Echeverría acusa
columna: «la calle»
La defensa del ex presidente Luis Echeverría, indiciado por las masacres del 2 de octubre de 1968 y más directamente la del 10 de junio de 1971, ha recurrido a la más desacreditada versión de aquellos hechos para responder a las acusaciones que su cliente enfrenta. Citado por el fiscal especial para los desaparecidos (por su nombre abreviado), Ignacio Carrillo Prieto, pidió el ex presidente tiempo para responder las preguntas formuladas, más de 300 si sumamos las dos comparecencias. Hasta ahí está en su derecho y el Ministerio Público le concedió tiempo suficiente.
Pero, como ahora todo se dirime primero en los medios, la defensa ya adelantó que los hechos sangrientos fueron el resultado de acciones también punibles cometidas por los estudiantes en aquellas fechas. Esto es: la defensa busca revitalizar la desprestigiada versión que fabricó el gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz y que, resumida, sostiene que los dirigentes nos la buscamos y condujimos a nuestra gente al matadero. Afirmó el defensor de Echeverría que realizábamos secuestros y asaltos, por lo tanto la respuesta del gobierno había sido todo lo dura que fue.
El abogado revuelve dos circunstancias distintas: los hechos de 68 y 71, y el posterior auge de grupos guerrilleros que sí secuestraban y asaltaban, lo cual nunca ha sido negado por ellos ni por nadie. Pero eso ocurrió a raíz de las masacres, no antes. La causa que hizo a muchos jóvenes irse a la guerrilla fue el convencimiento, al que llegaron tras el 2 de octubre y el 10 de junio, de que no había ninguna salida democrática y que sólo por las armas se podía conseguir un cambio político y social. La guerrilla anterior a 1968, escasa y restringida a zonas montañosas de Guerrero, no tuvo participación alguna en las movilizaciones populares del 68 y el 71.
Primer contraataque
La defensa de Echeverría contraataca y sostiene que los dirigentes estudiantiles de entonces fuimos apresados, enjuiciados y sentenciados por los mismos crímenes de los que acusamos a los gobernantes de entonces. Con ello quiere decir que la cuenta está saldada. Pero nuestra detención, juicio fuera de toda norma jurídica y sentencia sin sustento no es sino otro crimen más que debemos añadir a los muchos de esos gobiernos, el de Díaz Ordaz y el de Echeverría.
Desde la presidencia de José López Portillo se había abandonado esa disparatada versión que nos hace culpables a quienes realizábamos un mitin el 2 de octubre y una manifestación el 10 de junio.
Pero los hechos son muy simples: no hubo secuestros ni asaltos durante el movimiento estudiantil de 1968, hubo manifestaciones pacíficas y desarmadas (ni siquiera llevábamos los machetes que ahora se permiten) y la primera manifestación la encabezó el propio rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, acompañado de todos los funcionarios de la rectoría y todos los directores de escuelas y facultades. ¿Qué pedía? Algo que presidentes priistas posteriores habrían concedido sin dudar: la investigación de la desorbitada agresión contra la Preparatoria 1, cuya portón centenario había sido volado con un tiro de bazuka. La foto del soldado disparando, rodilla en tierra, había dado vuelta urbi et orbi.
¿Cómo se había llegado a semejante agresión? En el centro de la ciudad de México dos grupos de estudiantes, una veintena, habían peleado y los granaderos intervinieron. Hasta allí estaba bien, para eso es la fuerza pública. Pero los granaderos, ya entrados en calor, penetraron a la Vocacional 5, del Politécnico, y golpearon a quien se encontraron a su paso. El Poli hizo una manifestación convocada por la gobiernista FNET: la policía la apaleó. (Hasta aquí, como se ve, no hay secuestros ni asaltos, sino uso excesivo de la fuerza pública).
Una marcha en celebración del 26 de julio cubano fue también disuelta a palos y gases. Buena parte del contingente eran universitarios. Los preparatorianos cierran su escuela y se declaran en “huelga” sin más petición que, otra vez, la investigación de las nuevas agresiones, en esta ocasión contra una manifestación anual, el castigo de los responsables y la reparación del daño a las víctimas, o sea a los heridos y golpeados. Eso era todo, resolverlo no podía ser más fácil.
El duelo de la UNAM
Pero el presidente Díaz Ordaz llama ¡al Ejército Mexicano! para terminar la huelga en la Prepa 1 con un tiro de bazuka. A la mañana siguiente, las autoridades universitarias arden de indignación, los estudiantes estamos enfurecidos, el rector pone la bandera nacional a media asta en señal de duelo universitario y convoca a una manifestación. Ya empezó “el 68”, ya están todos los elementos. Pero todavía es fácil de resolver: buscar un militar, acusarlo de haber malinterpretado las órdenes presidenciales, someterlo a juicio, pagar por los daños causados al patrimonio de la UNAM, pagar a los heridos y ya. Lo habrían hecho Salinas o Zedillo, lo habría hecho de la Madrid. Pero Díaz Ordaz consideró un desacato la respuesta del rector y no buscó solución alguna, excepto forzar al rector a presentar su renuncia.
Y así, de mitin en manifestación llegamos al 2 de octubre y la masacre. ¿En dónde están los secuestros y los asaltos referidos por el defensor de Echeverría?
Apenas dos años después, el 10 de junio de 1971, ya siendo presidente Luis Echeverría, otra manifestación estudiantil es atacada, en esta ocasión por un grupo paramilitar llamado Los Halcones, cuya existencia entonces el presidente y las autoridades de la ciudad atribuyeron a “la imaginación popular”.
Fue la puntilla: muchos jóvenes quedaron convencidos de que la vía democrática estaba cerrada para un cambio político y se armaron. Comenzaron, entonces sí, los secuestros y los asaltos para obtener fondos. Ya eran guerrilleros. Ninguno de quienes han presentado la acusación siguió esa vía, sino la más gris de crear partidos políticos, sindicatos independientes, publicaciones nuevas: trabajo político al amparo de la ley. Y un buen día, con ese empuje, el país cambió.
Contra los que se armaron se cometió otro crimen, pues no siempre se les entregaba a la justicia para que pagaran por sus delitos, ciertamente graves, sino que a muchos se les ejecutó de forma extrajudicial y no se volvió a saber de ellos. Son los desaparecidos. Estas ejecuciones extrajudiciales también tuvieron lugar durante la presidencia de Echeverría y no son equiparables a homicidio ni prescriben en los tiempos del homicidio porque es la propia autoridad, encargada de velar por el cumplimiento de la ley, quien la quebranta. Así que también de esos delitos, que no prescriben, deberán dar cuenta Echeverría y los funcionarios de su gobierno involucrados.
Aeropuerto
Cuando París construyó su gran aeropuerto Charles de Gaulle no derribó sus antiguas terminales: Le Bourget y Orly, les dio, sensatamente, uso nacional y de carga.
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