La construcción de la democracia de José Woldenberg (primera parte)
columna: «la calle»
Dos recuerdos son imborrables en la memoria de muchos mexicanos que vivimos la expectación de las noticias vespertinas el 2 de julio del año 2000: uno es el de José Woldenberg, presidente del Instituto Federal Electoral, serio y sin asomo de parcialidad en las palabras ni en algún brillo delator en la mirada, anunciando los números cuyo significado parecía irrealizable: que el candidato por el Partido Revolucionario Institucional, el eterno PRI, había sido derrotado. El segundo es el recuerdo de otro hombre, igualmente serio, quizá algo entristecido: el presidente Ernesto Zedillo reconociendo sin ambages la derrota de su propio partido. Zedillo, el último presidente de una línea ininterrumpida, y Woldenberg, el presidente de la institución ciudadana a cargo de las elecciones, se nos mostraban a los mexicanos como dos figuras que, cuando era posible perder la cabeza y la calma en un sentido o en otro, exhibían el rostro de lo que tantos habíamos deseado: el rostro de la democracia. La transición comenzada con las primeras reformas a los procedimientos electorales, más de veinte años antes, había concluido, y había concluido de la manera más altamente civilizada: con el ejercicio del voto libre y secreto por parte de la ciudadanía y con el respeto a los resultados por parte del gobierno y del partido hasta entonces oficial hasta el punto de confundirse partido y gobierno.
Cómo ocurrió lo rematado esa noche, cómo dio comienzo el cambio, cuáles fueron las peripecias políticas y legislativas por las que hombres y mujeres de todas las edades y condiciones dieron a México el tan mencionado como inexistente sufragio efectivo, es la materia de este libro. La construcción de la democracia no es una obra escrita en unos meses de trabajo, como se crea un ensayo o una novela, es el resumen del pensamiento de Woldenberg ante los diversos momentos en que el IFE debió tomar determinaciones cruciales, es el pensamiento de un hombre que militó en diversas organizaciones que se negaron a seguir la ruta de violencia y escogieron el trabajo gris, difícil, tedioso y en ocasiones desesperante, de pactar, negociar, conceder muchas veces, avanzar siempre un poco aunque pareciera ser nada. Desde que tenía el rostro todavía lleno de espinillas y escuchaba con aire de admiración y timidez a quienes en edad eran mayores, hasta que comenzó a levantar la mano cada vez más frecuentemente y a exponer con palabras claras un pensamiento igualmente claro, Woldenberg nos fue ganando con su sensatez y buen sentido, su falta de arrebatos momentáneos y su cabeza fría. A pesar de todas esas virtudes, alguna vez hubo que ir a sacarlo de la cárcel, cuando una huelga de trabajadores universitarios fue declarada ilegal y la policía se llevó a los guardias nocturnos de las barricadas. Uno de los profesores, que dio por apellido un impronunciable e inescribible "Woldenberg", al menos para un agente del Ministerio Público, y como segundo apellido nada menos que "Karakoswsky", uno con W y el otro con K, tenía que ser el alma anarquista de la subversión, no podía ser de otra manera con semejante nombre.
Y fue cierto. Woldenberg y muchos como él acabaron subvirtiendo este país, es decir, lo voltearon de cabeza, primero con el impulso al sindicalismo democrático que afectó el principal pilar del régimen: el sindicalismo charro, luego con diversos partidos, el Partido Socialista Unificado de México, que se unió luego con otros grupos para formar el Mexicano Socialista, y con otros más en lo que hoy es el PRD. De donde José Woldenberg salió pronto para trabajar en el levantamiento de la institución llamada a cerrar y coronar la transición, el Instituto Federal Electoral, el IFE como le llamamos todos.
El libro que hoy nos ocupa, La construcción de la democracia, en palabras de otro infatigable e imprescindible militante de los partidos y publicaciones que acabaron por darnos otra nación, Fito Sánchez Rebolledo, "es, en primer término, el testimonio intelectual de primera mano de uno de los actores privilegiados de la transición, justamente de aquel que por ley es el árbitro y debe cumplir con discreción su cometido".
Quien ha sido uno de los constructores del nuevo México, deja claro, en las primeras líneas, algo sobre lo que todavía reina confusión: "La transición a la democracia en México es un período histórico... La transición no es una idea ni un esquema preconcebido; no es el proyecto de un grupo ni de un partido; no tiene un protagonista privilegiado ni un sujeto único; no es una fecha, una coyuntura, una reforma, un episodio y mucho menos una campaña electoral, por importante que sea. La transición es la suma de todo eso y mucho más".
En resumen, la transición es un proceso que nos ha dado un sistema electoral confiable. El arranque, propone el autor, puede ubicarse en la reforma política de 1977 porque entonces se consolidaron en cinco áreas los pequeños avances que habían ganado lentamente los legisladores de oposición. Éstas son, de acuerdo al autor: el reconocimiento de la personalidad jurídica de los partidos; el registro condicionado a fuerzas políticas antes marginadas, entre ellas el Partido Comunista; el mayor pluralismo con la introducción de diputados plurinominales, que representan los votos de quienes pierden en la elección; el otorgamiento de recursos para el sostenimiento de todos los partidos; y la presencia de todos los partidos en cualquier nivel de elección.
Bajo el régimen legal anterior a la introducción de los diputados de partido, se daba el caso de que el PRI, descontando el fraude y el empleo de recursos públicos para sus campañas, alcanzara, de forma legal, un porcentaje de diputados y senadores muy superior a la que el electorado le concedía. El PRI siempre alcanzaba más del 90 por ciento de las diputaciones con una votación de un 70 por ciento, incluido el fraude. La reforma constitucional de 1962 estableció los diputados de partido. Esto significaba que un partido perdedor podía sumar sus votos totales y obtener con ellos, proporcionalmente, algunos escaños en el Congreso.
Leer la 2a parte de éste artículo.
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