Religión y elecciones
columna: «la calle»
Creo en unos Estados Unidos donde la separación de Iglesia y Estado sea absoluta; donde ningún prelado católico pueda decir al presidente (si éste fuera católico) cómo conducirse, y ningún ministro protestante pueda decir a sus fieles por quién votar; en donde ninguna iglesia o escuela parroquial (church school) reciba fondos públicos algunos o preferencia política... Creo en unos Estados Unidos que no sean oficialmente católicos, protestantes o judíos; donde ningún servidor público solicite o acepte instrucciones sobre política pública del Papa, el Consejo Nacional de Iglesias o cualquier otra fuente eclesiástica; donde ningún organismo religioso pretenda imponer su voluntad directa o indirectamente sobre la población general o los actos públicos de los gobernantes." John F. Kennedy, primer presidente católico de Estados Unidos, en discurso del 12 de septiembre de 1960.
Pongamos "México" donde dice "Estados Unidos" y démoslo a firmar a Felipe Calderón. Religión y política, como lo vio Kennedy, son ámbitos que no pueden mezclarse sin obtener el modelo aterrador que todavía encontramos en las sociedades islámicas, donde no se ha realizado esa división entre los dogmas intocables de cualquier religión y las cambiantes necesidades de la sociedad, expresadas en la siempre ajustable legislación civil. Las sociedades occidentales superaron su etapa "talibán" durante el siglo XVIII, llamado "de las Luces" o de la Iluminación precisamente por ese proceso civilizatorio, que dio al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Al hacerlo abrió de par en par las compuertas del pensamiento libre, que se desbordó en derechos humanos impensables, como la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley (con excepción de los políticos con fuero); pero, mejor todavía, en ciencia con sus derivaciones tecnológicas que condujeron a la Revolución Industrial y de ésta al mundo comunicado y confortable de hoy, más confortable hasta para los pobres, pues no hay comparación entre ser hoy pobre y tener un mal defensor de oficio, que haber sido pobre cuando eso significaba terminar en una mazmorra por la simple acusación de un personaje superior. El amparo de un ciudadano contra actos de la autoridad era impensable en aquellos tiempos, no tan remotos, pues sólo dos siglos nos separan. Ahora nos podemos burlar de la mala calidad de la defensoría de oficio porque, entre otras cosas, hemos dejado de leer novelas de aquellos tiempos (y de éstos). Pero el mundo es otro y nadie va a la cárcel por negar que Cristo tenga representantes en la Tierra así como los gobernantes tienen embajadores.
Sin embargo, ningún triunfo es permanente y no siempre la humanidad progresa. Se puede retroceder, según vemos ahora con la aplicación de la ley en México, o en el constante embate de las Iglesias por retomar lo perdido. Ante oportunidades abiertas por la ciencia, como el control natal, la elección libre del número de hijos, el estudio de nuestra especie como una más, la educación laica para permitir la libertad de conciencia, las Iglesias protestantes y la católica continúan remitiéndose a citas bíblicas.
Los ministros religiosos, en las diversas variedades del cristianismo, eligen muy cuidadosamente las citas sagradas, y por ende inmutables, que confirman aquello que desean predicar y olvidan otras prohibiciones, aún más penalizadas por el Creador, como la elaboración y veneración de imágenes. Los cardenales no objetan un guiso de langosta, que, según las Sagradas Escrituras, hace inmundo hasta el plato que la toca y el agua con que se lava el plato, se postran ante imágenes sobre las que el profeta Isaías lanza fulminaciones, y con todo logran encontrar un resquicio para que no sea lo mismo ponerse guantes escarlata en las manos que otros de látex en el pito.
El desarrollo de la ciencia médica ahora permite mantener indefinidamente la circulación sanguínea y la respiración de un cuerpo muerto. ¿No es eso negar la voluntad de Dios? ¿No es mejor que quienes se aman regularicen ante la ley su concubinato, sean del sexo que sea? No, porque siempre se encontrará, en alguna parte de la Biblia, una condena. También se pueden encontrar licencias: quien desee probar que Dios autoriza el homicidio, el adulterio, la tortura, la esclavitud... hallará el párrafo adecuado a sus deseos previos.
Por suerte, ninguno de nuestros ya candidatos a la Presidencia ha dado muestras de creer que la Biblia sea la palabra de Dios, pues se les ha visto comer camarones y tacos de carnitas cuando el libro sagrado del Levítico dice con lenguaje flamígero:
"11: 3. De entre los animales, todo el que tiene pezuña hendida y que rumia de ese comeréis. 5. El conejo, porque rumia, pero no tiene pezuña, lo tendréis por inmundo. 7. También el cerdo, porque tiene pezuñas hendidas, pero no rumia, lo tendréis por inmundo. 8. De la carne de ellos no comeréis, ni tocaréis su cuerpo muerto. 10. Todos los que no tienen aletas ni escamas en el mar y en los ríos... los tendréis por abominación."
La prohibición de comer camarones, langosta, ostras, ostiones, almejas y demás crustáceos es tan grande que "31. Cualquiera que los tocare cuando estuvieren muertos será inmundo hasta la noche. 32. Y todo aquello sobre que cayere algo de ellos después de muertos, será inmundo; sea cosa de madera, vestido, piel, saco, sea cualquier instrumento con que se trabaja, será metido en agua, y quedará inmundo hasta la noche. 33. Toda vasija de barro dentro de la cual cayere algunos de estos animales será inmunda, así como todo lo que estuviere en ella, y quebraréis la vasija."
Y siguen largos detalles de lo que se vuelve inmundo por la cercanía de un camarón o del agua que lo tocó. Así que la unión civil gay, el control natal, el condón, la muerte asistida o la desconexión del enfermo terminal (para dejarlo en manos de Dios y no resistir Su voluntad), no deben ser tan importantes para quien comete la abominación de no sólo tocar camarones muertos, sino comerlos.
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