Guadalupe
columna: «la ciencia y la calle»
El "tiempo en que aquí este rey don Alonso reinaba en España, apareció Nuestra Señora la Virgen María a un pastor en las montañas de Guadalupe en aquesta manera..." Son las primeras palabras del relato que todavía divide a la jerarquía católica. Fue hacia el año 1322 cuando la Virgen envió a un pastor con el mandato de que se le construyera una iglesia en el sitio de la aparición: entre las peñas de un monte. Los sacerdotes no le creyeron. La aparición se repitió en el mismo montecillo e hizo la misma solicitud. Luego de varios viajes del pastor y de que un hijo suyo resucitara, los clérigos aceptaron acompañarlo al sitio de la aparición. Encontraron, oculta entre peñascos, una estatua de la Virgen. Al parecer había padecido en algún incendio y quedado algo ennegrecida. Por su color se le llamó la Morenita de Guadalupe. Se dijo que la estatua era de hechura milagrosa.
Si el relato le parece a usted conocido, no se refiere al milagro del Tepeyac (idéntico), sino al de la sierra de Guadalupe, en Extremadura, España, casi 200 años antes del descubrimiento de América. Hernán Cortés, al fin extremeño, era devoto de la virgen de Guadalupe, como lo eran todos los conquistadores, así que pronto la Morenita tuvo en México su capilla.
En el mismo lugar del cerro del Tepeyac donde se levantó la primera capilla a la virgen de Guadalupe, hubo desde siglos atrás un adoratorio indio a la diosa Tonantzin, nombre que significa lo mismo que el título más frecuente para referirse a la Virgen: nuestra madre. El dato hace tan sospechoso el nuevo culto guadalupano (el del Tepeyac) que fray Bernardino de Sahagún, en su Historia General de las Cosas de la Nueva España, lo menciona y lo condena con estas duras palabras en 1570: La condena de fray Bernardino." Y ahora que está allí (en el santuario de la diosa Tonantzin) edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, (los indios) también la llaman Tonantzin (...); parece ésta una invención satánica, para ocultar la idolatría bajo la equivocación de ese nombre Tonantzin, y los indios vienen de muy lejos, tan lejos como de antes, la cual devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay muchas iglesias a Nuestra Señora y no van a ellas, y vienen de lejanas tierras a esta Tonantzin, como antiguamente." O sea: pudiendo ir a tanta iglesias como hay para venerar a la Virgen, vienen sólo a ésta, donde estuvo su viejo ídolo.
Cuando los franciscanos quisieron detener el culto por las mismas razones que fray Bernardino, jamás mencionaron apariciones ni estampado milagroso. Fue así porque en el primer siglo después de la Conquista sólo se decía que la imagen hacía milagros y eso era ya suficiente para indignar el celo franciscano. Así que el martes 8 de septiembre de 1556, fiesta de la natividad de la Virgen, el provincial de los franciscanos, fray Francisco de Bustamante, en implacable sermón ante el virrey don Luis de Velasco y la Real Audiencia, condenó el culto.
Uno de los testigos relata así el momento: "Durante la pausa que hizo fray Francisco para subrayar el cambio (de tema) se observó que le mudó el color del semblante y que estaba muy alterado." La cabeza de los franciscanos en la Nueva España manifestó que estaba obligado a denunciar como perniciosa la devoción "que la gente de la ciudad ha tomado en una ermita y casa de Nuestra Señora que han titulado de Guadalupe." Se refirió a los muchos trabajos pasados por los evangelizadores para dar a entender a los indios que no creyesen en imágenes, pues eran de piedra y palo, "y venir ahora a decirles a los naturales que una imagen pintada ayer por un indio llamado Marcos hacía milagros, era sembrar gran confusión y deshacer lo bueno que se había plantado."
El testimonio de Zumárraga
En 1556, como puede observarse, todavía nadie se atrevía a decir que la imagen era de aparición milagrosa, pues vivía el pintor, Marcos Cipac de Aquino. Se afirmaba que "hacía milagros", lo cual ya resultaba escandaloso a los buenos frailes que tantos esfuerzos habían pasado para que los indios dejaran de venerar sus imágenes paganas, sólo para descubrir horrorizados que ahora veneraban otras.
Pero hay un testimonio, si bien indirecto, del principal testigo del portento: fray Juan de Zumárraga, primer obispo y primer arzobispo de México. Recordemos la leyenda piadosa (como la llamaría fray Servando Teresa de Mier 200 años después): como en el milagro de España, el obispo no cree en las apariciones y pide una prueba. La Virgen le indica a Juan Diego que corte unas rosas y se las lleve al obispo. Cuando las muestra, comienza a dibujarse el milagro ante los ojos atónitos del obispo. No pudo pintarse antes la imagen porque Zumárraga se habría limitado a comentar: "Qué bonita figura traes pintada allí, hijo", como quien ahora ve una camiseta con la Virgen. El milagro, si lo sorprendió, tuvo que ocurrir ante sus ojos.
Pero fray Juan de Zumárraga, que mantenía abundante correspondencia con sus tías y primos, nunca les habló del más grande mil8agro ocurrido sobre este planeta. El obispo, tan cuidadoso en asentar los gastos y acontecimientos diarios, nunca anotó que había visto un milagro más grande que la partición del mar Rojo ante Moisés. Peor aún: publicó un catecismo, titulado Regla Cristiana, donde se lee: "¿Por qué ya no ocurren milagros? Porque piensa el Redentor del mundo que ya no son menester." Y sigue con palabras todavía más duras, porque de seguro había oído las consejas sobre la imagen que estaba haciendo milagros en una ermita del Tepeyac: Recordó que Herodes, durante el juicio a Jesucristo, le ofreció una salida honorable: si era en verdad Dios podía realizar ante todos un milagro y con eso salvarse. Así que previene fray Juan de Zumárraga, el testigo principal del milagro guadalupano según la leyenda piadosa escrita un siglo después por Miguel Sánchez: "No queráis, como Herodes, ver milagros y novedades por que no quedéis sin respuesta: lo que Dios pide y quiere son vidas milagrosas, cristianas, humildes, pacientes y caritativas, porque la vida perfecta de un cristiano es continuado milagro en la tierra."
Voz sensata para oídos sordos. Fray Juan no tendría por estos tiempos mexicanos que corren muchos seguidores, como no los tendría tampoco el buen Papa Juan XXIII, que simplemente tachó una multitud de santos de existencia no comprobada, durante el Concilio Vaticano II.
0 animados a opinar:
Publicar un comentario