La vida cotidiana antes del 68

publicado en la revista «nexos»
# 368, agosto de 2008

 

Los sesenta antes del 68

 

Se cumplen 40 años del movimiento estudiantil de 1968. Nexos quiere arrojar luz sobre el mismo de una manera elíptica. Primero, un asomo al México de los sesenta antes del 68. Rastrear el ambiente político-cultural de una época, los usos y costumbres prevalecientes, los referentes del quehacer cotidiano, los nombres que en el recuerdo develan un momento ido. Para ello solicitamos a dos dirigentes de aquel movimiento (Luis González de Alba, de la Facultad de Filosofía y Letras, y Gilberto Guevara Niebla, de Ciencias) la recreación de sus recuerdos, y a dos escritores (Rafael Pérez Gay y Antonio Saborit) un ejercicio similar.

 

Post 68

Ofrecemos también dos testimonios de la secuela del movimiento sobre el exilio y el presidio. Gustavo Gordillo (de la entonces Escuela de Economía) salió a París luego de la brutalidad con que el movimiento estudiantil fue agredido desde el poder, y Carlos Sevilla (de Filosofía y Letras) tuvo que pasar más de tres años encarcelado en Lecumberri, luego de que fue atrapado durante la incursión del ejército a Ciudad Universitaria. Antes y después del 68. Dos mundos. Una ejemplar y festiva movilización y la memoria herida a profundidad.

 

La pregunta ¿cómo era la vida cotidiana en México antes de 1968? es paralela a otra: ¿por qué tantos centenares de miles de jóvenes salieron a las calles en manifestaciones y mítines? ¿De veras cree alguien que marcharon, se expusieron a macanazos y la cárcel (nadie sospechaba que también a la muerte) por liberar a dos presos, ferrocarrileros y de diez años atrás, cuyos nombres no conocieron sino en las primeras asambleas? ¿Nombres que yo mismo debí recordar con esfuerzo? ¿O por liberar a los detenidos luego de confusos enfrentamientos en el centro de la ciudad? ¿Porque los granaderos le habían pegado a una manifestación de grupos comunistas...; que eran echados a pedradas cuando querían hablar en Ingeniería o Químicas? ¿Porque también le habían arrimado, y recio, a una manifestación convocada por una organización estudiantil priista y para colmo del Poli?

No era la cárcel de Vallejo y Campa, era la nuestra la que dolía. Enumero con poco orden:

En México no había más partido político que el PRI. Los demás eran bien sus sombras o, en el caso del PAN, una oposición heroica que perdía siempre y dondequiera, sostenían con esfuerzo las cuotas de sus militantes y no parecía crecer ni, mucho menos, que fuera a ganar algo importante jamás. El Partido Comunista no tenía existencia legal y tampoco mucha existencia real, pues su mayor fuerza estaba en algunas escuelas de la UNAM y del IPN. Eran sus tiempos de "soledad de perro", como definiría José Revueltas una noche de entusiasmo y copas durante los mejores momentos del 68.

Para hacer la finta de que había opciones políticas entre las cuales elegir, el PRI había creado y sostenía económicamente algunos partidos incondicionales que, llegado el tiempo de presentar candidatos a la Presidencia, nombraban con alborozo y júbilo...; al mismo candidato del PRI: eran principalmente el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) y el Partido Popular Socialista (PPS), propiedad de Vicente Lombardo Toledano, un líder surgido cincuenta años antes del 68 y de quien mi papá contaba un chiste al parecer común en su generación: que tenía un centenar de trajes, todos finísimos, todos grises...; todos idénticos. Así era siempre el del mismo trajecito gris.

Tampoco el PRI era verdaderamente un partido político. Era la columna electoral del gobierno y su brazo asistencial, integrado por corporaciones afines en todo a la Presidencia de la República; sindicatos de afiliación obligada, primero al sindicato y luego éste en conjunto al PRI. Las corporaciones se integraban en los famosos "tres sectores" del PRI, aún existentes: obrero, campesino y popular. Fuera del PRI, a los dirigentes obreros y campesinos los mataban o los aislaban hasta anularlos. Para los estudiantes había más libertad: a nadie le importaban los maoístas de Ciencias Políticas ni los troskos de Economía o los nebulosos medio guevaristas de Filosofía. Mientras fueran conferencias sobre Marx o periódicos murales denunciando las atrocidades de la guerra de Vietnam, la policía ni siquiera se molestaba en hacer detenciones.

Cuando algunos grupos comenzaban a pensar en entrenamiento guerrillero...; el asunto cambiaba. En 1966 fue detenido el periodista Víctor Rico Galán, mexicano nacido en Galicia, España, que escribía cada semana en Siempre! discretas notas de espíritu pro castrista. Con él cayó todo su grupo de aspirantes a subir a la sierra. En la UNAM no pasó nada: algunos grupos hicimos un par de mítines en nuestras escuelas, denunciamos en los pasillos el carácter irreversiblemente reaccionario de la burguesía (porque no permitía que una futura guerrilla le quitara el poder e instaurara el socialismo) y de vez en cuando los recordábamos en "periódicos murales".

