La construcción de la democracia (segunda parte)
columna: «la calle»
Leer la 1a parte de éste artículo.
Con la creación del Instituto Federal Electoral (IFE) en 1990, el levantamiento de un padrón nacional confiable, y la integración del Tribunal Federal Electoral, los mexicanos comenzamos a creer que la democracia podía ser posible. ¿Y la ciudadanía que diera vida a esas instituciones? Para José Woldenberg, autor de La construcción de la democracia (Plaza y Janés), libro indispensable para quien desee tener a mano los pasos de ese largo proceso, conviene subrayar que "la ciudadanía no es un hecho históricamente dado, no estaba allí esperando la llegada de partidos nacionales ni de leyes electorales justas; la ciudadanía se ha creado sobre la marcha en la medida en que las libertades públicas se ensanchan, que la vida política se oxigena y recibe los mensajes y los argumentos de todas las tendencias, que las elecciones se hacen más competidas y participar adquiere sentido...".
Las reformas al sistema electoral que se sucedieron en pocos años, hicieron claros y mensurables los requisitos de entrada al sistema de partidos; ni la buena voluntad de las autoridades o su animadversión contra una organización pesaron más que las normas. Se acabó la discrecionalidad para admitir a unos y rechazar a otros, hay requisitos legales predeterminados y quien los cumple recibe su registro. Así quedó demostrado que la vía electoral, no la violencia, sería la arena donde se habría de desarrollar la vida política en nuestro país. "La historia del IFE es, pues, la historia de la democratización de México", nos dice Woldenberg. "A partir de 1977 y a lo largo de sucesivas reformas en 1986, 1989–90, 1993, 1994 y finalmente 1996, los partidos políticos fraguaron una fórmula abierta que ofrece cauce a una vida democrática acorde con la modernidad del país y su rica pluralidad".
Hay secciones en las que el autor ha recogido sus intervenciones al respecto de temas controvertidos y hasta el momento no resueltos, como el voto de los mexicanos en el extranjero y el voto en las comunidades indígenas que se rigen por sus antiguos usos y costumbres. También recoge algunas propuestas para el mejor funcionamiento del IFE y se manifiesta por la alternancia de los consejeros por secciones; la misma propuesta hace para la composición de la Cámara de Diputados. Pero el principal mérito de La construcción de la democracia es la apretada síntesis de ese largo proceso y la recuperación de fechas, datos y argumentaciones en donde muchos iremos a hacer la consulta necesaria.
Quisiera terminar con las siguientes palabras de José Woldenberg: "La transición democrática en México resolvió dos cuestiones básicas y mutuamente complementarias: a) la consolidación y el desarrollo nacional de los partidos políticos y b) la creación de leyes e instituciones reguladoras de su competencia. El primer objetivo consistía en crear un marco que permitiera emerger, sin cortapisas ni restricciones artificiales, la verdadera pluralidad política del país, mientras que el segundo se propuso desterrar las prácticas fraudulentas que inutilizaban o distorsionaban el voto de los ciudadanos".
Al concluir la lectura de La construcción de la democracia queda un agradable sabor a misión cumplida, y bien cumplida, en un país donde tantas veces parecemos incapaces de darnos esa satisfacción. El libro de Woldenberg permanecerá como una referencia imprescindible para cualquier analista y cualquier estudioso de la transición mexicana hacia el sufragio efectivo. Como él mismo señala respecto de otro libro, del suyo también podemos decir que "es extraordinariamente, útil pues plantea con claridad qué ha cambiado y qué debería cambiar". Gracias, pues, a Pepe, por entregarnos este magnífico balance, este libro de consulta que resume 23 años de trabajo legislativo lento y no pocas veces desesperante.
Gracias a todos ustedes (enviado para su lectura a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara).
Voces piadosas
Ya surgió el coro de voces que, como Marta La piadosa, invocan los conflictos sociales para justificar la violenta toma de la Cámara de Diputados por una turba enardecida que pretendió hasta prenderle fuego a las puertas. Nos dicen estas almas indulgentes que debemos considerar también los motivos que mueven al Barzón y a los maestros (y a los piñeros y a cuantos se tomen la ley por su cuenta).
Lo cierto es que muchos tenemos motivos de disgusto con el gobierno, más ahora que, de nuevo, los diputados han producido otro engendro fiscal que complica la recaudación y cancela posibles inversiones. Pero si todos vamos a salir a embadurnar de excremento las puertas de palacio nacional, a incendiar el edificio de alguna institución y a bloquear la avenida o carretera que nos quede más a mano, estaremos llevando al país y a las instituciones democráticas que nos han costado 30 años de esfuerzo, hacia "la bola" en la que cada quien se arme y nos matemos unos a otros. No hay circunstancia ni factor que justifique los graves delitos cometidos por barzonistas y maestros. Será mala enseñanza si quedan impunes porque este gobierno ha dado una y otra vez la misma lección: que nada produce mejores resultados que la infracción de la ley.
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