Podemos revisar sin problema millones de años de evolución que despliegan la enorme variedad de la vida sobre la Tierra: la genealogía de plantas y animales ha sido rastreada comparando los fósiles de sus ancestros. Pero llegamos a un punto oscuro: la primera expresión de la vida. Uno de los dos enigmas mayores en la naturaleza es cómo los elementos inertes cocinados en hornos estelares se organizan en formas que se autorreproducen y llamamos vida. El otro es cómo las unidades de vida, las células, se organizan para producir conciencia en diversos grados: de sí mismas, de su entorno y, por último, para explicar su propia existencia y su propia conciencia.

Parece que no es tan difícil crear vida y en el cosmos se forman de manera constante compuestos orgánicos que son luego parte esencial de los seres vivos: “Un descubrimiento desmitifica el fenómeno del origen de la vida” anuncia Nature Communications. Tianbo Liu demuestra que no es accidental el claro sesgo que la Madre Naturaleza tiene para formar ciertos aminoácidos y azúcares y no otros. En la investigación colaboran universidades de Estados Unidos y China.

“Liu encontró que cualesquiera moléculas, si son lo bastante grandes (con algunos nanómetros) y con carga eléctrica, buscarán las de su propio tipo con las cuales armar grandes conjuntos”.

El ruso Alexánder Oparin desarrolló la hipótesis de la prebiótica (anterior a la vida), moléculas de carbono que forman metano y amoniaco. El mexicano Alfonso Herrera hizo estudios sobre el origen de la vida entre 1930 y 40.

Pero fue Stanley Miller en 1953, con 22 años, quien recreó moléculas orgánicas sencillas con gases de la atmósfera primitiva en un matraz y descargas eléctricas. Los astrónomos también las han descubierto en las nubes de gases interestelares y en otros planetas.

La novedad publicada este 10 de marzo es que hay reconocimiento entre pares de moléculas. Aquí una explicación necesaria: así como tenemos en español el término quiromancia para la supuesta lectura de las líneas en las manos, a partir del mismo término griego para mano, jieri, la bioquímica tiene quiralidad para moléculas que son una imagen inversa de la otra, como las manos derecha e izquierda: están dispuestas como reflejo. Es imposible encimar una mano sobre la otra, pero puestas de frente son imágenes especulares una de la otra y se ajustan.

Otro tanto ocurre con las moléculas de la vida: se unen como las palmas de manos derecha e izquierda. Y “la selección por la naturaleza de solo azúcares mano-derecha con aminoácidos mano-izquierda para con ellas construir la vida podría ser más sencilla de lo que suponíamos antes”.

Decimos que hay quiralidad cuando una imagen es la inversa de la otra, como nuestras manos derecha e izquierda. No la hay cuando tratamos de saludar a otra persona que nos da la mano izquierda: el apretón de manos es imposible. Para que se unan deben ser imágenes especulares: la otra persona la tenemos de frente y podemos estrechar manos derechas como hacemos con la izquierda y derecha propias. Así ocurre con las moléculas que integrarán la materia viviente.

¿Y cómo logramos resolver estos problemas con un cerebro que no evolucionó para eso? El cerebro humano es obra de la selección natural. Preguntarse sobre la naturaleza del átomo, el origen de la vida o trabajar en una computadora son habilidades “que responden a retos de una cultura en rápido cambio y vienen de la flexibilidad del cerebro para combinar y redirigir recursos neurales que nos dio la evolución”, señala investigación del Dartmouth College en Trends in Cognitive Sciences.

Primera redirección evolutiva: distancia espacial para evaluar un peligro o una presa/ cercanía de gente en nuestro entorno social.

Segunda redirección: vías neurales encargadas de procesar rostros y objetos/ circuitos para procesar lectura.

Tercera redirección: evolucionamos en pequeñas bandas de cazadores-recolectores, por eso nos conmueve más una persona pobre y enferma que una exposición estadística de hambre y pobreza.

la talacha fue realizada por: eltemibledani