Las elecciones federales, estatales y municipales las organizaba el PRI, los votos los contaba el PRI y al final ganaba el PRI. Las federales tenían al secretario de Gobernación como presidente de la organización electoral. El PAN no había conseguido siquiera imponer el uso de urnas transparentes, así que en muchas ocasiones llegaban, antes de abrir las casillas, "embarazadas": llenas de votos a favor del PRI. Las autoridades de casilla las nombraba el PRI, impedían la presencia de observadores que no fueran del PRI o sus satélites, no pocas veces a punta de pistola. La explicación era simplona: ellos eran los guardianes de la Revolución de 1910, la de Reforma y la de Independencia; pero la astuta derecha no cejaba en sus intentos de engañar al pueblo y urgía cerrarle el paso, si era necesario a la fuerza: "¡No pasarán!".

¿Dónde...; dónde hemos oído algo muy semejante en los últimos años? Cuando era evidente que, con todo y carecer de campaña (por falta de fondos y cerrazón de los medios), de representantes en casilla y hasta de voces en la prensa, el PAN había ganado una diputación en un pueblo de Chihuahua, las urnas eran robadas por "desconocidos" y la autoridad de la casilla agraviada levantaba el acta correspondiente. Pero si el priista derrotado no las tenía todas consigo en el estado o en el centro, se permitía el triunfo del panista y no había robo de urnas. Así, además, se mostraba al mundo un Congreso plural, donde había tres o cuatro diputados del PAN. La Revolución mexicana era pues más generosa que la cubana, que no dejaba, y no deja todavía, ni un solo puesto a los enemigos del pueblo.

La elección presidencial debía ser revisada por el Congreso, el recién elegido, mismo día y misma elección que el presidente. El nuevo Congreso se constituía en Colegio Electoral y proclamaba el triunfo del pueblo sobre las fuerzas de la derecha maligna. No se revisaban votos ni se cotejaban actas. Era una ceremonia de coronación previsible hasta en los detalles de los discursos.

Para que eso subsistiera debía evitarse el surgimiento de prensa independiente. Los diarios publicaban los boletines oficiales de cada dependencia. Esto facilitaba la lectura diaria: era lo mismo leer uno que otro periódico, y el motivo para preferir alguno eran sus mejores premios en la rifa semestral para suscriptores. Para asegurar la disciplina, el gobierno tenía un monopolio más vital que el que ahora conserva sobre Pemex: el papel. Nadie, sino "la nación", o sea el gobierno, podía importar papel para imprimir su periódico o revista. Debía acudir a la PIPSA donde, si algo no había gustado en Gobernación, resultaba que ya no había papel.

No estaba mal que en la prensa escrita hubiera algunas voces independientes y hasta críticas: eso demostraba que había democracia. Pero la radio y, sobre todo, la televisión, eran rigurosamente vigiladas. Los noticiarios pasaban por la censura de Gobernación, pero los programas en vivo (entonces una buena parte) eran un riesgo. El Loco Valdés hizo un chiste en el Año de Juárez: "¿Ya saben quién es el presidente bombero?"...; "¿No?... pues Bomm-berito Juárez"... Le cancelaron el programa, uno de los más vistos por entonces.

Si el chiste hubiera sido sobre el presidente en funciones o, peor aún, sobre la primera dama, lo matan. Hacer mofa del ceceo de una Marta Sahagún de la época no era siquiera imaginable. López Tarso, vestido de charro, declamaba un poema bucólico-ranchero una vez por semana en el noticiero del Canal 2. Siempre añadía: "Ya ves, paloma...;" bla, bla. Cuando subió a la Presidencia Miguel de la Madrid, su pálida y silenciosa mujer se llamaba Paloma. A los pocos días, sin explicación alguna, el charro dijo su poema y terminó: "Ya ves, gaviota...;".

Los libros importaban mucho menos que diarios y revistas porque es un hecho sabido que en México nadie lee, y menos aún libros. Así que Marx y Engels se encontraban en las librerías más comunes entonces, las de Cristal. El Capital, en tres tomos, lo lanzó el Fondo de Cultura Económica, editorial dependiente del gobierno. Lenin también se conseguía. Editoriales como Era y Siglo XXI publicaban lo mismo biografías de Stalin y Trotsky que ensayos sociológicos sobre la pobreza: eran por y para universitarios.

