Cómo hicimos la ruina de México
columna: «la calle»
Vargaslloseana: ¿En qué momento hicimos la ruina de México? ¿Cuándo elegimos el camino del perpetuo subdesarrollo? La pregunta no tiene muy complicada respuesta: cuando entregamos nuestro sistema educativo a la autoevaluación y el autogobierno; cuando las autoridades educativas decidieron regalar títulos fáciles a cambio de popularidad o, al menos, permanencia en el puesto. En palabras más conocidas: cuando nos inventamos una educación popular, esto es, sin exigencias, gratuita no sólo en lo económico, sino en lo mental. ¿Y cuándo ocurrió eso? Desde los sexenios de Echeverría y López Portillo: la famosa docena trágica. Lo peor no fue que el populismo económico nos cubriera de deudas y así comenzaran nuestras periódicas crisis. Lo peor no fue que nos comiéramos el presente, sino que nos comimos el futuro.
Decidido a cauterizar la herida del 68, el presidente Echeverría tomó una magnífica decisión: elevar el presupuesto educativo. Otra pésima: entregar el presupuesto sin condiciones. Las universidades, en manos de una izquierda dogmática y torpe, emplearon la súbita abundancia en incrementar la población de las carreras mentalmente gratuitas: sociología, psicología, economía marxista. En cambio, las áreas que generan el desarrollo de un país, las que han producido la riqueza de Corea del sur, China, Japón, siguieron abandonadas: física, química, ingenierías, matemáticas. Multiplicamos los seminarios para enseñar a escribir poesía, mandamos legiones a estudiar posgrados en sociología francesa y economía de la London School of Economics.
Mientras eso ocurría y nuestra mayor conquista social era el “pase automático”, los coreanos preparaban, con disciplina férrea en la educación media y superior, las generaciones que fundarían su pujante industria en sólo treinta años: Samsung, LG, Daewood, Hyundai, maquinaria industrial en Komi, barcos en Koshipa hasta producir el 56 por ciento de la flota mundial de barcos gaseros y el 50 por ciento de los petroleros, semiconductores en Ksia y Cosar, tecnología digital en Eiak. Un equipo de científicos surcoreanos acaba de anunciar, en la reunión anual de la AAAS, que publica Science, la primera clonación, con fines terapéuticos, de células madre humanas. Hace un año, también Science anunció el trabajo de José Cibelli y su equipo con primates no-humanos. Los surcoreanos, encabezados por el veterinario Woo Suk Hwang, ganaron la carrera en la futura producción de músculos, huesos, órganos y células nerviosas que posean los mismos genes de la paciente (la técnica sólo es aplicable en mujeres: los hombres no tenemos óvulos ni células cumulus. Como dijo Constance Holden hace un año: Sorry, guys!)
Los coreanos sólo tienen medio país (la otra mitad, comunista, es pobre como una rata), su línea costera es menor que la de Yucatán y a principio de los 1950 sufrieron una guerra civil e internacional devastadora. Por entonces, se comenzaba a hablar en el mundo del “milagro mexicano”. Concluyó con Echeverría y sus afanes de restaurar popularidad al régimen priista.
Por esos mismos años, los mexicanos estábamos emperrados en eliminar exámenes en la admisión, en el semestre y al término de la carrera. Todo lo que implicara esfuerzo era un obstáculo para el acceso del “pueblo” a la educación. Al pueblo le debíamos todo, predicábamos, y no le podíamos exigir nada: “Llegan sin desayunar, ¿cómo puedo pedirles un esfuerzo de atención?” La frase era común. Los resultados de lo que hicimos, lo que hicimos nosotros, están a la vista: ¿hay una marca mexicana compitiendo con Samsung, un veterinario mexicano con Woo? Pero, decíamos hace 30 años, producir el tipo de estudiante coreano era preparar cuadros para la burguesía. Bien, pues conseguimos nuestra finalidad: hicimos un país de proletarios que deben buscar patrón en el extranjero.
Replanteando: ¿Por qué seguimos siendo un país pobre? Porque no levantamos un sistema eficaz de educación superior. ¿Por qué no lo hicimos? Porque hubo dinero, el presupuesto se triplicó, pero lo invertimos en estudiantes llegados con “pase automático” o, peor, con el derecho sindical de ser hijo de una secretaria o de un mozo; se nos fueron los inesperados recursos en multiplicar por 20 la inscripción en Psicología y en Trabajo Social, por cinco en Letras Italianas, por 15 en Sociología; en incrementar por 10 el personal burocrático y sus prestaciones. Nadie nos dijo que no había “pase automático” a la vida. Y hay quienes siguen convencidos de que sí lo hay: por lo menos una escuela normal se ha puesto en huelga en tiempos recientes exigiendo plaza vitalicia al término de sus estudios. Y obtuvo generoso apoyo en vez de risas y carcajadas.
En el mundo entero la educación superior es cara o de muy elevadas exigencias o ambas cosas. En lo que fue el bloque socialista, la educación era completamente gratuita, pero los estándares para continuar los estudios eran feroces. Sólo en México es gratuita para el bolsillo y para la mente. Gratuita para el estudiante, porque cuesta, y mucho, al contribuyente, sea rico o sea pobre.
Como el rey David con la cabeza cubierta de cenizas en penitencia por su pecado, quise pagar mis pecados sindicalistas, mis apoyos a proyectos universitarios aberrantes, a publicaciones repulsivas y a proyectos políticos que resultaron conservadores, escribiendo un libro que atrajera jóvenes a la física cuántica, base de muchas tecnologías de punta. Un libro sólo para interesarse en el tema, para asomarse en la primera juventud: Cómo Planck, Einstein y Bohr comenzaron la gran aventura y hasta dónde ha llegado, de 1900 al año 2000. Se llamó El burro de Sancho y el gato de Schrödinger, lo tiene Paidós. Lo lee gente mayor. En las prepas recomiendan mi relato del 68. ¿El burro... ? Mmm, es muy complicado y los muchachos se marean.
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