El cardenal Marcinkus y el padre Montaño
columna: «la ciencia y la calle»
Si alguna reclamación debemos hacer los mexicanos a Jorge Carpizo, con todos los grandes méritos que tuvo como incorruptible ombudsman y procurador general de la República, es la de no haber seguido la pista de las narcolimosnas en el caso del cardenal Posadas Ocampo, asesinado en Guadalajara; tema que el sucesor, Juan Sandoval, ha puesto de nuevo a discusión en los medios. Al parecer, los procuradores se dijeron como don Quijote: "Con la Iglesia hemos topado, Sancho", y, cerrando los ojos, dejaron pasar al padrecito Montaño, cómplice de los narcos Arellano Félix y figura central en el crimen del purpurado tapatío.
Los simples hechos
Nadie cree ya, ni la PGR, que el cardenal haya quedado casualmente entre el fuego cruzado de dos bandas. Los disparos fueron directos, a corta distancia e intencionales. A quemarropa, se dice. Así pues, tanto la PGR como el grupo interinstitucional (con obispos católicos y miembros del PAN en el gobierno de Jalisco) se atuvo a los siguientes hechos irrefutables:
- Los disparos no fueron casuales, ni a un auto cualquiera que tuvo la mala fortuna de cruzar por allí y estar en el mal lugar y en el mal momento, sino dirigidos con toda intención. Lo comprobaron los estudios de balística. Cierto.
- Pero de ahí no se sigue, necesariamente, que fueran contra el cardenal Posadas Ocampo, sino contra el auto esperado por los sicarios de los Arellano Félix, (hermanos que en ese momento tenían la coartada provista por el padrecito Montaño: estaban rezando en un bautizo).
- El auto esperado era uno típico de narcos: un Grand Marquis blanco. Llegó ese auto, los sicarios gritaron: "Ya llegó". Se aproximaron para no fallar. El auto, como el de todo narco que se respete, llevaba los vidrios subidos, pero en el interior se distinguía, no una señora, no un niño, no un asiento vacío, sino una figura rechoncha y de hombre: el "Chapo" Guzmán, se dijeron. Día, hora, lugar, auto, color y silueta coincidieron. Los sicarios no pidieron identificación y rociaron de balas al pasajero del auto esperado pacientemente. Después se enteraron de que no había sido el "Chapo".
El candidato a santo no vivía precisamente como san Francisco y compartía con los narcos el mismo gusto por los autos de gran lujo. Como el "Chapo", no pasaba largos ayunos ni penitencias, así que ambos mostraban peso excedente.
Los vidrios subidos, el brillo del sol, el alcohol y la droga en los criminales, hicieron su parte. Es una versión basada en hechos, sensata y que deja a salvo el honor de la Iglesia; pero, por supuesto, no ofrece mérito alguno al cardenal Posadas para subir del asiento de un Grand Marquis al nicho de un altar. Tampoco es un pecado, apenas si llega a falta contra la pobreza exigida por Cristo. Pero ésa es otra historia.
El Marcinkus mexicano
El cardenal Marcinkus, un fortachón y alto hijo de los barrios bajos de Chicago, descendiente de inmigrantes polacos, debió pasar largos años sin poner pie fuera de la protectora sombra del Vaticano y del Papa, porque afuera lo esperaba la policía italiana para someterlo a juicio por delitos "de cuello blanco", entre ellos la declaración fraudulenta de quiebra a favor de un banco del Estado Vaticano. El celo especial que Juan Pablo II puso en la protección de Marcinkus no se explica únicamente por su origen polaco ni por la investidura cardenalicia de éste ni por la amistad entre ambos, sino porque el juicio contra el cardenal salpicaría a la llamada Santa Sede.
Siendo la Ciudad del Vaticano un Estado independiente, con límites perfectamente definidos desde el Tratado de Letrán, firmado en los años 20 del siglo pasado entre Mussolini y el entonces Papa, y no habiendo tratado de extradición entre Italia y la Ciudad del Vaticano, el cardenal Marcinkus quedaba perfectamente a salvo mientras conservara la amistad con el Papa... y los secretos de sus operaciones bancarias, entre las que Italia sospechaba lavado de dinero.
Al padre Montaño no lo protegió un Estado soberano, estuvo al alcance de cinco procuradores y el último no ha tomado tampoco, hasta donde se sabe, providencia alguna para extraditarlo. A diferencia de la situación entre Italia y la Ciudad del Vaticano, de la que el Papa es rey (de ahí la triple corona), entre México y Estados Unidos —donde se refugió el padre Montaño— sí existen tratados de extradición, que se emplean a diario. Todo hace suponer que el padre Montaño gozó, y goza, de la protección de quien, en México, tiene el poder terrenal del Papa, que son nuestros presidentes de la República. ¿Hay orden presidencial de no investigar esa línea, ese rastro tan evidente? ¿Ha sido decisión personal de los procuradores de la República? Jorge Carpizo es católico y lo han sido quienes lo sucedieron.
Podemos suponer un complot de autoridades civiles (al fin y al cabo católicas) y autoridades eclesiales para no seguir las huellas que llevarían a una sorpresa desagradable. De ser así, el cardenal Juan Sandoval estaría descobijando ese acuerdo con su admirable afán justiciero. Las apariencias engañan, nos dice cuando insiste en exhumar un caso concluido. Como en película italiana de los años 70, nos hallaríamos ante un complot, sí, pero uno calculado para no dañar la reputación de la Iglesia católica. Estaríamos ante el caso de un alto prelado que prefiere la verdad aunque afecte a los suyos. ¿Será? De ahí que sus colegas obispos le pidan a Sandoval que no haga olas.
Un dato más en el mismo sentido, es la extraña insistencia del cardenal Sandoval por exculpar a los ahora procesados por el asesinato del cardenal Posadas y lo mucho que les cree a los narcos Arellano Félix. Al parecer le consta algo muy turbio. Y que Prigione, el nuncio apostólico, viniera "a inaugurar una mueblería" suena, cuando menos, curioso, si no increíble. En efecto: se debe investigar más.
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