El bacín y el jarro
columna: «la calle»
Los mexicanos cargamos la vergüenza de que millones de compatriotas no encuentren trabajo en su país, nos recordó el 1 de mayo Fidel Castro, cuya dictadura de medio siglo ha despoblado Cuba. El éxodo de mexicanos lo debemos al régimen que durante siete decenios coqueteó con el sistema económico soviético, cuyos últimos exponentes son Cuba y Corea del Norte. En la Unión Soviética vieron nuestros gobiernos un modelo parcial y sobre esa admiración, no siempre expresada, levantaron la llamada "economía mixta": el Estado (en la práctica el gobierno) es dueño de todo, pero cede a los particulares algunos renglones de la economía en los que no podrían hacer demasiado daño a la Patria.
En el fracaso de la vía soviética nos miramos como reflejo en pequeño. Pero a pesar de nuestro naufragio económico, todavía no comenzamos a fusilar, ni siquiera a encarcelar, a los deportados de los Estados Unidos. Emigrar al norte en México es una necesidad, en Cuba es un delito. Los mexicanos emigran, los cubanos huyen. A los mexicanos los atrapa y deporta la autoridad vecina. A los cubanos los atrapa la guardia costera cubana y les espera la cárcel o el paredón a su regreso, como ocurrió a los últimos jóvenes fusilados por el intento de escapar de la isla. A los que se van, los mexicanos les tenemos cariño, respeto y hasta sonrojo porque les hemos fallado. Los que huyen de Cuba son llamados "gusanos".
Los mexicanos emigran —pero no rumbo a Cuba— sino a un país donde no se prohíbe la inversión, la tierra es de quien la compra, el petróleo de quien lo encuentra, la electricidad de quien invierta en producirla. Los capitales mundiales tienen como primer objetivo los Estados Unidos, los trabajadores también.
Pero los regímenes "emanados de la Revolución Mexicana" crearon un sistema que compartió muchas similitudes con el cubano de hoy: partido de Estado omnipresente, persecución de la disidencia, prensa gobiernista, burocracia afianzada a sus privilegios, política clientelar que premia la disciplina al partido-gobierno, organización corporativa del Estado por la que los trabajadores quedan subordinados al gobierno (como en el fascismo italiano), recursos públicos a disposición del partido oficial y, sobre todo, ideología, lenguaje, discursos, discursos y más discursos. Por eso se llevaron tan bien y se brindaron la complicidad mutua que se deben los secuaces: hoy por ti, mañana por mí.
Los mexicanos emigran a Estados Unidos porque las industrias mexicanas quiebran, abrumadas por los interminables trámites de estilo soviético, los obstáculos a cada paso, la defensa oficial del ambulantaje (que distribuye el contrabando), el sistema fiscal y laboral enemigo del inversionista; porque se impide la apertura de fuentes de trabajo, como hizo el PRD en Tepoztlán con aquella inversión multimillonaria. Los cubanos huyen de una dictadura sin libertad de prensa, sin derechos humanos, sin libertades políticas como la de construir un partido, sin libertad de tránsito ni de trabajo; se fugan de la permanente vigilancia, la denuncia, el chisme elevado a sistema policiaco.
El tirano de Cuba lleva en el poder 45 años: superó a Franco, a Somoza, a Batista, a Trujillo y, por supuesto, a Pinochet. En estos años, el número de cubanos asesinados por el régimen sangriento de Castro supera con mucho los torturados y muertos en el golpe contra Salvador Allende en Chile. Con una gran, enorme diferencia: Pinochet aceptó un plebiscito y, una vez que lo perdió, se fue a su casa. Y no dejó un país en ruinas, sino la economía más próspera de Latinoamérica, aunque nos duela decirlo a quienes creímos en Allende. La metralleta obsequiada por Castro en su larga estadía chilena, le sirvió al presidente socialista para suicidarse. Mejor metáfora no hay. Chile está gobernado hoy por otro socialista. Pinochet vive su retiro en santa paz, como nunca hará Castro. El presidente Lagos, como Felipe González en España, pertenece a una nueva generación de socialistas que ya no cree representar a los únicos buenos. Una categoría que aún no conocemos en México.
Los mexicanos pudimos ver al tedioso y mentiroso secretario de Relaciones cubano, lo oímos negar que Cuba interviniera en asuntos internos de México, al tiempo que hacía lo que negaba e intervenía sin decoro en asuntos internos de México. Los cubanos no pudieron ver ni oír la respuesta de las autoridades mexicanas.
La prensa mexicana trae, a diario, caricaturas del Presidente de la República y de sus principales ministros, unas justas, otras injustas, buenas y malas y tontas. Pero el secretario de Relaciones cubano se declara inmensamente ofendido porque nuestro secretario de Gobernación se refirió al eterno dictador cubano como Castro, sin título. La "prensa" cubana es un diario, uno, y propiedad del gobierno. La prensa mexicana ofrece todos los matices ideológicos que caracterizan a nuestra población, puede investigar a los gobiernos, puede hasta mentir sin recato en primera plana, como en el párrafo: "El canciller cubano Felipe Pérez Roque presentó un video en el que Carlos Ahumada reconoce que negoció 'protección jurídica' y apoyo económico de las autoridades federales..." Cuando eso NO lo dice Ahumada, no al menos en el fragmento de video dado a conocer por Cuba, sino Pérez Roque; Ahumada se limita a hablar de un genérico "ellos" que no identifica. Y no pasa nada. Tampoco me fusilan si digo que la ineptitud de nuestro canciller asoma hasta cuando menciona, decenas de veces, ciertos "Estados Unidos de Norteamérica", país que no existe sobre el planeta. No éste.
Imaginemos que dos reporteros cubanos presentan a Granma un artículo para primera plana que comienza: "El secretario de Gobernación mexicano demostró el complot urdido por Fidel Castro y el PRD en apoyo de López Obrador." Como a los generales que atentaron contra Hitler, en las mazmorras cubanas los colgarían por la nuca de ganchos para reses.
En fin, que estamos viendo un capítulo del complot cubano con el que se nos quiere hacer olvidar la corrupción del gobierno perredista del DF, al que ningún complot habría golpeado si de honestos se tratara. Una conclusión nos deja todo este escándalo, y es que México necesita dos, tres, muchos complots contra todos los políticos corruptos a los que todavía nadie ha videograbado ni exhibido por televisión en plena pillería. Que algún día topen con su Ahumada. Quiera Dios.
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