Quiero salir a matar...
columna: «la calle»
Dicen voces muy sensatas, y con razón, que la ley no puede igualarse a los delincuentes y emplear sus métodos. Como no soy cuerdo ni sensato no impondría la pena de muerte a los secuestradores, por inútil, pues primero hay que atraparlos, y se escapa impune 96 por ciento de los delincuentes. Lo que reinstalaría es la guerra sucia: al escaso 4 por ciento lo mataría, haría videos de sus torturas y quemaría las casas de sus putas madres.
No lo hago por dos razones: 1. Temor a la ley. 2. Temor a equivocarme. Ya una chusma enardecida, azuzada por provocadores del EPR, linchó a tres policías y quemó vivos a dos en Tláhuac. Así concluyó la trayectoria de Ebrard al frente de la policía capitalina: destituido luego de que argumentara incapacidad para llegar a donde habían llegado hasta las televisoras.
Nuestro problema con la delincuencia no es la falta de rigor en las leyes, sino la total impunidad del crimen. Y la impunidad se da por dos razones: 1. Impericia abyecta de la policía. 2. Corrupción y contubernio con el crimen. De la policía salen a nutrir las filas del hampa, y en el hampa contratan nuestras autoridades a los policías. Es el círculo de hierro que nos tiene en manos de la delincuencia. El PRI lo creó; el PRD, al fin PRID, lo usa a fondo para obtener carne de mitin e ingresos.
Es una mentira vil contra los pobres la que propala con descaro El Loco López: que la política económica ha empobrecido al país al grado de lanzar a los más humildes a sobrevivir del asalto y el secuestro. Es una postura repulsivamente derechista de quien se dice (y le creen) de izquierda. En todo asalto y secuestro hay policías o ex policías bien armados, tecnología, dinero invertido.
Eso ocurre porque la blandenguería lacrimosa ha prosperado desde 1968: la oratoria pobrista que enseñamos los sesentayocheros arraigó con furor en un país tan profundamente estúpido que ha hecho su más alto héroe a quien llevaba por nombre Águila que Cae… y cayó. No interesa el águila que asciende: es la que cae abatida la que arranca solidaridad, y en esa tierra bien abonada nuestra prédica floreció.
Impusimos en 68 nuestro derecho a marchar por las calles en manifestaciones pacíficas, ahora se pueden bloquear avenidas y carreteras cada que un grupo político (o de vecinos) se enoja por algo.
Hemos gritado a los cuatro vientos que no tiene la culpa el delincuente sino el que lo hace, ¿y quién lo hace si no es el sistema social?, lloriquean. Violo y mato porque fui niño golpeado… pero muchos golpeados no violan ni matan. No es hambre la que lleva a exigir seis millones de dólares por un jovencito de 14 años cuyo padre logró levantarse, de vender uniformes deportivos a llenar el país con tiendas Martí y gimnasios. Lo mataron porque sobrevivió el único testigo, lo cual nadie sabía… salvo los más altos mandos policiacos del DF, cómplices del crimen.
"¡No me importa –chilló Alice–. Eres tú la que no entiendes nada. Ya me han contado todas las malditas infancias desgraciadas que estoy dispuesta a escuchar. La gente no para nunca… Personalmente, pienso que las infancias desgraciadas son el gran engaño, la gran excusa…". Doris Lessing (Nobel 2007): La buena terrorista.
Los más robados no son los ricos, como sugiere con perverso colmillo El Loco López, sino los pobres: los asaltan en el camión, en el paradero, en calles sin vigilancia porque los policías están repartiendo volantes contra la inversión de capitales (aunque nadie desea invertir donde le pueden asesinar al hijo), los mata la policía de Ebrard en la disco para pobres.
Los melindres ya alcanzan límites de risa. Nos merecemos lo que nos está ocurriendo. Lo hemos estado pidiendo a gritos. Cada que justificamos maestros que se niegan a hacer exámenes, alumnos que exigen paso automático a las escuelas, luego al empleo y por último a la jubilación; cada que aceptamos un bloqueo de calles o argumentamos que "al delincuente lo hacemos", cavamos un poco nuestra propia tumba, la de nuestros seres queridos. Debería ser delito esa apología del crimen diseminada por sociólogos.
El gobierno federal está absorto en el combate contra la droga. Pero no es la droga, sino su prohibición lo que produce la guerra de pandillas, la corrupción de la policía y las enormes utilidades. Si aceptamos el derecho de los adultos a meterse cuanto les venga en gana, podremos dirigir esas fuerzas contra la delincuencia que invade ya todas nuestras instituciones.
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