Los reprobados de la UNAM
columna: «la ciencia en la calle»
De rechazos
Rechazado es un eufemismo para ocultar lo que sucede en la UNAM. Allí hay simplemente reprobados que presentaron un examen y no lo pasaron. "Rechazados" son quienes por prietos, o por feos, o por indios, o por otras razones ineludibles no son aceptados en algún sitio. En la UNAM nada así ha ocurrido. En ningún momento los reprobados han argumentado la injusticia de la argumentación. Han preferido los discursos chantajistas sobre el derecho de todo joven a la educación. Pero ese derecho lo han tenido y no lo han sabido emplear, como se prueba con su fracaso ante un examen elemental y bobo. Sus padres no los pusieron a hacer la tarea cuando tenían 7 años quizá porque, como ahora se piensa, educar a un niño le causa traumas irremediables. Por eso merecen acompañarlos en sus huelgas de hambre.
El derecho a la educación, indudable como es, no implica que éste deba cumplirse en la UNAM. Quien demostró no poder seguir una carrera, aún puede ejercer su derecho a la educación ingresando a otro tipo de institución educativa. El país necesita petroleros, electricistas, y torneros más que abogados y contadores, seguros desempleados. Pero los líderes estudiantiles vieron su oportunidad para saldar cuentas entre sí y con las autoridades. Por eso ahora el oportunismo y la demagogia campen a nombre de grandes palabras. El chantaje sentimental llena de moscas los dulzones discursos, las cartas, y las declaraciones. Ahora resulta que debe uno sentir malestar ante la doble tontería: una, reprobar un examen elemental; otra, exigir la calificación aprobatoria con una huelga de hambre. No es malestar el sentimiento ante los reprobados y sus exigencias, es vergüenza ajena.
De exámenes
En «La Jornada» se examina a las secretarias que aspiran a un trabajo. Lo hacen todas las empresas aunque los solicitantes presenten sus títulos profesionales. Los profesores deben, también, enfrentar un examen de oposición, para conseguir el puesto. Y otro tanto hacen los trabajadores universitarios, al menos en teoría, pues la corrupción sindical no pocas veces exime a los preferidos. Los estudiantes siguen realizando exámenes a lo largo de la carrera. Todos los profesores hemos reprobado estudiantes. Los han reprobado Salvador Martínez della Rocca y Carlos Ímaz. Pero ninguno ha debido enfrentar una huelga de hambre de sus reprobados, y, si esto ocurriera, imagino que no por eso les regalarían una calificación aprobatoria. Por lo que a este redactor respecta, si alguna vez un reprobado por mí (que ha habido muchos) se hubiera puesto en huelga de hambre exigiéndome una calificación aprobatoria, apenas habría conseguido (y sólo con una huelga real) que le aplicara de nuevo el examen; pero, si tras reprobarlo una segunda ocasión decidiera ahorcarse, tampoco así le regalaría la calificación.
Dos aspectos deben contemplarse en el examen de admisión: a) que mida lo que dice medir, esto es, los conocimientos básicos indispensables para seguir una carrera; b) su capacidad para obtener los mismos resultados cuando se repite. Es lo único. Y, por supuesto, su aplicación honesta. Pero la deshonestidad de algunos, si la hubo, es motivo para cancelar su inscripción, no para admitir reprobados.
De derechos
El derecho a la educación avala eso que queda, esto es, el derecho de todo ser humano a recibir educación. No significa la tontería demagógica según la cual los profesores de la carrera de matemáticas pierdan el tiempo con quien no sabe quebrados, los de letras con quien no sabe leer (los hay, sin exageración, entre algunos estudiantes), los de física con quien responda que "Newton" es una calle de Polanco. ¿Vamos a comenzar de cero los profesores? Este redactor renunció hace unos años a sus cursos en la UNAM porque ya no soportaba el enseñar a leer a alumnos de los últimos semestres de la carrera de Psicología. En noveno, ya para salir, escribían llegarón, dijerón, leyerón, buscarón, así, con acentos. A la pregunta irritada respondían que eran palabras terminadas en on. En muchas ocasiones, al pedirle que leyeran algún párrafo, quedó en evidencia que no únicamente leían mal, sino peor aún, que al leer mal el párrafo no se daban cuenta de que así leído no tenía sentido. No habían adquirido en primaria eso que se llama comprensión.
La técnica del relleno
Será un gigantesco error si por presiones la Rectoría acepta que los reprobados en el examen de admisión ocupen las plazas dejadas vacantes por quienes, habiendo pasado el examen, no se inscribieron, pues una de dos, o el examen realmente mide la capacidad de un joven para seguir una carrera, o es un simple obstáculo para que algunos miles queden fuera. Si es lo último, se puede sustituir con "volados". Pero, si es lo primero, no se puede aceptar que quien no posee las bases que permiten seguir una carrera haga perder el tiempo a profesores y compañeros. Un grupo académico es, por desgracia, muy similar a un equipo de sonido: es tan bueno como el peor de sus componentes. El peor alumno es el que marca el paso que llevará el grupo completo. Al menos en la enseñanza tradicional, como se imparte en la UNAM.
Repito la anécdota: hace años era común ofrecer el pase a Letras Italianas o Inglesas, a Historia o Geografía, a quienes no alcanzaban la calificación necesaria para Derecho o Ingeniería. Ni Dante ni Shakespeare se beneficiaron con esos alumnos. Tampoco los alumnos. Hoy se pide que los reprobados entren a Matemáticas, donde, por obvias razones, siempre hay cupo. Imagino que también Astronomía y Física tendrán menos solicitudes que Derecho, ¿enviarán allí a quien desea ser abogado? ¿Comenzarán los cursos de la carrera de Matemáticas con la tabla del 2? Por eso hay universidades de primer mundo... y unames.
La huelga de hambre
Cuando teníamos la edad de los hoy huelguistas de hambre, Salvador Martínez della Rocca, Pablo Gómez, este redactor y otras decenas de presos en Lecumberri, hicimos una huelga de hambre (real, verdadera, lo juro) que duró 43 días. A las dos semanas, los presos comunes, azuzados por la dirección, nos pusieron una paliza. Bueno, pues aquí estamos y no nos pasó nada (al menos eso creo...). Carlos Ímaz, que entonces todavía jugaba canicas en el patio de la crujía los domingos en que iba de visita, debe recordarlo a la hora de dar, por todo argumento para la admisión de reprobados, el hecho azucarado y nada excepcional, del hambre voluntaria: ¿no se conmueven al verlos negándose a comer? Pues no. También se podrían poner piedritas en los zapatos. Así, dicen los católicos, se ganan indulgencias, pero no se ingresa a la UNAM.
La solución: diálogo público
No debería ser otra la solución en el conflicto creado en la UNAM que el diálogo público. Yo lo haría así: llamaría a la radio, la prensa y la televisión y, sobre todo ante ésta, aplicaría de nuevo el examen de admisión a los reprobados, en versión equivalente, y en voz alta. El país entero se podría reír durante un año con algunas de las respuestas allí escuchadas. Pero también las autoridades tienen lo suyo, sus tics, manías y reflejos: sentimentalismo contra sentimentalismo, miel en el azúcar, camisetas desgarradas por los "excluidos" y togas «ídem» por el «alma mater». Carajo.
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