Nosotros, los iracundos
columna: «la calle»
Cuando una directora de kínder expone los niños a su cargo a la ira –justificada o no, da lo mismo, ira salvaje al fin– de un energúmeno, ¿quién es peor? Ella sacaba los niños a realizar prácticas a media calle; él llevaba, dijo ya detenido, cinco meses de despertar alterado por no saber si ese día iba a poder trabajar o no. Es mecánico y le obstruyen el paso a su taller. El 6 de mayo, en Ecatepec, estado de México, terminó lanzando un camión contra la directora, matando a dos niños e hiriendo a otros.
En su, al parecer ya viejo, conflicto con José Luis Nieto Ávila, la directora Socorro Bribiesca empleó a los niños como escudos humanos, hizo el cálculo del asaltante que, rodeado por la policía, toma rehenes para protegerse con ellos: esto es, piensa que la policía será más civilizada que él y no se atreverá a disparar contra inocentes. La directora pensó que Nieto Ávila sería más civilizado que ella: escuchó sus amenazas, vio su rostro desfigurado por la furia y, tan campante, se respondió con un "veremos si te atreves"... y le dejó delante los niños que ofrecían honores a la bandera. La directora hizo cálculo de secuestrador y se equivocó: él era peor de lo que ella suponía. Él también arriesgó su jugada: "Veremos si no te quitas en el último momento" y lanzó la camioneta. El mecánico hizo cálculo de policía frente a rehenes y se equivocó: ella era peor de lo que él suponía.
Pero, ¿en quién debió caber la prudencia?, ¿en un mecánico irascible o en una directora de escuela? Escribo esta nota el martes 7 y no aparecerá sino el lunes. Para entonces supongo que el linchamiento mediático de Nieto Ávila habrá tenido lugar: nada parecerá suficiente para castigar al asesino de "los niños inocentes que no tuvieron culpa alguna". Y, en efecto, no la tuvieron, porque los niños hacen lo que sus maestras les ordenan, y si una dice, civilizadamente: "Niños, abran paso al señor que va a trabajar", los niños hacen exactamente eso. Si no se les pide salir a la calle con sus cornetas y tambores, los niños no salen.
No intento justificar a quien cometió un crimen aborrecible, sólo digo que los niños fueron puestos en riesgo premeditado, alevoso y ventajoso por la directora y eso la hace tan culpable como a él. Lo dijo Nieto Ávila en la primera entrevista televisada: "Estoy arrepentido por los niños, no por lo que le haya hecho a ella, que tiene un 50 por ciento de la culpa".
Me conmueve ese hombre porque también yo soy iracundo. He hecho lo mismo que él infinidad de veces... en la imaginación. Así nos ocurre a muchos que vemos la impunidad cotidiana hacernos la vida difícil: el cierre, ilegal siempre, de calles y avenidas como protesta por angas o por mangas; el cobro para estacionarnos donde alguien puso un cajón para vender el lugar; el taxista tapatío a quien no se le pega la gana poner el taxímetro "y si no le gusta, bájese"; las noticias de manifestaciones armadas de machetes e impunes.
Un país sin leyes
A las autoridades, de todos los colores que ahora tenemos, se les llena la boca cuando afirman que vivimos en un claro "estado de derecho". Pero, como la mayoría de los mexicanos, tampoco Nieto Ávila sabía que hubiera podido llamar una patrulla para denunciar el cierre de la calle, levantar su queja ante el Ministerio Público. No somos un país de ciudadanos, nadie piensa en acudir a la ley porque nos consta que es perder el tiempo.
¿Estado de derecho?: los policías del gobierno panista de Jalisco invaden una fiesta celebrada con todos sus permisos y venta anticipada de boletos, golpean y patean a quienes bailaban, los insultan, los arrojan al suelo. Los policías del gobierno perredista de Dolores Padierna clausuran centros nocturnos con violencia contra los clientes y convierten una salida sabatina en un riesgo: entre que lo asalte el taxista, le roben el auto propio a punta de pistola en una esquina, o lo golpee y detenga la policía, el joven debe tomar, cada viernes o sábado, una decisión peliaguda: salir o quedarse en casa.
Y la ira se acumula. Crece el número de quienes se sienten ofendidos por acciones de otras personas para las que parece haber total impunidad.
Así ocurrió Acteal y en la UNAM no vimos otro tanto porque faltó, por suerte, entre los 300 mil estudiantes que exigían sus clases, un iracundo que se tomara la justicia en sus manos y lanzara un camión contra las barricadas levantadas con escritorios y pupitres. Pero el razonamiento de las autoridades, municipales y federales, fue el mismo: que se arreglen solos.
Según relató en TV la maestra que grabó el criminal incidente, ahora resulta que hay muchos malvados en esa cuadra: pidió la detención de toda la familia de Nieto Ávila, afirmó que el vendedor de naranjas corre mucho su camión y otros más también han sido ofensivos con las maestras. Ya son muchos los malos.
Ramírez acuña nos ampare
El gobernador de Jalisco informa que se ha propuesto "proteger a la ciudadanía". Todos aplaudimos su decisión porque eso significa, claramente, que Ramírez Acuña al fin se fajará los pantalones que se le caen ante los homicidas microbuseros, como el que acaba de aplastar el lunes 6 a una cocinera a quien primero tiró al suelo con su arrancón, y así matan una persona ¡cada cuatro días!; pensamos que se los fajará ante los abusos de los taxistas, a quienes las órdenes de Ramírez Acuña los tienen sin cuidado; suponemos que "proteger a la ciudadanía" es darle facilidades para pagar impuestos y ya no tratar a quien paga como si fuera a cobrarle una deuda al gobernador.
Por lo pronto ya nos dio la primera protegida: apalear, patear, tirar al suelo, insultar y encarcelar a 1,500 jóvenes que bailaban una música que a él no le gusta dentro de un club deportivo cerrado. ¿A qué ciudadanía protegió? "No permitiré francachelas", avisa. O sea, sustituyendo la palabra por su definición según el Diccionario de la real academia: No permitiré "reuniones de varias personas para regalarse y divertirse comiendo y bebiendo, en general sin tasa y descomedidamente". Se acabaron, pues, las Fiestas de Octubre, los banquetes oficiales y los del arzobispado porque, viéndose gobernador y cardenal excedidos de peso, implica que no comen ni beben "comedidamente" y sus reuniones cumplen la definición académica de "francachela".
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