Pero hasta en libros hubo un límite al llegar a la Presidencia de la República Gustavo Díaz Ordaz: cuando el FCE publicó Los hijos de Sánchez, el ensayo novelado de una familia pobre, "una autobiografía de la pobreza", el escándalo lacrimógeno de las voces que veían malquerencia contra México y complot levantado, como siempre, por extranjeros —un pinche gringo, Oscar Lewis, el autor, y un pinche argentino, el director del Fondo, Arnaldo Orfila—, logró la renuncia de Orfila. De esa renuncia y el nutrido apoyo intelectual, surgió la editorial Siglo XXI. Fue el primer distanciamiento del presidente Díaz Ordaz con la inteligencia.

Si radio y televisión estaban vigiladas, más lo estaba el cine, con toda su producción en manos del gobierno y del sindicato, que es del PRI, o sea del gobierno. La Dirección General de Cinematografía, dependiente de la Secretaría de Gobernación, revisaba argumentos y enviaba representantes a la filmación. El cine extranjero se exhibía a un comité de censura previa. Allí se quedaron muchas escenas de películas exhibidas con tijeretazo, pero se atoraron muchas otras por completo, entre ellas Gigante, del ya entonces mítico James Dean, Liz Taylor y Rock Hudson. ¿El motivo?, que hablaba mal de México.

Ahora que la pasan hasta por tele puede uno ver que hay hasta defensa, hecha a golpes por Rock Hudson, de su mujer mexicana, que no es insultada, le hace apenas una broma de mal gusto un mesero pesado: "¿Y a usted le traigo tamalis?". Cuando pasó al cine Los hijos de Sánchez tampoco se exhibió "porque trata de una familia mexicana pobre". Qué íbamos a pensar de nosotros mismos aquí, en México, porque fuera del país no alcanzaba el brazo de nuestra censura.

En 1964, en plena UNAM, todas las muchachas del entonces Colegio de Psicología llevaban vestido, medias, zapatos de tacón y peinado esponjoso a la Sandra Dee. Era raro que un joven llevara vaqueros; ninguno, por supuesto, se habría atrevido a llevar huaraches. Eso comenzaba a ocurrir por la tarde, en las carreras de Letras y Filosofía, pero se veía mal.

En el Instituto de Ciencias, la escuela jesuita de Guadalajara, los vaqueros sólo estaban permitidos a los norteños, origen que se debía probar para no ser rechazado en la puerta. También en Guadalajara, los patrulleros traían tijeras. Cuando veían a un "greñudo", así no lo estuviera más que el presidente López Portillo quince años después, lo detenían, lo echaban sobre la patrulla y lo trasquilaban. Si se movía, le mochaban un pedazo de oreja.

¿Comisiones de Derechos Humanos para presentar quejas por estos abusos? Nadie había oído ni siquiera el nombre de eso.

Las manifestaciones, permitidas por la Constitución siempre que sean pacíficas y ordenadas, en la práctica siempre resultaban prohibidas por la policía porque era necesario solicitar previamente un permiso y señalar día, hora y recorrido. Con el permiso sellado, también las autoridades podían cambiar de opinión y apalear una manifestación que simplemente marchaba por donde se le había permitido.

Eso se ha visto como el fulminante del movimiento estudiantil del 68: no una sino dos manifestaciones permitidas fueron concienzudamente apaleadas, una organizada por la FNET, corporación priista para control estudiantil en el IPN, y otra por grupos de izquierda que cada año celebraban el 26 de julio con idéntico recorrido e idéntico escaso éxito.

El rock era, según el color de quien hablara, una manifestación diabólica para la derecha, y una manifestación del agringamiento de México para la izquierda. Ambas, derecha e izquierda, coincidían en que debían impedirse esos conciertos en nuestro país, al que el presidente Gustavo Díaz Ordaz habría de referirse en su informe presidencial correspondiente a 1968, como "un islote intocado".

Cuando uno de sus hijos le salió rockanrolero al presidente, un grupo de empresarios pensó que, asociados con él, podrían poner en México la obra musical de moda en Londres, Nueva York y el mundo: Hair, donde, oh soponcio, era fama que al final aparecían todos los actores, actrices y hasta tramoyistas...; totalmente encuerados y de frente al público, a cante y cante. Decidieron que el estreno debía hacerse en Acapulco. Pagaron los millonarios permisos, invirtieron otros millones en producción, ensayaron meses. Todo iba bien porque tenían con ellos al Díaz Ordaz Jr. El día del estreno les clausuraron el teatro. No la pusieron entonces ni después, jamás.

La llegada de los Beatles hizo que la gente mayor modificara ligeramente su mala opinión sobre la música juvenil: "Yesterday" y "Michelle" no eran tan malas ni ruidosas. Pero no querían saber nada de los Rolling y su "Satisfaction" que no logran. Se decía que tenían pacto con el diablo. Los condenaban en las iglesias y en los hogares.

