El 1 de enero no comienza nada
columna: «se descubrió que...»
Llevamos una cuenta de los años absolutamente estrafalaria. Si fuera cierto (que no lo es y nadie lo afirma seriamente) que Cristo nació el 25 de diciembre, ése debería ser el día 1 del año.
El actual día 1 tampoco está relacionado con el curso de la Tierra en su órbita. Una buena fecha para iniciar el año sería el primer día en que el sol, luego de subir cada vez menos en el firmamento durante seis meses(junio a diciembre), vuelve de nuevo el ciclo de subir; dicho de otra forma, luego de seis meses en que los días son cada uno más corto que el anterior, pasan a ser más largos que el anterior. ¿Qué mejor fecha para comenzar el año que cuando se emprende el ascenso solar? Es el día en que ocurre el solsticio de invierno.
Exactamente por ese motivo los pueblos precristianos celebraban el "nacimiento" del sol, su re-nacimiento anual. Encendían fogatas en las colinas para que ese fuego, por magia homeopática o contaminante, se transmitiera al moribundo dios solar y lo vivificara. El árbol que siempre permanece verde en los climas templados y fríos, el pino, era visto como símbolo de vida eterna y se decoraba con figuras de frutos para que, también por magia contaminante, los árboles rindieran abundante cosecha.
Éstas fueron ceremonias que los humanos comenzaron a celebrar desde que dejaron el nomadismo y de cazadores-recolectores se transformaron en agricultores y pastores. El proceso ocurrió por primera vez sobre el planeta hace unos 10 mil años en la región del medio oriente llamada Creciente Fértil: por donde ahora se encuentran Siria, Irak e Israel. Allí modificaron los genes de hierbas silvestres para transformarlas en trigo y cebada. El proceso era lento, pero igual a la modificación genética que ahora Monsanto consigue de una cosecha para otra, con torpe e ignorante enojo de ecologistas despistados.
Los grupos humanos que, en su camino "fuera de África", tomaron las vías del centro y sur de Asia para establecerse en la China de hoy, reinventaron, unos mil años después, la agricultura del arroz a partir de otra hierba silvestre. Y los siberianos que cruzaron Bering hacia América, crearon el maíz, cinco mil años después, a partir del teosinto.
Todos los pueblos que debieron esperar una cosecha terminaron por fundar ciudades y estudiar los movimientos del sol. Así descubrieron el ciclo anual de días que aumentan y días que disminuyen. Dos fechas eran de importancia vital para la agricultura: cuando los días comienzan a durar más o solsticio de invierno, y cuando el día alcanza en duración a la noche, el equinoccio de primavera. Sin tales datos, el agricultor no sabe cuándo sembrar. No es difícil obtenerlos, sólo se tardará usted un año. Haga esto: mire desde una ventana al poniente el momento de la puesta del sol y señale con una raya en el alféizar o anote debajo de cuál tinaco se mete el sol. Verá que se mete seis meses cada día más al norte, se detiene, y luego regresa para meterse cada vez más al sur. Las marcas en las que el sol se detiene y regresa señalan los solsticios de invierno y verano.
Los pueblos primitivos hacían otro tanto marcando con piedras esos puntos del ocaso. Las piedras fueron cada vez mayores para asegurarse de que nadie las moviera y, bueno, pues así tenemos Stonehenge y muchos otros observatorios solares prehistóricos.
Cuando nació un niño pobre, hijo de un carpintero, en Belén, nadie anotó la fecha, ni con el calendario judío ni con el romano (pues ya Israel era provincia del Imperio Romano). Los cristianos siguieron llevando la cuenta de los años según la empleada en cada región. Con el paso de los siglos ya nadie supo el año ni menos aún el día precisos. Hacia el año 336 después de Cristo, los cristianos primitivos comenzaron a celebrar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, pues todo el Imperio se echaba a las calles por las fiestas del nacimiento del sol, el dios-niño.
No fue sino hasta el 525 d.C. (que nadie llamó entonces de esa manera, sino 1278 "ab Urbe cóndita": de la fundación de Roma), cuando un obispo de Roma (que tampoco era cabeza de todo el cristianismo, sino un obispo entre iguales), ahora conocido como papa (que en griego sólo significa "sacerdote") Juan I, encargó a un monje y astrónomo llamado Dionisio y apodado El Exiguo por chaparrito, que calculara el año del nacimiento del Mesías. El buen Dionisio tomó datos de los evangelios: el reinado de Augusto, etc. Pero, entre que quizá no consideró los años en que Augusto gobernó con el nombre de Octavio, o que eliminó los cuatro años en que Diocleciano favoreció a los cristianos con el mayor número de mártires, el caso es que puso el nacimiento de Cristo en el 753 de la fundación de Roma. El nacimiento de un niño pobre nadie lo anota; la muerte de un rey, sí. Y Herodes, tras la matanza de niños para dar con Jesús, murió en el 750. Lo cual resulta que Cristo nació entre cuatro o más años "antes de Cristo".
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