Todo alimento es transgénico, todo
columna: «la calle»
Con la "crisis de la tortilla" y la urgente importación de maíz ha revivido el torpe debate sobre los alimentos "transgénicos", esto es genéticamente modificados. Bien: no hay nada que usted coma que no haya sido genéticamente modificado por el ser humano a lo largo de los últimos diez milenios de agricultura.
El trigo y el arroz, los primeros cereales en ser domesticados, son el producto de una selección genética que aún no sabía que lo era. Los humanos no teníamos idea de los mecanismos de transmisión de la herencia cuando ya los poníamos a trabajar para nosotros.
Los genes del maíz actual, o el de hace 500 años, son distintos a los del teosinto (Euchlaena mexicana), su ancestro silvestre de hace 5 mil años, cuando los pueblos mesoamericanos comenzaron a elegir mutaciones de ese zacate con pocos decímetros de altura hasta conseguir mazorcas de mayor producción, pero todavía pequeñas al momento del descubrimiento de América por Europa. Ha sido el trabajo genético de los siglos XIX y sobre todo XX, con su "revolución verde" y semillas mejoradas, el que nos dio los altos rendimientos hoy conocidos en todo el mundo.
Las primeras modificaciones genéticas permitieron la existencia de ciudades, que no hubo mientras fuimos cazadores-recolectores. Y con las ciudades inventamos la ley, la arquitectura, el arte y las manifestaciones culturales. Las semillas mejoradas del siglo pasado redujeron las hambrunas y crearon un nuevo campesinado.
Por supuesto, siempre es más políticamente redituable dar voz a quienes ilustran con una rata gigante que empuja un carrito de supermercado los peligros de ganado y semillas creados por la intervención humana.
Ignoran que todos los organismos estamos en constante mutación y que vacas o lechugas, cerdos, manzanas y uvas son hoy como son porque han sido genéticamente modificados durante milenios. Un error frecuente en las producciones de Hollywood es poner a romanos comiendo enormes racimos de uvas y mordiendo apetitosas manzanas de California. Por la escultura y la pintura de la época, así como por algunos restos petrificados, sabemos que las uvas eran pequeñas; las manzanas, como un dátil y los dátiles poco más que pasas. Y eso que en tiempos de Roma ya habían sufrido modificaciones genéticas durante siglos.
La mayor ridiculez es la de suponer que los genes de los alimentos se introducen a los nuestros y nos modifican el ADN. Si así fuera, hace tiempo que nos habrían crecido rabos de toro, cabello de lechuga y nariz de zanahoria. Nuestro ADN se modifica con cada nueva combinación de padre y madre, con las mutaciones al azar por errores en el copiado y hasta por la destrucción de una base tocada por una partícula de lo que llamamos rayos cósmicos; pero no con los alimentos.
Para tener desastres no hace falta cambiar el genotipo, el fenotipo combina genes y acciones del medio, desde el intrauterino hasta el social. Los fertilizantes y pesticidas por supuesto que afectan al feto en desarrollo, los huevos de aves marinas se hacen frágiles, las ranas están desapareciendo por acción de aguas contaminadas con agroquímicos. Quien hereda genes de padres altos, pero no recibe alimentación adecuada crecerá menos que un hermano bien alimentado, lo sabe hasta Perogrullo, pero no los enemigos de que produzcamos mazorcas de mayor tamaño con menos pesticidas porque tendrán resistencia natural a plagas.
El reto que enfrenta el mundo para encontrar alimentación y energía sostenibles, es el tema de la reunión anual de la American Association for the Advancement of Science que hoy lunes termina en San Francisco. Su principal publicación, el semanario Science, le dedica una sección especial. El editorial de su director, John Holdren, señala que el reto no es sólo encontrar soluciones sostenidas para países en desarrollo, sino modificar las prácticas en los desarrollados. Tarea imposible sin ciencia y tecnología.
"La habilidad de la civilización para enfrentar este inmenso reto depende claramente de nuestros esfuerzos en ciencias naturales e ingeniería". No lo conseguiremos con voces que predican burradas e impiden la importación o la producción de maíz genéticamente mejorado. Son voces de quienes consumen pocas tortillas y tienen a su disposición cangrejo de Alaska y trufas del Perigord, sin cultivo alguno, prístinos por milenios, y además exentos de IVA por tratarse de alimentos.
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