Escenografía con llamas
columna: «la calle»
No tengo duda: al leer “el Palacio Nacional de México en llamas” no hubo francés que no pensara en la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789, cuando el pueblo de París atacó ese símbolo de la monarquía. Y lo mismo le ocurrió a buena parte de nuestra gauche si chic con posgrado en París: Voilà! On commence!
Es la idea tras de la tramoya: bastan 10 para incendiar archivos incriminantes en Chilpancingo, 20 para bloquear, 10 para incendio en Iguala. Las fotos están en los diarios del mundo. La idea es difundir que Peña Nieto sojuzga un país en rebelión. ¿De veras?
Los guardias de la Bastilla disponían hasta de cañones y los usaron: un centenar de muertos, decenas de heridos y mutilados. En México ningún guardia disparó, la “multitud” fueron diez muchachos que arremetieron contra la puerta Mariana con una barrera de contención. Uno se trepó a pintar la puerta y varios arrojaron bombas molotov. La puerta ardió y las fotografías fueron impresionantes, pero de inmediato entraron en acción extinguidores.
Es lo de siempre: los comerciantes de Acapulco, y no solo propietarios de hoteles, sino trabajadores de restoranes y bares, vendedores ambulantes de las playas, los que ofrecen tatuajes y pareos, están indignados porque su mejor fin de semana, el puente del 20, no tendrán ventas ni propinas. Se quejan, con toda razón, de que no más de un centenar bastaron para cerrar el aeropuerto, luego de tundir a los policías que trataron de evitarlo y enviar varios al hospital, cuatro graves. En un día las cancelaciones eran ya 14 mil. Ante la inacción de la autoridad, los trabajadores afectados se dicen dispuestos a defender sus fuentes de trabajo por la fuerza: es el resultado de no aplicar el “monopolio de la fuerza” que debe ejercer la autoridad: los afectados se toman la ley en sus manos.
Los policías de Guerrero sacaron un desplegado donde se quejan: “No somos costales ni animales y ni payasos para que nos golpeen y se ría la sociedad de nosotros al ver que no podemos hacer nada”. Amenazan con rechazar esa orden la próxima vez. Y tienen razón: son trabajadores con salarios miserables a los que se pide resistir patadas y golpes, cuando no sopletes con la llama hacia el rostro y vallas metálicas arrojadas sobre la cabeza.
El desprecio clasista por el policía es políticamente correcto: pinches chotas.
Cuando los estudiantes de la Preparatoria 1 de la UNAM, entonces en el bello edificio de San Ildefonso, se pusieron en huelga en protesta por los que habían sido apaleados durante las dos manifestaciones del 26 de julio de 1968, el presidente Díaz Ordaz ordenó la intervención del Ejército. Un soldado derribó la puerta del siglo XVIII con una bazuca. La foto circuló por el mundo. El rector de la UNAM, ingeniero Javier Barros Sierra, ante esa agresión desmesurada llamó al día siguiente a un mitin en la explanada de la Rectoría en el que izó a media asta la bandera y dio un emotivo discurso del que recuerdo la frase: “La Universidad no merecía eso”.
Nuestros nietos han invertido los papeles. Las garitas con troneras que en otros tiempos defendieron el Palacio Nacional, primero con mosquetones, luego con ametralladoras, estuvieron vacías. Una veintena de jóvenes se divirtió arrojando al interior bombas molotov: no hubo guardias que lo impidieran... ni que ardieran en llamas. No hubo siquiera un incendiario golpeado porque nadie defendió la puerta Mariana. Y si hubiera habido uno, el policía o guardia presidencial estaría ahora detenido por maltrato de un ciudadano que ejercía su libertad de expresión...
La puesta en escena está en marcha. El más breve resumen lo hace Gustavo Hirales en Facebook: Primer acto: “Fue el Estado”; segundo acto: Exigimos al Estado poner al descubierto los móviles y culpables del crimen de Estado; tercer acto: Las respuestas del Estado no son satisfactorias... ¿Nombre de la obra? “Queremos escalar al poder mediante el suicidio del Estado”...
BUEN FIN
“Guadalajara se colapsa por El Buen Fin. Consumidores abarrotan comercios”. ¿Y el boicot nacional por Ayotzi? Un llamado de autistas y solipsistas: viven sumidos en su mundito puñetero.
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