Roger Penrose
columna: «la ciencia y la calle»
Roger Penrose, el matemático y físico inglés, hace una buena broma contra la opinión según la cual un programa de computación es el equivalente en silicón de nuestra conciencia en carbón: ya podemos programar una computadora para que deambule de aquí para allá interrogándose: "Hay, Dios mío, ¿cuál es el sentido de la vida?" Pero, que presente esa conducta ¿indica que está afligida por dudas teleológicas? Los teóricos de la A. I. fuerte responden con un "sí" rotundo.
A. I.
La inteligencia artificial es un hecho cotidiano en nuestras computadoras. Lo que está por verse es la conciencia artificial. En este punto, los científicos y los filósofos se dividen en dos grandes bandos: los que sostienen la A.I. (inteligencia artificial) fuerte y quienes plantean diversas modulaciones de esta posición.
En el extremo opuesto se encuentran los investigadores para quienes el único instrumento que poseemos para estudiar la conciencia, el cerebro humano, es insuficiente para la tarea. Sería una aplicación de la hermosa frase de J. B. S. Haldane: "El universo quizá no sea sólo más complejo de lo que imaginamos, sino más complejo de lo que podemos imaginar".
Finalmente, nos dice la paleontología, el cerebro humano comenzó su veloz desarrollo final hace apenas unos tres millones de años, y eso sirvió para que no nos comieran los carnívoros de entonces. Nadie puede saber si, tan humilde origen, permita los empleos que le estamos dando.
El misterio
Este es el misterio de la conciencia: la conciencia es un producto del cerebro y éste no es sino materia altamente organizada, la organización más compleja que conocemos, pero materia al fin y al cabo; ahora bien, ¿cómo es que la materia cobra conciencia de sí misma?
La A. I. nos recuerda que por medio de tomografía (PET) ya hemos visto el instante en que se produce una memoria, una emoción: vemos encenderse distintas regiones del cerebro, fluir la sangre a esas áreas y retirarse de otras. Eso es todo: activación y desactivación de neuronas, la célula cerebral por donde viajan los impulsos nerviosos.
El neurobiólogo Semir Zeki, coautor de La Quete de l’Essentiel, con Balthus, analiza la creatividad con los instrumentos de su quehacer científico y encuentra leyes semejantes para la visión y para las artes visuales. Avisa que espera "tacklear" otros asuntos, como las creencias religiosas y la jurisprudencia, descubriendo las funciones cerebrales que les van asociadas (Science, 6.06.01).
Podemos conocer al detalle los disparos de cada neurona y su trayectoria, pero el misterio subsiste. El filósofo John Searle lo plantea así: "Los disparos neuronales causan la sensación, pero no son lo mismo que la sensación", (El misterio de la conciencia, Paidós, p. 39) O todavía más claro: "¿Cómo es posible que disparos neuronales físicos, objetivos, cuantitativamente describibles, causen experiencias cualitativas, privadas, subjetivas?" Lo llama, el problema de los qualia. El quale es el mínimo de calidad, como el quantum lo es de materia.
Nadie pone en duda la relación estrecha entre estados emocionales conscientes y estados cerebrales. Cuando el conductismo estaba de moda las definiciones eran rigurosamente operacionales. Por ejemplo: ¿Qué es la tristeza? Demos una descripción medible: hay una arritmia en la respiración, el diafragma se sacude, los músculos de la garganta se tensan y modifican la voz, los ojos presentan exceso de lubricación que puede hasta derramarse en lágrimas, la presión sanguínea, la temperatura, la digestión... muchas funciones vagales se alteran. Eso es la tristeza extrema con llanto.
¿De veras?
Roger Penrose, el matemático y físico inglés, hace una buena broma contra la opinión según la cual un programa de computación es el equivalente en silicón de nuestra conciencia en carbón: ya podemos programar una computadora para que deambule de aquí para allá interrogándose: "Hay, Dios mío, ¿cuál es el sentido de la vida?" Pero, que presente esa conducta ¿indica que está afligida por dudas teleológicas? Los teóricos de la A. I. fuerte responden con un "sí" rotundo.
Los voluntarios que se han sometido a experimentaciones en las cuales se les estimulan artificialmente zonas cerebrales con funciones bien conocidas, coinciden en que sienten algo "parecido" a una cierta emoción, según el área, pero que no es igual. Así como sentimos que nuestro pie se mueve por un estímulo en la rodilla, pero que no es igual a cuando pateamos voluntariamente. En la magnífica y conmovedora película A. I., de Spielberg–Kubrick, la postura de los teóricos de la A. I. fuerte está representada en la joven robot del principio, que define "amor" en términos de lo que ella hace para demostrar que está enamorada. No es eso lo que el profesor está buscando implantar en futuros robots y la usa precisamente como contraejemplo. En general, los humanos estamos de acuerdo con él, excepto los teóricos de la A. I. fuerte. El problema de comparar los destellos eléctricos de las neuronas con los destellos eléctricos de los chips es el siguiente: unos y otros producen una sintaxis, esto es un orden. Pero a la sintaxis de un programa de computación le falta significado, son símbolos ordenados: 001011000... que únicamente un ser consciente puede dotar de significado: una carta de protesta, una agenda, un poema. El cerebro también ordena símbolos, pero éstos tienen significado, tienen semántica. El ordenador Macintosh introduce una sintaxis cuyo significado ignora. Este ordenador mío no sabe si escribo un artículos sobre la conciencia (¿o... sí?), un poema satírico, un llamado a levantarse en armas o cadenas sin sentido de teclazos: mcnd ahnrun& 5!d. Mi ordenador instalado entre las orejas sí lo sabe o... al menos eso supone el lector.
En la A. I. fuerte no hay diferencia entre lo que nos ocurre y la respuesta de un termostato o la de un zombi. Pero es posible plantear enseguida otra pregunta: si el dolor, el dolor físico de una muela, es, como todos sabemos, un asunto de neuronas que se disparan, igual que lo hace un termostato de acuerdo con la temperatura, ¿qué convierte a esos disparos en "dolor" y a otros en placeres tan grandes que podemos pagar por ellos?
0 animados a opinar:
Publicar un comentario