Cuando nos despanzurraron al perro
columna: «la calle»
Parece otro México: al comenzar la presidencia de José López Portillo, todo el Senado era priista, todos los gobernadores, todos los presidentes municipales, más de 90 por ciento de los diputados, todos los secretarios, los sub, los subsub y así hasta el último mozo y la afanadora. La primera dama hacía tirar muros en hoteles de superlujo para que cupiera su piano, provocaba sofocones en Relaciones Exteriores cuando intentaba meter de contrabando a su perrito faldero en visitas oficiales a otros países, el Estado Mayor hacía todo tipo de trabajos indignos. Nadie, ni por asomo, habría reparado en el precio de las compras de la familia presidencial ni cotejado con nóminas y viáticos. No había cómo hacerlo. Tampoco intención. Se callaba y obedecía.
La policía estaba a cargo de un amigo del Presidente, el Negro Durazo, famoso por haber montado la más detallada red de corrupción por la que el ciudadano pagaba tributo y ésta se distribuía hacia arriba a lo largo de toda la maligna planta carnívora. Otro alto jefe policiaco, Miguel Nassar Haro, hizo de la tortura y la desaparición forzada un método y terminó acusado por Estados Unidos de robo de autos. Detenido en California, consiguió huir a México. El dispendio en las oficinas de gobierno alcanzó niveles de sultanato. Pero, con todo, no fue eso lo peor.
Fue peor la inversión en obras que no crearon estructura productiva: ante la súbita riqueza petrolera, JLP declaró: "debemos aprender a administrar la abundancia". No aprendió nunca. No creó vías férreas, carreteras, puertos, red eléctrica; no ofreció impuestos atractivos al capital extranjero ni al nacional. Como a los sultanes petroleros, todo se le fue en oropel. Hizo, a nivel nacional, lo que hoy siguen haciendo sus discípulos: obra improductiva, pero notoria.
En Michoacán era gobernador Cuauhtémoc Cárdenas y Leonel Godoy, ahora dirigente nacional del PRD, el más importante de sus secretarios. En el edénico Tabasco, Andrés Manuel López Obrador se inspiraba para escribir la letra y la música del Himno al PRI, el joven Porfirio Muñoz Ledo era representante de México ante las Naciones Unidas. Juntos estaban, juntos siguen. Ninguno levantó la voz contra monstruosidades, crímenes y desgobierno.
Es una vieja tradición mexicana afirmar que somos un país pobre porque nuestros políticos son ladrones. Lo son en muchos casos, pero México es mucho más rico de cuanto pudieran robar. Somos pobres porque nuestros políticos no solamente se enriquecen, sino, principalmente, ordenan obra por más de lo que tienen y, como cualquier jefe de familia, deben pagar el recibo de las deudas. Ante la incapacidad de pago, al jefe de familia le cancelan la tarjeta. Los jefes de gobierno tienen mayores facultades para retrasar el pago, pero el cobro llega: la moneda acaba por perder valor y los intentos oficiales por conservar una paridad ficticia resultan contraproducentes. Al gasto excesivo y que no incrementa la producción, sigue la crisis económica, con ésta viene la huida de capitales como intento de salvar lo salvable.
Ante el alud, el presidente López Portillo no acertó a pensar sino en medidas impuestas por la fuerza: control de cambios y estatización de la banca. Así el remedio acabó de matar al enfermo y comenzó, por primera vez en México, una carrera de hiperinflación.
El trabajo no lo realizó López Portillo solo: estuvo ayudado por la herencia del sexenio echeverrista, cuando se perdieron los controles de la deuda. Luego, el hallazgo de enormes yacimientos de petróleo hizo la desgracia de México porque el Presidente se dedicó a gastar el tesoro antes de extraerlo. La caída de precios internaciones le puso la puntilla. Pero el daño se produjo aquí dentro.
Educados en los valores de la escuela primaria, las fiestas cívicas y la prensa gobiernista (que era toda), los mexicanos crecimos sabiendo que nuestra población se divide en ricos malos y pobres buenos. Con López Portillo supimos que, de entre los malos, destacaba una caterva aún peor: los "sacadólares". La crisis causada por una política económica que gastaba más de lo que tenía y sin incrementar la producción, fue adjudicada a quienes, según dijo el Presidente con lágrimas en los ojos en su último Informe: "Ya nos saquearon: no nos volverán a saquear". Y, zas, declaró todos los bancos propiedad del gobierno. También avisó: "Defenderé al peso como un perro". Y muy a su pesar, el peso rodó hasta hacerse polvo.
Escarmiento para el presente: las mejores intenciones pueden llevar al peor desastre y no basta con la voluntad presidencial para conseguir la defensa del peso o evitar la huida de capitales. Nadie se toma la molestia de abrir cuentas bancarias en el extranjero si no es para defender su patrimonio —chico, mediano o grande— ante políticas económicas de diagnóstico funesto. Cambiarse de casa es una decisión enfadosa, pero si el dueño está horadando sus paredes debe uno salir a toda prisa.
José López Portillo tuvo la desairada experiencia de ser el único candidato registrado durante la campaña presidencial de 76. De ese traspié nació en el PRI la convicción de que no podía continuar aplastando a toda oposición. Una reforma de los procesos electorales y una ampliación del espectro político se volvió urgente. La guerrilla, además, necesitaba una salida legal. Vinieron los diputados de minoría, el registro de nuevos partidos y una amplia amnistía para quien dejara las armas. Obra a cargo de Jesús Reyes Heroles.
Pero no recordamos a JLP por eso, sino por su economía de endeudamiento, la crisis a la que condujo y el lamentable despanzurramiento del perro. En Guadalajara, por una fuente horrenda a la que llamamos El Sacacorchos.
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