¿Genocidio?
columna: «la calle»
Peor, imposible: Ahora resulta de que sí hubo genocidio en Tlatelolco, pero no sabemos quién lo cometió. Eso dice, en resumen, el fallo del quinto tribunal colegiado que confirma el amparo a Luis Echeverría por el delito de genocidio.
Vayamos por partes y venciendo la resistencia a hablar de algo miles de veces batido y debatido: el 2 de octubre de 1968, Echeverría era secretario de Gobernación; en la Plaza de Tlatelolco hubo una masacre, matanza, carnicería, homicidio multitudinario, un crimen de Estado. Todo eso y más. Pero el delito de genocidio no se define por la cantidad, sino por la intención. Emplear términos fuera de lugar es abaratarlos, vaciarlos de significado. Genocidio, para información de los magistrados (y magistradas) del quinto tribunal es: "La deliberada y sistemática destrucción de un grupo racial, religioso, político o étnico." ¿Cuál fue ese grupo en el caso de Tlatelolco?
"No exageres... lo que ocurre es que no te simpatiza", respondí al amigo que me informó que el fiscal Carrillo Prieto había sostenido ante los medios que el asesinato de estudiantes de la UNAM y del Poli configuraba genocidio porque son instituciones con el adjetivo "nacional". Creí que era un chiste a costa de las torpezas de la fiscalía, y solté una carcajada. Pero, con pasmo, oí en repetición la nota y ahí estaba quien había logrado superar al fiscal Chapa Bezanilla: pronunciaba separando las sílabas: la Universidad Na-cio-nal... el Instituto Politécnico Na-cio-nal. Me dije: ¿Y la Unión Nacional de Productores de Caña? ¿Y los empleados del Banco Nacional de México? ¿Los de la Nacional Financiera? Asesinar gente de estas instituciones conforma el delito de genocidio, dice la jurisprudencia sentada urbi et orbi por el fiscal especial.
Pues bien, magistrados, magistradas y magistrades nos dicen que, en efecto, la UNAM y el Poli son un grupo étnico, como los Seguros La Nacional, pero que el Ejército Mexicano es tan profundamente estúpido e inútil que, habiéndose propuesto el exterminio deliberado y sistemático de todos los estudiantes de esas escuelas nacionales, ni siquiera lo consiguió.
En la plaza había gente desarmada escuchando, una vez más, las demandas formuladas al gobierno de la república. Un grupo de militares en ropa civil, el Batallón Olimpia según se identificaron después, ocupó la tribuna del mitin (en un tercer piso) y comenzó a disparar sobre la multitud para dispersarla: un crimen abominable. El Ejército regular, que rodeaba la plaza, vio los fogonazos salir desde el lugar que ocupábamos los dirigentes y respondió el fuego. Las fotos muestran soldados disparando hacia arriba, al tercer piso y a las azoteas.
Los dirigentes fuimos detenidos y encarcelados en el Campo Militar No.1: nuevo delito porque no éramos militares. Negaron nuestra presencia allí: otro delito, desaparición forzada. Pero la acumulación de delitos no hace genocidio. Si la intención era genocida, o sea de exterminio deliberado de los estudiantes de la UNAM y del Poli, ¿por qué a los dirigentes no nos mataron, detenidos en Tlatelolco? ¿Por qué tampoco nos mataron en el Campo Militar? Nos entregaron a las autoridades civiles. Y ya en la presidencia, Echeverría nos liberó... también con método ilegal.
En los programas que recordaron el año pasado los 40 años del 68, escuché a varios testigos afirmar que los soldados les indicaron cómo salir de la plaza sin exponerse a las balas que, creían los soldados, disparábamos nosotros, los dirigentes (testimonio que ya le había yo escuchado con asombro a mis amigos, al visitarme en la cárcel); también escuché a ese pozo de sabiduría, el fiscal, ironizar: no nos habían matado en el Campo Militar "porque acusamos de genocidio, no de tontería... ¿Cómo los podían matar con toda la prensa mundial presente para cubrir las Olimpiadas?" Respondo: pues con el mismo cinismo con que cometieron homicidio en Tlatelolco... ante esa misma prensa. Durante los Juegos se dijo que estábamos muertos, pues estuvimos desaparecidos las dos semanas que duraron. Si ya cargaban con la acusación, ¿por qué no cumplirla? El precio en desprestigio ya lo habían pagado.
Curioso genocidio que deja vivos a todos los dirigentes detenidos. Todos, sin excepción.
Retomo el tema extensamente en Otros días, otros años. Planeta.
Derecho a la felicidad
Ya los desquehacerados legisladores engordaron la Constitución con el derecho a la cultura. ¿Y por qué no de una vez inscriben el derecho a la felicidad, bestias?
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