Refundación de los partidos
columna: «la calle»
La gran falta de Vicente Fox ante pillos como Napoleón Gómez Urrutia no fue tratar de aprehenderlo, cargado como está de acusaciones, sino dejar intocado el sindicalismo corporativo, cómo si él hubiera sido otro Presidente surgido del PRI. No es sólo Napo El Pequeño, sino todos los grandes líderes sindicales, el cáncer que corroe la democracia en las organizaciones de trabajadores. Fox hizo y sobre todo dijo muchas tonterías, en su mayor parte no tienen importancia. Son anécdotas. Una fue su falta mayor: no comenzar a desmontar el aparato corporativo en que se sostuvo el PRI por siete décadas.
Al término de la Revolución Mexicana, los gobiernos se arrogaron derechos en consonancia con la nueva ideología y derivados de unos pocos axiomas: 1. La Revolución fue la expresión definitiva de todo el pueblo mexicano, los "pacíficos" no existieron. 2. Los nuevos gobiernos son expresión consustancial del pueblo. 3. Los sindicatos, al ser órganos para la defensa del trabajador, deben quedar supeditados al interés superior del pueblo, al que, por supuesto, representa el gobierno de la república encabezado por un caudillo revolucionario. Con pensamiento similar, aunque más radical, en la naciente Unión Soviética se decretó la extinción de los sindicatos: ya no tenían razón de ser porque no había patrones. Un candado perfecto que todavía padece Cuba.
Fox vio la corrupción del sistema priista, pero no sus fuentes de poder que elevan verdaderos feudos. Tal es el caso del gobierno paralelo que los ambulantes han establecido en el centro del DF con Alejandra Barrios y su "Asociación Cívica Legítima", parte del priismo corporativo que hoy pone sus huestes al servicio del PRD porque éste ofrece lo mismo que el viejo PRI: acceso de los líderes al poder y vista gorda ante los delitos de las "bases". Las acciones que hoy lleva a cabo Ebrard, con ser plausibles, indican que ciertas corporaciones estaban ya fuera de control. Ebrard, desde el PRI, su partido de origen, habría hecho lo mismo: decapitarlas. Estamos ante una redistribución de fuerzas en los partidos. Y son dirigentes como López Obrador, Manuel Espino o Felipe Calderón, no "bases", quienes tiran en una dirección o en otra. A veces con tensiones que pueden llevar a la ruptura. No nos espantemos: reacomodos habrá.
En un magnífico análisis, Jaime Sánchez Susarrey (Reforma, 24.II) plantea la importancia histórica del individuo de carne y hueso, contra el dogma que propone desde el marxismo la acción de las masas como explicación última del proceso histórico. La idea ha aparecido aquí y allá, pero Sánchez Susarrey encuentra nítidos ejemplos de un gobernante modificando la historia de su país porque posee mayor visión que sus camaradas, "otea", diría el general Cárdenas. Un ejemplo es el de Felipe González: si éste se hubiera atenido a los dictados de su partido, el PSOE, a la consulta de sus bases, España no habría dado los pasos que la llevaron a la Unión Europea de hoy, sería el límite superior del tercer mundo y no el país desarrollado que hoy envidiamos quienes tuvimos mejores oportunidades y las dejamos pasar. Otro ejemplo es Carlos Salinas: si hubiera consultado al PRI, discutidos con los sectores, las bases y los delegados, no tendríamos Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que por primera vez nos llevó a tener superávit en nuestro comercio, a venderle más a Estados Unidos de lo que le compramos. El TLC no habría pasado porque la mayoría priista es conservadora, nacionalista en el peor sentido del término, cerrada, xenófoba y caudillista por tradición.
Por eso, concluye la nota, no estaría mal que el PRI se dividiera en fracciones modernizadora y conservadora, así sabríamos con quienes contamos para las reformas detenidas. Visto con atención, otro tanto ocurre en el PAN: la corriente de Manuel Espino tiene más elementos en común con el PRD y con el PRI tradicionalista, el de Echeverría y de Bartlett, que con la corriente de Felipe Calderón, más cercana al PRI modernizador. Tanto el PRI como el PAN exigen un reacomodo de fuerzas y un traspaso de militantes afines en mucho y sólo enfrentados por el color de la camiseta.
En este panorama, Vicente Fox no parece tener cabida sino como el hombre sin partido que logró sacar al PRI de la Presidencia, más por cansancio de los ciudadanos, y gracias a las reformas electorales de Zedillo, que por un programa de gobierno.
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