Negar la realidad
columna: «la calle»
Durante los años del priato duro, esto es hasta 1982 en que el presidente López cerró "la docena trágica", los mexicanos fuimos entrenados para aceptar como natural que los políticos negaran las evidencias. Lo que era claro para cualquiera no llegaba ni siquiera a los diarios. El síndrome se nos hizo reflejo y ahora todos los partidos practican con fervor la negación de los hechos.
"El canciller Luis Ernesto Derbez aseguró que la imagen de México en el exterior no se ha visto deteriorada por los altos índices de inseguridad", tituló Reforma el 30 de agosto. El canciller ignora lo que hasta un jovencito adolescente, en este pueblo de tres mil habitantes, montado sobre una isla, sabe como un hecho: "En México están matando mucha gente", dijo luego de informarme el partido México-Japón. Me repito porque Derbez no lee los diarios ni "derbez en cuando". El niño de Poros tampoco, pero es un dato que ya flota en el aire y se escucha en las conversaciones. Es parte del imaginario mundial, como las bombas de Irak, la coca de Colombia, el vino francés, los turistas japoneses. Los niños saben que en México están matando mucha gente y que los árabes montan camellos. Así, y ya. El gobierno panista, no.
También es un espejismo de nuestras playas la nata de basura que ondula por kilómetros tras de la primera ola que rompe, nata café, espumosa, extendida por kilómetros. Debe uno bucear bajo ella y tener aliento suficiente para salir al otro lado porque de otra manera sacamos la cabeza en la pestilencia. No existe, dicen los perredistas de Guerrero, es un intento (¿de Salinas?) por desprestigiar nuestras playas, nuestro turismo crece. Es verdad lo último. Pero el crecimiento que ha tenido el turismo mexicano se debe a que el Mediterráneo se ha encarecido de manera escandalosa. España primero, y ahora Grecia, se han vuelto muy caros con el euro y los turistas buscan mejores opciones.
Las quejas en tiendas, restoranes y hoteles son constantes: ya era junio y los hoteles de Poros estaban vacíos, dijeron unas camaristas en el autobusito. Luego hubo dos buenas semanas, las últimas de agosto, y para de contar. Con mar limpio al que se le ve el fondo a varios metros, con vinos locales excelentes, con infraestructura hotelera, a Grecia se le va el turismo. La oportunidad es de México, que tiene mejores playas, aunque no mejores aguas. Pero nos ocurrirá como con el TLC: perdimos diez años de ventaja. Ahora ya lo tiene Centroamérica. Nosotros seguimos discutiendo, bueno... nuestros diputados, si fue un acierto el tratado comercial que nos hizo venderle a Estados Unidos más de lo que le compramos, una balanza comercial favorable.
Ante la crisis turística, la televisión griega tiene un anuncio oficial que se dirige a quienes tienen trato directo con el turista: una sonrisa, pide. Lo demás ya lo tienen de sobra. Pero, como en todos los países que se vuelven ricos, el problema es que el mesero ya casi nunca es griego. En las tres tabernas cercanas, sólo una tiene griegos. En las otras dos hay polacos y rumanos, en una, georgianos en otra. Son muchachos que trabajan sólo por el verano. Nunca serían competencia para nuestros bien entrenados meseros. Los hoteles tampoco son comparables ni los servicios en la playa.
Pero dejaremos ir la oportunidad, como dejamos ir la del TLC. Si no qué chiste, como dice una amiga. Una joven conocida me pidió referencias para su viaje a México. Para empezar, ya tenía decidido no ir a la Ciudad de México a causa de su mala fama. Dos asuntos le preocupaban: la violencia y la comida. Como no iba al DF, la violencia no la detenía; pero quiso saber si, "como en Egipto", no se pueden comer verduras crudas. Le dije que no se preocupara... y me arrepentí de mi mentira: yo no como verduras crudas en México. Sobre el agua sí la previne: nunca la de la llave. No sabía, la pobre, que otra agua aún más sucia la esperaba, la del mar. No la asaltaron ni se enfermó... pero la cogió el ciclón anterior y se quedó sin vuelos al Caribe. Le avisé a su padre que la enviara a Vallarta, "ahora el Pacífico está pacífico", le dije. Fue y volvió muy contenta. Tampoco hubo, durante cuatro años, asesino serial de viejitas. El Gobierno del DF lo negó contra toda evidencia: mismo método, misma edad, soledad. Pero no era políticamente adecuado reconocerlo porque afectaba la carrera presidencial del ahora ex jefe de Gobierno.
El homicida serial de ancianas ha actuado en siete ocasiones, asegura una investigación del Instituto Nacional de Ciencias Penales que, previene, en las primeras semanas de septiembre podría volver a atacar. En vez de responder por ese retraso en las investigaciones, el ex jefe de Gobierno llama a "frenar la gangrena de los gobiernos corruptos". Lo dice... y se queda tan campante, como si no hubiera sido, él mismo, jefe de Gustavo Ponce, secretario de Finanzas del DF, a quien todos vimos por TV jugando en Las Vegas, a donde iba cada tres semanas, el que llegaba a trabajar en auto de más de un millón de pesos, el que hacía transferencias millonarias de dólares. Cuando tuvo "la gangrena" enfrente, López Obrador no sólo no la frenó, sino que puso sobreaviso a su engangrenado secretario para que huyera, no sin antes ir a su oficina a borrar el disco duro de su computadora.
¿Y dónde estuvo escondido Ponce? En casa de perredistas, territorio perredista (Tepoztlán), y con seguro conocimiento de los más altos mandos perredistas. Lo detuvo la PGR cuando López Obrador acusaba a la PGR de quererlo matar. Llegó a decir que temía por la vida de Ponce. ¿Preparaba el terreno para el "hallazgo" del cadáver? ¿Somos estúpidos los mexicanos, que se permite tratarnos así? No, pero estamos acostumbrados a la impunidad en todos los aspectos. Y uno, grave, es el privilegio de los políticos de no rendir cuentas ni por sus actos ni por sus palabras. Pueden decir lo que sea. Oír al jefe de Gustavo Ponce prometiendo combatir la corrupción, la misma que encubrió mientras tuvo a su cargo el Gobierno de la Ciudad de México, es como oír a La Tigresa, ex senadora perredista, hablar de respeto.
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