El País Montessori
columna: «la ciencia y la calle»
Una flor en el desierto de ordinariez que abruma al país: Amalia García, mujer inteligente y sensata, diciendo que existen problemas mucho más importantes en México que tratar el precio de unas toallas para la casa presidencial. López Obrador, para sorpresa de México entero, tomó la misma postura y no le entró a la feria de la vulgaridad. Lamentable la réplica de Felipe Calderón. En el otro extremo, como el fruto más podrido de la demagogia, tenemos el discurso donde Martí Batres, convertido en energúmeno, "pregunta" al Presidente si la reforma fiscal será para comprarse toallas de alto precio. Ridículo. Sobre el asunto hay cuestiones obvias, salvo para la mala fe:
- No existen toallas de 400 dólares.
- En alguna parte se cometió un error garrafal que propició el mismo Fox porque no es incumbencia de la nación enterarnos del costo de sus calzones. Es asunto de la Contraloría impedir que los precios sean inflados. Y algo así pudo haber sucedido con sábanas y toallas. Punto y basta.
- En cuanto al menaje de casa. La demagogia más trivial se solaza con cuentas acerca del número de panes que se arranca de la boca a los niños pobres para realizar otros gastos. Los ejemplos abundan: un monumento, unos árboles, un concierto. Con lo que se gasta en ellos, dice el demagogo, ¿cuántos niños comerían? La visión del Estado como el gran padre proveedor.
- El presidente que más caro le ha costado a México ha sido el que servía banquetes oficiales en platos de barro, brindaba con agua de jamaica y desterró la corbata. La política populista de Echeverría (usted–pida–y–yo–le–doy) convirtió al país en un espectáculo de cimientos abandonados y la economía mexicana aún no se repone de su intento de levantarla con gasto público.
- Los rufianes que hace poco vendían, no regalaban, algo parecido a leche y con pilón en excremento, incluyen en los gastos excesivos de Fox una vajilla de 40 mil pesos. Es irrisorio: en una tienda modesta, como Las Fábricas de Francia en Guadalajara, eso cuesta una regular vajilla de porcelana inglesa, abierta (para sustituir los platos rotos) y no exclusiva. Muchos mexicanos suponemos que la casa presidencial de México no tiene una vajilla, sino muchas, y que la más barata debe de ser la de 40 mil pesos. Me avergonzaría que en un banquete ofrecido por la Presidencia la vajilla no hubiera sido hecha exprofeso, con filo de oro y el escudo nacional. Y no sacaría la cuenta de la "leche" para pobres que pudo haber fabricado Martí Batres Inc. con el precio pagado.
La culpa es de Fox
Pero la culpa es del presidente Fox. Da la impresión, aterrorizante, de que es tonto. Mientras los delincuentes asaltan a la propia policía y la burocracia triplica sus obstáculos para la inversión, él acumula anécdotas chuscas a una velocidad que no tuvieron doña Carmen Romano ni Margarita López Portillo, ambas de infausta memoria por su folclor. Pensábamos los mexicanos que la anécdota según la cual en Salzburgo doña Carmen se sentó a tocar un clavecín que perteneció a Mozart y era parte del museo donde la entretenían en lo que su marido trabajaba, quedaría como insuperable. No lo fue. Veinte años después, en China, los mexicanos que nos gobiernan mostraron todo el esplendor de su infantilismo. Pero no es eso lo peor, quedaría en simple anécdota si no viéramos al Presidente resbalando, una y otra vez, en su parloteo insufrible. Le vendría bien un fin de semana de meditación zen y silencio.
¿Y quién da respuesta a tanta duda? Tenemos, para empezar, que la voz del Presidente la lleva una mujer insegura en cualquier asunto. Se le nota que no sabe nada de nada y que está allí, como hace 30 años doña Margarita, sin otro mérito que su cercanía con el Presidente. No sólo desconoce los temas de que trata, sino que habla ceceando, pone zetas en todas las eses y se le oye decir "el prezidente de la depública eztá convenzido de que vamoz pod buen camino..." Y esa misma impresión da buena parte del gabinete extendido que inventó Fox a tontas y a locas.
Consultadero
Las consultas populares son el nuevo deporte de todo demagogo. Si una encuesta señala que cierta medida necesaria es impopular, se evita, y una manera de hacerlo es "preguntarle al pueblo". Y así tenemos las preguntas de respuesta obvia. ¿Quiere usted pagar más por el transporte público?, en la próxima que hará López Obrador. Respuesta anticipada y sin costo: Noooo! También podría aprovechar para interrogar, por el mismo precio de la consulta, si la gente quiere pagar impuestos, pagar el agua, pagar la electricidad. A los ambulantes que impiden el paso en las aceras con sus mercancías robadas o de contrabando, les puede López preguntar amablemente si desean retirarse o no. A los automovilistas, si quita todas las prohibiciones para estacionarse y los parquímetros de paga. A los taxistas coludidos con asaltantes, si puede meterlos en cintura.
Pero a muchos ciudadanos no nos gustan, tampoco, las consultas populares y exigimos nuestro derecho a ser consultados acerca de si queremos ser consultados.
La prensa acuñó el término "gabinete Montessori" para el actual porque cada quien parece jalar por su lado. Ignoro el ingenioso autor para darle el crédito merecido. Pero el asunto es más grave: estamos ante un país Montessori donde cada mexicano hace lo que se le da su real gana, bloquea la calle de su elección y exige respeto a sus ocurrencias, mientras Fox unifica a las dos Coreas.
Riesgos de la ironía
La ironía tiene sus riesgos. La semana pasada dije del cardenal Sandoval y su exigencia de reabrir el caso Posadas: "un alto prelado que prefiere la verdad aunque afecte a los suyos. ¿Será?" La pregunta final resultó insuficiente y me han felicitado y reclamado por la defensa de Sandoval. Lo repito más claro: creo que la Iglesia católica tiene cola que le pisen en el asunto y no se ha investigado. Sandoval está agitando una caja de Pandora. Pero ha faltado quién la abra.
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