiera que rastree una especie y encuentre ancestros cada vez más diversos y alejados se hace la pregunta ineludible: ¿y cómo apareció el primer ser vivo? ¿Se lo llegó a preguntar Darwin?

Hemos descubierto aminoácidos esenciales para la integración de proteínas, a su vez esenciales para construir un ser vivo como los conocemos, en el polvo de cometas y en las retortas de Stanley Miller a mediados del siglo XX. Eso demuestra que la materia adquiere organización espontánea. Pero ¿vida?

La generación espontánea de los seres vivos pequeños fue una idea común en todos los pueblos. Los terneros nacían de vacas y los potrillos de yeguas, era evidente. Pero no lo era tanto en animales menores. Fue Aristóteles quien demostró que las ranas y sapos no nacían del lodo por acción generatriz del sol: coló varias veces el lodo y descubrió lo que ahora nos parece evidente: huevecillos de rana. Todos los animales proceden de otro semejante, concluyó.

La generación espontánea se refugió en los microorganismos. Desde que el holandés Antonie van Leeuwenhoek (1632-1723) perfeccionó el microscopio y observó minúsculos animalillos nadando en su semen (que obtuvo como todos sabemos hacer), científicos acuciosos demostraron que agua muy limpia de un pozo, puesta en un frasco bien lavado y tapado con un buen sello… también producía microorganismos al cabo de unos días, por muy bien que apretaran el tapón y limpia que estuviera el agua. Luego, había generación espontánea.

El cura y naturalista italiano, Lázaro Spallanzani (1729-1799), al parecer en plena celebración de la misa, tuvo la súbita idea de un experimento que refutaría al también sacerdote católico inglés John Turberville Needham, quien había demostrado que en caldo de cordero muy bien hervido y puesto en frascos cerrados, aparecían microorganismos: prueba cierta de la generación espontánea.

Cuenta el chisme histórico, que el buen cura Spallanzani elevaba el cáliz con la sangre de Cristo cuando, para sorpresa de sus feligreses, echó a correr, pasó por la sacristía despojándose de las vestiduras sagradas y entró a su laboratorio: su idea era hervir un líquido ya sellado en un frasco sin aire y con la boca de vidrio derretida hasta pegarla a fuego. Resultado: no aparecieron microorganismos. El cura inglés respondió que el cura italiano había destruido, con sus feroces cocciones, los "espíritus vitales" contenidos en el agua. Un siglo después, el francés Louis Pasteur acabó para siempre con la idea de la generación espontánea: las bacterias vienen de bacterias semejantes. Pero, entonces, ¿cómo empezó la vida, la primera, la no generada por un ser vivo semejante?

En El origen de las especies, que el próximo día 24 de noviembre cumple 150 años, Darwin evitó el tema. Más aún: en el último párrafo menciona al Creador, quizá previendo la tormenta. Pero una nota de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología señala que un equipo conducido por Juli Peretó, del Instituto Cavanilles, en Valencia, demuestra que en otros documentos Darwin intentó lo ineludible: responder la pregunta que su obra dejaba abierta.

"Todos los seres orgánicos que han vivido sobre la Tierra podrían descender de una forma primordial", desliza en El origen de las especies. Según Peretó, Jeffrey Bada de Estados Unidos y Antonio Lazcano de México, las opiniones de Darwin acerca del origen de la vida se pueden rastrear en su correspondencia personal y en sus libros de notas. El trabajo lo publicaron en el journal Origins of Life and Evolution of Biospheres, octubre de 2009.

"Está bien documentado que la mención del ‘Creador’ fue una adición hecha para cubrir las apariencias y que más tarde había de lamentar", afirma Peretó.

Al equipo dio la clave un comentario en las notas de 1837, donde Darwin explica que "la íntima relación entre los fenómenos vitales y la química con sus leyes hace la idea de la generación espontánea aceptable". Y en una famosa carta enviada en 1871 a su amigo, el botánico y explorador inglés Joseph D. Hooker, Darwin imagina un estanque pequeño y tibio donde la materia inanimada se organizaría a sí misma en materia evolutiva con ayuda de fuentes de energía. Que fue exactamente la idea de Miller en 1953 al replicar en su laboratorio las condiciones del océano y la atmósfera primitivos: con descargas eléctricas, que pudieron ser rayos en el planeta primitivo, creó un sedimento de aminoácidos.

La renuencia de Darwin a tratar en público el tema del origen de la vida también la encuentran explicada los investigadores: pensaba, y con razón, que la ciencia aún no tenía los elementos necesarios para tratar el tema "y que él no viviría para verlo resuelto", concluye Peretó.

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