El proceso de Luis K... o El castillo de Franz Gil Díaz
columna: «la calle»
Seguramente se había calumniado a Luis K..., pues, sin haber hecho nada malo, fue declarado inexistente por la Secretaría de Hacienda. Mientras aguardaba el desayuno se le notificó que, por segunda ocasión en apenas dos años, quedaba en la condición de “no localizado” para el Registro Federal de Causantes y padrones dependientes. Se apresuró a comparecer.
—Deben ustedes reparar su error, tengo mercancía en la aduana y comenzaré a pagar sumas exorbitantes por retención del contenedor y derecho de piso... -dijo K..., de pie ante el funcionario y tratando de encontrar, por deducción, quién le había hecho eso. Pero el funcionario entreabrió la puerta para decir a alguien:
—¡Quiere que reparemos nuestro error!
Se oyó una risita en la pieza vecina y una voz respondió:
—Es imposible.
—Esto es un exceso —respondió Luis K... saltando frente al escritorio—; ¡me pasé la mitad del año 2001 tratando de quedar inscrito como contribuyente!
—Entonces su RFC estaba mal: tenía una letra I mayúscula o uno romano en vez del número 1 arábigo.
—¡Pero eso decía la cédula! ¡Yo no hice mi cédula, la hizo la SHCP!
—No hemos dicho que usted la haya alterado, sólo afirmamos que el sistema no admite esa letra como primera parte de la homoclave.
—¿Y quién la puso?
—No lo sabemos, pero usted lleva todos estos años sin existencia.
—¿Veinticinco? ¿Y mis impuestos? ¡Cada trimestre declaro y pago!
—Ahora deberá hacerlo cada mes.
—¡Cada mes! ¿Un formulario y todos los papeles cada mes? ¿Y qué se hicieron mis impuestos?
—Fueron enviados al Castillo.
—¿Cuál Castillo?
—El de Franz Gil Díaz, ¿cuál otro?
—¿Y quién me borró del RFC?
—Nosotros.
—¿Me podrían informar del motivo?
El personaje se dirigió a la puerta y repitió: “Quiere saber el motivo”. Hubo un ligero cuchicheo y volvió a mirar a K... sin expresión en el rostro:
—Nuestros visitadores no lo encontraron.
—¿Puedo preguntar en dónde me buscaron?
—En su domicilio fiscal.
—¿Aquí en Praga?
—Sí, en Praga.
—¡Pero vivo en Bratislava!
—Eso no importaría, sino que su domicilio no fue localizado.
—En 2001 dejé un mapa de localización por el cual el asunto se resolvió... luego de siete meses de venir aquí. Pregunte a la señora Grubach.
—Ahora somos otros.
—No, en 2001 ya eran ustedes mismos. El mapa lo dejé a la señora Grubach, que lo dio al señor Visitador Oficial que por tres ocasiones erró el camino.
—¿Es de difícil acceso su domicilio fiscal?
—¡Por Dios: si está a media cuadra de la Gran Avenida Insurgensky!
El hombre que había reído en la habitación vecina entró lentamente y sin expresión en el rostro.
Dijo que era necesario formular un formulario para repetir la visita del visitador. Luis K... palideció y apenas logró musitar:
—Pero si el croquis de localización lo tienen ustedes en mi expediente y allí está la visita firmada por el anterior visitador que certificó la existencia de mi domicilio fiscal luego de siete meses de vueltas mías. Sólo deben abrirlo.
El nuevo personaje no respondió de momento, colgó su abrigo negro y su bombín en la percha.
—Se equivoca usted, amigo —comenzó a decir rompiendo su silencio y frotándose la manos heladas—: cada visita es independiente y esta nueva acaba de declararlo a usted inexistente para el fisco.
—Pero me acaban de aceptar el pago del primer trimestre y la declaración anual.
—Ese asunto corresponde al Castillo, nosotros no sabríamos explicarle nada.
K... decidió cambiar de tono y preguntó amablemente por la señora Grubach, a quien durante esos siete meses había visto una treintena de ocasiones.
—Ella recordará cómo empezó este calvario.
—La señora ya no trabaja con nosotros. Además, como ya le informé, cada visita es independiente: nada significa que otro visitador, o aun el mismo de ahora, haya firmado que usted existe para la SHCP. Eso ocurrió hace... ¿cuánto hace?
—Hace un año que se resolvió, en junio del 2001.
—Bien, ¿y no le parece a usted magnífico que su registro haya permanecido en nuestro sistema durante un año entero?
—Diez meses -corrigió K...—, y más bien me parece que debe durar hasta que yo mismo decida darme de baja, para lo cual no tengo motivo.
—Creo que no me entiende. Mire: su existencia fiscal depende sencillamente de que nuestro Visitador Oficial encuentre su domicilio.
—Puedo llevarlo yo mismo, ahora, y regresarlo: tengo un coche de punto esperando en la puerta.
—Eso le estará costando una fortuna.
—No más de la que perdí hace un año por esos siete meses que tardaron ustedes en darme de alta en Hacienda, parecía como si no fuera a pagar impuestos, sino a cobrar.
—Pero usted no perdió.
—Mi mercancía eran vinos y buena parte se agrió en las bodegas calurosas.
—Deberá usted explicarlo al Castillo.
—¿Al Castillo?
—Ya se lo dije, no se haga el tonto o tendremos problemas: el castillo de Franz Gil.
—Y ahora, ¿qué hago para existir?
—Formule su formulario y espere la visita del Visitador Oficial.
—¿Y se tardará otros siete meses, como en 2001?
—Llegará, no se preocupe, y si no localiza el domicilio, vuelva usted a formular su formulario, aquí conmigo.
Cuando Luis K... salió del oscuro edificio, en Praga caía una llovizna helada. Unos chicos le arrojaron una naranja que se le incrustó en el caparazón que comenzaba a crecerle.
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