Alguna vez fui, con otros de mi grupo político, a visitar a un famoso filósofo marxista. Su hijo acababa de llegar de Londres, cuando decir "Londres" era una fantasía juvenil inalcanzable, y traía el último disco de los Beatles: Revolver. Se asomó a saludar, apenas sacó la cabeza y la metió en diez segundos cerrando la puerta de su habitación. Se hizo un penoso silencio que rompió el admirado filósofo: "Es un joven con problemas", dijo, y el silencio persistió. Esos diez segundos nos habían bastado para constatar que el joven no tenía problemas, sencillamente era mariconcísimo. Pero el padre, rodeado de Marx y Engels en alemán y en todas sus diversas ediciones, quedó abrumado.

Cuando Inglaterra derogó las leyes que criminalizaban los actos homosexuales aunque se realizaran en privado y con otro adulto consintiente, un diario vespertino llenó, ya no digamos sus ocho columnas, sino la plana entera con letras enormes: "Los lilos despenalizados en Inglaterra", o algo similar. Aturdidos por su alarma, no sabían los redactores que en su querido y macho México siempre había sido así: nuestras leyes nunca han considerado delito la homosexualidad entre adultos. En eso llevábamos ventaja de siglos a Inglaterra. Pero, con o sin leyes, la policía, aquí, ha sido mucho más feroz en la persecución de homosexuales; clausura bares porque dos hombres que se besan son prueba de "tendencias a la prostitución", dicen las actas de inspectores que logran ver las tendencias, por definición invisibles.

La izquierda de México también es mexicana, afirma muy orondo Perogrullo, y por ende se le siguió atragantando el asunto de la homosexualidad todavía por más de un decenio, hasta que llegó la moda de las "mesas redondas" sobre el tema en la televisión...; y tuvo rating. El 2 de octubre de 1978 se recordaron los primeros diez años de la tragedia con una gran manifestación que concluyó en Tlatelolco, ante el temor generalizado y los recuerdos como alud. En el mismo lugar donde instalamos aquella tarde nefasta los aparatos de sonido, los volvimos a instalar: terraza del tercer piso del edificio Chihuahua. El maestro de ceremonias iba anunciando el arribo de cada escuela, grupo, partido. En eso apareció sobre la Plaza de las Tres Culturas la enorme manta que portaba el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria, con muchos militantes detrás, serios y sin lentejuelas, como cualquier otro grupo participante. En los megáfonos se oyó: "Y ahora hace su entrada el Frente...; (gulp)...; el Frente...; de Acción Revolucionaria". No pudo pronunciar la palabreja. Hace ya treinta años. Creo, o quiero creer, que ahora la diría con el añadido: "Los compañeros del Frente Homosexual...;".

Pero siempre es bien visto decir que estamos peor, y eso vende mucho, aunque todos los datos lo nieguen.

Las fiestas sabatinas de los jóvenes eran de traje. Y eso quería decir saco y corbata, no aportación de botella. De aborto, prostitución y homosexualidad no se hablaba en la mesa. Cuando se veía la puntita de un tema de éstos en el horizonte, un súbito silencio cubría a los comensales como segundo mantel que cae del techo.

Ese era México. Por eso no creo, y quizá nadie ha creído nunca, que tantos centenares de miles de jóvenes se movilizaran, en todo el país, para sacar de la cárcel a dos presos viejitos cuyo nombre nadie sabía. Yo tuve que explicar en la asamblea multitudinaria de Filosofía y Letras quiénes eran Demetrio Vallejo y Valentín Campa, y por qué los añadíamos a las demandas iniciales...; pero antes confirmé algunos datos de los que no estaba muy seguro. Sabía de Vallejo porque desde la prepa leía la revista Siempre!, pero no mucho de Campa. Creo que le pregunté a Roberto Escudero.

Queríamos que se castigara a los jefes policiacos que habían golpeado a los peleoneros de la Ciudadela (aquella legendaria "cascarita" de futbol que, decimos con mecanicismo evidente, desencadenó todo), aporreado a los manifestantes del 26 de julio, y a los alumnos de la Prepa 1, donde las cosas habían llegado hasta el bazukazo con que el ejército derribó la puerta. Eso se arreglaba con alcohol y curitas, el bazukazo con una disculpa a la UNAM y un llamado al INAH para reparar la centenaria reliquia. No hubo ni disculpas ni curaciones, el rector puso la bandera a media asta en la Rectoría y marchó al frente de la primera manifestación con todas las autoridades universitarias a su lado.

Pero después, ¿por eso mismo marchó el país entero, desde Sonora hasta Yucatán durante dos meses? Con todo respeto, como dice ya saben quién, con todo respeto: no mamen. Lo que pasó es que nos estábamos asfixiando en el "islote intocado".

 



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