Los verdes y el VIH
columna: «la calle»
Vender más barato que los costos de producción, perdiendo, para hacer quebrar a la competencia y luego, dueños exclusivos del mercado, resarcirse con una buena subida de precios ante clientela ya cautiva, es una práctica deshonesta que se llama dumping. Ha sido también la práctica de los tres gobiernos perredistas del Distrito Federal, que han comprado su actual popularidad al costo de un endeudamiento impagable de la ciudad.
¿Quién no es feliz cuando su papá gasta como rico, aunque no lo sea? Eso han hecho los gobiernos perredistas capitalinos: gastar como ricos sin serlo. Resultado: todos los mexicanos pagamos tributo a la capital imperial, el PRD nos ha endosado la factura, sin consultarnos, para hacer la popularidad de sus gobiernos. López Obrador se gasta sin parpadear 50 millones en realizar "consultas" de resultado previsible, como aquella de aumentar o no el precio del Metro. Pone a la población a opinar sobre temas que desconoce, como la efectividad de un segundo piso al periférico. Ni siquiera la Asamblea Legislativa del DF tuvo en su manos el proyecto, los estudios de vialidad, los costos antes de que el jefe de gobierno dijera que construiría porque así lo había decidido. No se puede opinar, ni a favor ni en contra, de una obra de la que se desconoce todo. Pero una buena, y cara, campaña puede rellenar con publicidad los enormes vacíos de información. Luego bastará con que llame por teléfono un millar de personas, de entre 20 millones, para que 501 llamadas impongan a millones de capitalinos la voluntad predeterminada del jefe... y la paguemos todos, incluidos quienes ni siquiera conocen la capital de la República.
¿Cuál es la utilidad de semejantes medidas? Una muy clara: la gente se cree tomada en cuenta por el solo hecho de que le pregunten. Pocos observan la artimaña, cuyos costos reales son un secreto celosamente guardado por el gobierno de López Obrador. Y casi nadie descubre que la autoridad se asegura de preguntar boberías: nunca pondría a votación telefónica si los capitalinos quieren pagar predial, si quieren agua y luz gratuita, si debe cancelarse toda recaudación de impuestos por la Tesorería del DF.
López Obrador está haciendo dumping político porque vende su imagen a precios que nadie conoce y esconde los costos, como el fabricante que casi regala su mercancía en espera de que los opositores quiebren antes que él. ¿Cuánto han costado las campañas previas a una "consulta" y cuánto la consulta misma? ¿No fue más caro montar el operativo para preguntar a la población si el pasaje debía aumentar que aplicar ese dinero a mejorar el servicio? Quizá. Pero la mejora del servicio no es tan espectacular como la aplicación de ese mismo dinero a una campaña, fue el seguro cálculo de López Obrador, el tabasqueño que sólo dejó el PRI porque no obtuvo la candidatura priista de Tabasco. Pero se fue con todo y mañas, ahora corregidas y aumentadas. Muchos hemos oído decir a viajeros que el distribuidor vial recién inaugurado es una obra muy impresionante, por su altura, por su diseño, por su belleza; todavía no he oído a nadie elogiar su capacidad distribuidora del tránsito.
Nadie mejor que López Obrador sabe que el país entero deberá pagar en algún momento las decenas de miles de millones cargados a la tarjeta para comprar regalos vistosos a los capitalinos. Más aún: quizá sólo él lo sabe, pues sigue siendo el único gobierno sin información pública de sus gastos, ni transparente ni opaca. Pero, igual que el fabricante haciendo dumping, AMLO espera resistir más que sus opositores, vendiendo por abajo del costo mientras se apropia del mercado. Colgado de la hebra y confiando en que la deuda no la reventará antes de que él salte, López Obrador se levanta temprano con las ideas agitadas: ¿Qué frase le dará hoy los titulares de la tarde? ¿Qué agudeza lanzará contra sus opositores? ¿Qué gasto no presupuestado podría subirle puntos?
Fue el método del presidente Luis Echeverría, también famoso por dormir poco. Nadie recuerda una negativa si clamaba por una escuela, un hospital, un puente. ¿Y está mal construir escuelas, hospitales y puentes? Por supuesto que no. Pero como en las familias pobres, los países de pobre recaudación fiscal deben encontrar, primero, la forma de obtener ingresos mayores y, segundo, deben admitir que no todo lo que piden sus hijos pueden pagarlo y, con gran dolor de su corazón, verlos poner carita triste porque papá no les compra los Nike apetecidos.
México no es un país pobre porque carezca de recursos. Nada de eso: posee muchos más que Japón, Corea, Inglaterra o Alemania. Pero no ha sabido, en 200 años, crear los capitales que exploten esos recursos ni ha permitido, en los mismos 200 años, el ingreso de capitales extranjeros que lo hagan. Dése una vuelta por el poblacho de Morelos donde se iba a realizar aquella magna obra multimillonaria donde hay pedregales, con campo de golf, casas de lujo y comercios. Las fuerzas del PRD lo impidieron porque "los pobres sólo iban a tener empleos de jardineros o recogedores de pelotas". Se canceló, como el aeropuerto en tierras salitrosas, como termoeléctricas y plantas petroquímicas que se han ido a China. El poblacho alacraniento, Tepoztlán, sigue sumido en la mugre y las moscas. ¿Y sus pobres que habrían tenido empleos modestos? Se fueron a California y, si no murieron, tampoco son magnates: son jardineros y recogen bolas de golf. Pero comen tres veces al día, lo cual el PRD les impidió en su patria.
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