La moral está en el cerebro
columna: «se descubrió que...»
Nuestro cerebro prefiere desperdiciar... con equidad. En Science del viernes pasado, Greg Miller publica un brillante ensayo: "The Roots of Morality". No se lo pierda. Es extenso, revisa desde aspectos filosóficos hasta las novedades de los últimos años en neurobiología y sus relaciones con los procesos cognitivos.
Miller menciona el más reciente estudio al respecto, publicado también este viernes en la versión en línea de Science. Mientras los cerebros de los participantes eran observados con fMRI (que permiten ver al cerebro en vivo y trabajando), el equipo encabezado por Ming Hsu analizó las respuestas a dilemas como éste: si las condiciones al repartir comida lo exigen, qué prefiere usted ¿reducir su porción a un solo niño, o reducir el total de comidas, pero distribuyendo las pérdidas?
Es el viejo dilema de la izquierda: Cuba es más pobre que México, pero su pobreza está repartida al parejo En otros términos: más alimentos, aunque peor repartidos, o menos alimentos destinados a todos. El hambre de uno o el hambre de todos. ¿Prefiere la eficiencia o la equidad?
Los dilemas morales no son nuevos y circulan profusamente: a quién lanzar al mar cuando una balsa zozobra por peso excesivo de sus ocupantes; los sobrevivientes de un avión accidentado ¿pueden comerse a un herido para no morir todos? Si la pregunta es acerca de un cadáver, hay poca duda: ya ha ocurrido. Un equipo de la Universidad de Virginia toma una aproximación experimental al investigar la moral, tema de incontables disertaciones filosóficas y psicológicas en las que hay poco acuerdo. Uno de los coautores del estudio, Jonathan Haidt, sostiene que la gente se fía en la reacción de sus tripas más que en la de la razón al elegir entre lo correcto y lo incorrecto. No es sino después de haber tomado la decisión cuando se emplea la razón para justificarse. No es muy distinto de lo que ocurre al visitante de un museo al toparse con pinturas que lo afectan, aunque no logre explicar el porqué. Hay un creciente consenso, entre investigadores, de que los juicios ocurren muy rápido y el razonamiento consciente explícito no ocurre "where the action is", dice Haidt.
Estos automatismos sugieren que el cerebro humano posee instintos morales interconstruidos (built-in). Los neurocientíficos han encontrado mecanismos neurales subyacentes. (Un par de libros maravillosos al respecto: El error de Descartes y En busca de Spinoza, de Antonio Damasio). Que la moral se matiza en cada cultura es evidente hasta lo trivial. Pero hay el equivalente moral de esa gramática generativa de Chomsky expresada en millares de idiomas. La moral puede así observarse bajo la lente de la evolución.
En el estudio de la repugnancia por ciertos actos se ha empleado el dilema del tranvía: un tranvía sin control va directo hacia cinco trabajadores inermes, la única forma de salvarlos es mover una palanca que cambia la vía... y mata sólo a uno. ¿Usted la mueve y salva a cinco... al precio de uno? O prefiere dejar la responsabilidad al azar y la fuerza de gravitación. Quizá la mueve. Pero, si la única forma de salvar a los cinco es arrojar a un gordo al paso del tranvía... Es lo mismo en resultados; no lo es para el cerebro.
Son opciones no muy realistas. De ahí que se prefiera observar imágenes del cerebro ante elecciones posibles. En el artículo en línea citado, Ming Hsu, Cedric Anen y Steven R. Quartz, investigadores de la Universidad de Illinois y del Instituto de Tecnología de California, escanearon cerebros de voluntarios mientras decidían un caso real de cómo distribuir donaciones para un orfanato en Uganda.
Se dijo a los participantes que cada niño recibiría el equivalente monetario de 24 comidas, ayuda real ofrecida por el equipo. Algunas comidas deberían eliminarse de las porciones. En un caso, podían tomarse 15 comidas de un solo niño; o bien, 13 comidas de uno y 5 de otro, con pérdida de 18. En el primer caso, las comidas perdidas son menos, pero la reducción recae en un solo niño. En el segundo, reciben menos comidas, pero la pérdida se reparte. De forma abrumadora, los participantes prefirieron entregar menos comidas con mayor reparto de las pérdidas. La inequidad les pareció más intolerable que la ineficiencia.
Los escaneos cerebrales mostraron que algunas regiones cerebrales —ínsula, putamen y núcleo caudado—se activaron de diversa manera y en diversos momentos del proceso, dice Hsu. La ínsula varió en relación a los cambios de equidad; el putamen, con cambios en la eficiencia. El núcleo caudado pareció integrar ambos aspectos una vez que la decisión estaba tomada.
Los resultados muestran cómo el cerebro codifica dos consideraciones centrales para el cálculo de la justicia distributiva y arroja luz al debate entre razón y sentimiento. Ver.
0 animados a opinar:
Publicar un comentario