El odio mutuo
columna: «la ciencia y la calle»
Príncipe: —...¡Capuletos! ¡Montescos! ¡Mirad qué castigo ha caído sobre vuestros odios!
Romeo y Julieta. W. Shakespeare.
Los judíos tienen derecho a un territorio; también los palestinos que, además, ya poseían uno. Ante la inmensidad de la tragedia que hemos visto, ¿no podrán ponerse de acuerdo para convivir en paz? Ambas partes han preferido la guerra y la destrucción del contrario. Los inmigrantes judíos, llegados a lo largo de un siglo al territorio palestino, parte del imperio Otomano hasta 1918, y bajo dominio británico después, optaron por la guerra en 1948; la ganaron y así nació el Estado de Israel. Muchos palestinos aceptaron la nueva nacionalidad. Los que se rebelaron fueron echados de sus casas y de sus tierras. Así los países limítrofes recibieron 800,000 palestinos, hacinados en tiendas de lona, maltratados también por sus anfitriones. "Son los judíos de Israel", dice Edward Said. Viven aún peor que los judíos en el gueto de Varsovia.
Los palestinos iniciaron, desde esos campamentos miserables, los ataques contra los colonos judíos. Israel se convirtió en una nación de primer mundo gracias al típico celo judío por el trabajo, la afluencia de capitales e inteligencia y, no menos importante, el apoyo de los Estados Unidos y Europa en razón de los inmensos sentimientos de culpa generados por el Holocausto. También se convirtió en una potencia fuertemente armada. La espiral de violencia había comenzado.
La guerra de 1967 la volvieron a perder los árabes y les costó la ocupación de territorios que habían conservado. Pero después de la intentona de Hitler, el mundo moderno de ninguna manera podía admitir el derecho de conquista, así que las Naciones Unidas decretaron la devolución de los territorios. Israel se negó. Vino una larga serie, decenas, de mandatos de la ONU y decenas de vetos ejercidos por Estados Unidos a favor de Israel. Los terrenos conquistados en 1967 comenzaron a ser "sembrados" de colonos israelíes.
Como Irlanda y Texas
"Sembrar" población en terrenos ocupados ha sido una vieja y efectiva táctica para asegurar triunfos militares: los ingleses lo hicieron en Escocia, Gales e Irlanda. Lo hicieron los Estados Unidos con la Texas mexicana: la población de origen anglosajón admitida por los gobiernos mexicanos para colonizar esa remota provincia de México, un buen día —en gran parte forzada por las erróneas políticas mexicanas que nos mantienen pobres e insatisfechos— declaró su independencia y estableció la República de Texas en 1836.
Las órdenes de las Naciones Unidas para no repoblar con judíos los territorios ocupados menudearon y, otra vez, tan inútilmente como antes. El veto de Estados Unidos se ejerció cada vez. Los palestinos tuvieron su propio Holocausto en los campamentos de refugiados: las masacres de Sabra y Shatila nada pidieron a la Gestapo. Lanzados de sus casas y de sus tierras, sin más armas que piedras ante el ejército israelí, uno de los cinco en el mundo con mayor potencia de fuego, los palestinos ya no tuvieron nada que perder. Con el cielo eterno prometido en recompensa por caudillos delirantes, comenzaron los atentados suicidas. Israel contraatacó cada uno con la fuerza de su aviación, abonando el odio: balas por piedras, cohetes por bombas humanas.
Y un buen día, quien había debido renunciar al Ministerio de Defensa por aquellas matanzas nocturnas de palestinos: hombres, mujeres y niños que dormían bajo lonas y trapos, Ariel Sharón, estuvo al mando de Israel para horror de muchos israelíes que buscan un armisticio con los palestinos y no creen en el derecho de conquista ni en tierras prometidas por Dios. Se encontraron así la ultraortodoxia judía, que apela a la promesa divina y busca reconstruir el reino de David y Salomón, y la ultraortodoxia musulmana, según la cual Dios ordena la "guerra santa" y la muerte: la misma tesis de los cruzados cristianos y de la Inquisición.
Desde Abraham
Para encontrar a quien tiró la primera piedra debemos remontarnos varios milenios, a cuando Abraham no podía tener hijos de Sara, su esposa, y tuvo uno de su esclava Agar. Cuando Sara logró concebir, Abraham lanzó al desierto a la esclava y al hijo ilegítimo, Ismael. Luego Dios le prometió que del hijo de Sara nacería un pueblo tan abundante como las arenas del desierto. Pero Ismael también se dio prisa en reproducirse y, sin promesa divina alguna, dio origen a un pueblo todavía más abundante.
Cuando los bisnietos de Abraham se instalaron en Egipto, aprendieron la extraña doctrina de un faraón iluminado, Akenatón, que predicaba la existencia de un solo Dios, sin figura y sin forma. Con los siglos, y convertidos en un pueblo numeroso, volvieron a la tierra de Abraham, la "tierra prometida". Esa tierra seguía habitada, pero el pueblo de Israel venció a los moradores (recordemos la batalla de Jericó) y levantó un pequeño reino, que no tendría mayor importancia si no hubieran producido una literatura maravillosa cuyos libros, reunidos, llamamos la Biblia ("los libros", en griego) y dado origen a una versión del judaísmo, el cristianismo, que es la religión predominante en las potencias económicas y políticas.
Hacia el año 70 de nuestra era, con la destrucción de Jerusalén por las tropas romanas, se originó lo que conocemos como la diáspora judía: la dispersión de ese pueblo por todo el mundo. Conservaron su creencia en el Dios único y tomaron el color de la región que los acogió: hay judíos negros en Etiopía, morenos en países mediterráneos y rubios en Polonia, Holanda o Rusia.
Hacia fines del siglo XIX comenzó el movimiento sionista: un anhelo heroico por volver a la tierra de los ancestros. Aquellos primeros colonos compraban tierra, aprendían árabe y revivían el idioma hebreo, muerto antes de Cristo. Pero se despertó el temor de la población palestina y las primeras revueltas estallaron en los años 20 y 30. El martes 11 contemplamos horrorizados lo que de ninguna manera es el final.
¿Podrá el mundo, ante los visos que ha adquirido la tragedia, forzar la reconciliación de Ismael e Israel, los hermanos que adoran al mismo Dios? Quizá, luego de cinco mil años, sea el momento.
0 animados a opinar:
Publicar un comentario