Darwin + Mendel + Watson + Crick = Evolución
columna: «se descubrió que...»
A quienes propusieron que las especies se modifican, desde Aristóteles a Lamarck, les faltó el cómo, descubierto por el joven Charles Darwin: by Means of Natural Selection, explica en 1859 el remate del título El origen de las especies. La selección natural, esa acción que elige, de entre una gama disponible de cada progenie, ciertos organismos y no otros es la ruta por la que las especies se transforman, cambian.
Pero a Darwin le faltó también otro cómo. La selección natural debe tener material sobre el cual elegir, variedad, por ligera que sea, para preferir a un hermano sobre otro. Son las mezclas de genes y las mutaciones la oferta para que pueda haber selección de unos ejemplares con preferencia de otros. Ciertos organismos tienen características que, en ese medio y momento, les dan ventajas para sobrevivir y dejar a su vez mayor descendencia que otros hermanos. Unos se ajustan mejor que otros a las exigencias de la sobrevivencia.
En síntesis, ¿cómo hereda la polilla salpimentada (Biston betularia) grises más oscuros o más claros que luego, dependiendo del color de los troncos, dejarán descendencias más o menos visibles a los pájaros que se las comen? En la contaminada Manchester, Inglaterra, la variedad oscura alcanzaba 99 a 1 para 1898. Un rápido cambio evolutivo que estaba ocurriendo ya en los días en que la prensa exigía a Darwin un ejemplo. La solución, en 1859, habría sido: los pájaros son los agentes de la selección natural porque se comen las más visibles. Pero eso no explicaba la aparición de adecuados tonos de gris. ¿Cómo ocurría eso en insectos muy alejados de la búsqueda consciente de un buen disfraz?
Las leyes de Mendel
La respuesta la tenía ya por ese año el monje austriaco Gregor Mendel. Desde 1856 se entretenía jardineando con plantas de chícharo en tallas y colores varios. Así descubrió las leyes de la herencia y propuso un vehículo, que denominó "unidades de herencia", ahora llamadas genes, por el que los rasgos de una generación pasan a otras según sencillas leyes estadísticas. Sus resultados los publicó en 1866 en el artículo "Experimentos con híbridos de plantas"... que no tuvo impacto y muchos no entendieron. Mendel dejó la jardinería cuando fue nombrado abad del monasterio, y murió en 1884 sin ser reconocido por sus trabajos pioneros. Su obra fue redescubierta 34 años después de publicada, en 1900, de manera independiente por tres diversos naturistas.
Pero el gen de Mendel es una abstracción, un "algo" que se transmite de unas plantas de chícharo a otras y que puede ser "recesivo", dijo, al ver que flores blancas podían dar origen a rojas si las había habido en generaciones previas, así como un niño puede heredar el color de ojos del bisabuelo, que no tienen ni el padre ni la madre. La rápida maduración del chícharo de olor permitía seguir en poco tiempo el rastro de muchas generaciones y descubrir, así, las combinaciones genéticas.
Watson y Crick
Mendel tampoco supo el cómo se producía el mecanismo de la mutación; cómo los genes, por azares en el copiado, pueden modificarse de una célula reproductora a otra. El mecanismo por el que ocurren las mutaciones, necesarias para la selección natural, y para la modificación de las especies, no fue conocido hasta 1953, cuando Francis Crick y James Watson descubrieron, en el núcleo de cada célula, la molécula de ácido desoxirribonucleico enrollada apretadamente en los cromosomas, el ADN. Casi un siglo para desvelar el cómo exactamente ocurre la selección natural.
El problema religioso mayor con la evolución por selección natural no es que no deje lugar a la acción divina, pues ya desde Pierre Teilhard de Chardin hay religiosos que la proponen, y desde Pío XII la Iglesia católica la acepta como el posible método elegido por Dios para la diversidad de la creación. No, el problema es que no deja lugar para la bondad divina: la naturaleza no es siquiera cruel, es impasible. No la conmueve el piar del gorrioncito caído del nido, ni la estéril defensa del cachorrito de león ante el león adulto enemigo, tampoco los gritos de una madre humana a la que un hijo pequeño se le ha caído a un pozo profundo. Sólo elige: ciertos niños de ciertos padres mueren más que otros. Punto. Los escandinavos recurren a una fórmula: el silencio de Dios, para explicar esta impasibilidad ante el dolor.
Así comprendemos también el porqué de la reproducción sexual: responde más rápido a cambios bruscos del medio. La mezcla de genes maternos y paternos da un abanico mayor de elección a la naturaleza. Pero, como todos sabemos, trae complicaciones que no padecen los seres de tranquila reproducción asexuada. Y entendemos por qué las especies cambian a saltos, permanecen millones de años sin variar, como el tiburón, casi idéntico desde que había dinosaurios, luego viene un súbito delirio de especiación. Es el añadido que la biología moderna hace a Darwin con Dobzhansky, Mayr y todo el neodarwinismo.
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