La profecía que todos cancelamos
columna: «la ciencia en la calle»
La que se cumple a sí misma
Los psicólogos sociales llamamos "la profecía que se cumple a sí misma", al efecto producido por una afirmación repetida. Ejemplos: 1. Un esposo enfermo de celos acusa continuamente a su mujer de serle infiel. Los continuos accesos de furia, discusiones y arrebatos cansan a la mujer que, diez años después, se consigue un amante. El esposo se entera y comprueba así que siempre ha tenido razón. 2. Los rumores sobre una próxima devaluación del peso llenan los bancos de compradores atemorizados, las compras agotan las reservas y el peso debe ser devaluado. 3. "Se agotará la gasolina", sostiene un diario, las gasolineras se abarrotan de clientes llenando el tanque y la gasolina por supuesto se agota.
Las profecías canceladas
Existe un fenómeno exactamente inverso: la profecía que todos conseguimos prevenir. Una secta anuncia el fin del mundo para hoy 17 de junio a las cinco de la tarde. Los miembros de la secta se juntan a las faldas del Popo guiados por el profeta. Allí forman un círculo de fuerza mental uniendo sus manos y elevando oraciones para detener la catástrofe. Las fuerzas internas del volcán se unen a las oraciones. Un minuto antes de las cinco entonan un arrebatador mantra que despierta a la Mujer Dormida. A las cinco en punto detienen la respiración. El cielo azul y el bosque tienen un estremecimiento que todos perciben, el cosmos duda, el círculo de voluntades refuerza a la creación, vence a la destrucción y vuelve la normalidad. Las exclamaciones de gozo se extienden entre la multitud que se abraza y estalla en llanto de felicidad. Han salvado al mundo y la humanidad, ingrata, ni cuenta se ha dado.
Las profecías de la izquierda
Al fin secta, también la izquierda consigue cancelar algunas profecías, modifica el futuro y arranca así conquistas al estado. Revisemos una ocurrida hace ya seis años y de la que, sigilosamente, se ha escurrido el bulto sin volverla a mencionar. Ocurrió una desgracia en este diario: dos jóvenes vigilantes fueron acribillados por guerrilleros de uno de tantos autonombrados partidos de los pobres, cuando no estaban de moda como hoy, en abril de 1990. Los guerrilleros habían entregado en la recepción un paquete de propaganda y salido. Se ordenó a los vigilantes que les dieran alcance para regresarles el paquete. Al ver aproximarse a uniformados presurosos, los guerrilleros dispararon contra ellos matándolos. Con excepción de Cuauhtémoc Cárdenas, quien hizo alusión a los problemas sociales que debían padecer los asesinos, las declaraciones en el propio diario y en las cartas vieron un provocación que profetizaba el futuro aplastamiento del medio que enarbola la libertad de expresión.
La defensa de la libertad de expresión
Estas son frases de aquellos días: "No es un homicidio que resulte de la inseguridad general, aunque carezcamos de elementos, hoy mismo, para asegurar que sea un acto destinado a acallar la voz de este periódico...", "Si esos grupos prosperan es porque se ha resuelto alentar, o al menos no refrenar el clima de violencia política...", "Contra la violencia y por la libertad de expresión: trabajadores de La Jornada", "Mitin de solidaridad con La Jornada y por la libertad de expresión", "Ha sido también inevitable recordar que el golpe a Excelsior en 1976 se produjo en medio de un clima político que, como el de ahora, se espesaba...", "El imperativo de la libertad de expresión y con ello...", "Hemos conocido en este difícil camino del ejercicio de la libre expresión..."
Se trataba de un crimen que anunciaba el silenciamiento de nuestro periódico. Con excepciones, recuerdo dos, Peña y Montes, esa fue la línea editorial. Esta columna opinó que no se trataba de un ataque al diario, sino de un azar causado por la paranoia que acompaña a la clandestinidad, y que habrían disparado también contra vigilantes de cualquier otra publicación. Dispararon como el perro bravo que muerde a cualquiera que se le aproxime corriendo. La base para dicha afirmación era obvia: los guerrilleros no podían haber adivinado que los vigilantes saldrían tras ellos. Pero esa simplona interpretación negaba el heroismo que nuestra combatividad merece. Un atentado, en cambio, es un reconocimiento.
No se acabó el mundo
Hubo llamados a "preferir el escándalo a la indolencia". Se dijo que "cualquier exceso en la denuncia y la condena es justificable". Denuncia y condena del profetizado golpe, por supuesto; recuerdos del golpe contra Excelsior en 1976; escándalo acerca del ataque por venir, cuya sombra se proyectaba sobre nosotros ominosa, palabra ésta, "ominoso" en cuyo uso también nos excedemos de un tiempo acá. Recibimos un alud solidario de todos los abajo-firmantes. En su defensa de la libertad de expresión, el sindicato pidió en carta que las versiones no heroicas no fueran publicadas. Sostener que a los vigilantes los habían matado por aproximarse uniformados y no por ser de un diario en la mira del gobierno, levantó grandes suspicacias, interrogantes ofensivas y produjo cartas insultantes.
Se produce el milagro
Pero el círculo de férreas voluntades expresadas en cartas y artículos detuvo la profetizada "violencia política", la "clausura de opciones", el golpe contra la libertad de expresión, denunciados a tiempo por nuestros encabezados. Así se ponía en práctica la receta de "preferir el escándalo a la indolencia". Y dio resultado: cambiamos el futuro: el gobierno detuvo sus aviesos planes ante el círculo de solidaridad, los mantras elevados en coro evitaron la profecía y no fue acallada "la voz de este periódico". Así fue como se canceló la profecía, el diario siguió existiendo y todos bajaron del Popo muy satisfechos porque el mundo seguía su marcha. Seis años después, es curioso, pero ya nadie se acuerda del peligro que vivimos entonces.
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