PRI: medicina caduca
columna: «la ciencia y la calle»
La receta para revitalizar al PRI resultó ser, según la asamblea parcial de San Luis Potosí, una vuelta al pasado nacional–revolucionario. El desvío de esa ruta fue lo que les arrebató la Presidencia de la República, según su miope análisis de la derrota sufrida en las elecciones federales. Ya olvidaron que ganaban con artimañas: el carrusel, el ratón loco, la operación tamal les llenaban las urnas; con las arcas de la nación al servicio de los candidatos oficiales; con instalaciones y equipos públicos empleados como propios; con la fuerza del Ejército si fuera necesaria, como se empleó contra los henriquistas; hasta con la represión patriótica asestada por el presidente Lázaro Cárdenas a los partidarios de Almazán. Así ganaban, ¿no lo recuerdan muchachos (y muchachas)? Cuando el aparato electoral dejó de estar en manos del gobierno, comenzaron a perder, así de simple y no le den más vueltas. Ahora deben aprender a ganar.
Pero han urdido que el PRI perdió a causa de la mala conducta de los presidentes Salinas y Zedillo y que bastará pues con enderezar el rumbo. Parecen ignorar que la medicina autorrecetada ya tiene nombre y expresión: se llama cardenismo y en las elecciones federales fue aplastada de forma abrumadora por los votantes: apenas un 16 por ciento de los electores votó por la propuesta de Cárdenas, que ofrecía el mismo retorno a los viejos tiempos que hoy promete el contrito PRI a la ciudadanía para enmendarse. Lo que perdió al PRD salvará al PRI.
Resulta insensato condenar que a partir de 1989 "se otorgó mayor espacio al capital extranjero", y atribuir a ese arribo de capitales la desgracia electoral del PRI cuando todos los países del mundo, pobres y ricos, se pelean los capitales y ofrecen ventajas que los exhiban como la mejor opción para invertir. Más ahora con el ingreso de China a la Organización Mundial de Comercio. El añorado "modelo económico del nacionalismo revolucionario", produjo la inmensa pobreza de un país rico en recursos naturales. Para ejemplo basta un botón y lo dio Sergio Sarmiento en Reforma. Produce cólera. Aquí va:
Un caso ejemplar
1) Las leyes del nacionalismo revolucionario impiden la inversión privada en Pemex; 2) el crecimiento del país exige gasolinas de una calidad que Pemex no puede producir en sus actuales plantas; 3) lo más sencillo es construir nuevas; 4) pero Pemex no tiene recursos ni los puede aceptar privados. ¿Solución?: En Estados Unidos, donde no se prohíben las inversiones (y por algo son ricos), sí pudo Pemex asociarse con los capitales que nos desnacionalizan. Resultado: las gasolinas que precisa México, país petrolero, son producidas en Texas y se crean allá empleos para texanos y uno que otro indocumentado. Luego Pemex importa gasolinas caras, aunque refinadas a partir de su petróleo barato. Todo para salvar apariencias y sortear leyes que impiden, para bien del pueblo... la creación de empleos.
Después de leer eso, ¿necesitamos explicaciones más complejas para entender la pobreza de un país que vive sobre yacimientos de petróleo y plata?
El nacionalismo revolucionario priista (o perredista, que es el mismo) parte de la base paranoide según la cual todo inversionista extranjero trae malos designios (enriquecerse) y debe, por lo mismo, ser capturado in fraganti. Pero viene para obtener utilidades o no viene: nadie invierte para perder ni para ayudar a otros. Luego el inversionista distribuye su utilidad al contratar empleados y bienes y servicios colaterales. Finalmente, será obligación del Estado vigilar que esos trabajadores reciban salarios y prestaciones justas.
No les preguntaron los delegados "nacionalistas" a los miserables habitantes del Mezquital si les parecía contrario a su interés la instalación de una planta, de capital 100 por ciento alemán, productora de las valiosas hierbas que requiere la elaboración de hormonas sintéticas, o si rechazan trabajar en huertos de olivos de capital y tecnología 100 por ciento israelí.
El PRI contra sí mismo
Los presidentes Salinas y Zedillo concluyeron sus mandatos con altos niveles de aceptación popular. Fue el viejo PRI —que no les perdonó jamás el haberse saltado la cola, haberse brincado a los Bartlett, a los Roques, a los Cárdenas y demás políticos de estricta militancia priista y disciplina ortodoxa— quien se encargó de destruirlos. Pero Salinas terminó su período aceptado por casi un 70 por ciento de la población y Zedillo nos dejó un México transformado en país exportador y creciendo al 6 por ciento anual. No fue contra ellos contra quienes votamos los mexicanos, sino contra la angustia de no saber, cada seis años, quién nos iba a tocar en suerte. Queríamos ser los responsables de nuestros errores y remediarlos con nuestro voto. El país creció y se volvió adulto sin que el PRI se diera cuenta. Y ya no nos bastó a los ciudadanos la confianza en que el Presidente elegiría al sucesor adecuado.
Queríamos meter la pata nosotros mismos
Y con Fox no la metimos: gracias al cambio se terminó el partido de Estado. El PAN no lo es aunque esté en el poder; el PRI tampoco y no parece comprenderlo. Con Fox no comenzaron las libertades democráticas, como él insiste en suponer; pero sí dio inicio la época en que los ciudadanos elegimos una vía para el país, y fue la ofrecida por Fox: apertura a los capitales extranjeros, facilidades para la inversión interna y externa. Si hubiéramos deseado más nacionalismo–revolucionario habríamos votado por quien ofrecía precisamente tan acedo platillo: por el PRD.
El reciente alud de reclamaciones al presidente Fox no se ha dado para pedirle la vuelta al proteccionismo y a los obstáculos contra la inversión, sino justamente por lo contrario: porque no ha traído los capitales extranjeros que prometió, no ha abatido los trámites que desalientan la creación de empleos. Se le exige que haga lo contrario de lo que el PRI nos promete como retorno a la senda justa: acabar con los restos del nacionalismo revolucionario que siguen asfixiando la economía: la electrónica asentada en México se va a China, ¿qué hace Fox para impedirlo?
Otro botón de nacionalismo en las apariencias: el PRI y su hijo, el PRD, elevaron voces escandalizadas cuando la Presidencia rediseñó su emblema. Los gritos pedían sangre porque al águila le faltaban el nopal y las garras. En foto distribuida mundialmente, vemos al príncipe Guillermo de Inglaterra, vestido de frac y con la bandera de su país como chaleco. Inglaterra se dio la primera constitución del mundo y así comenzó la democracia moderna. La bandera es de todos y si el príncipe la trae como chaleco, muchos ingleses la traen de calzones. Y no se tambalea Inglaterra.
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