Sócrates, la vergüenza; Perelló, la desfachatez. En el Consejo Nacional de Huelga no hubo traidores
En ciertos aspectos, la izquierda suele ser más intolerante que los cristianos primitivos. Ante los leones, la hoguera o la parrilla, su Dios no les exigía el sacrificio. Podían renegar públicamente de la fe para salvar la vida si al volver las circunstancias normales continuaban practicando su religión. De ahí, precisamente de su no compulsión, el mérito del martirio.
Por el contrario, entre la izquierda algunas guerrillas se han exterminado a sí mismas al perseguir y fusilar “traidores” o a los diversos desviados de la línea revolucionaria correcta.
Algo semejante hemos hecho de diez años a la fecha los que encabezamos el Movimiento Estudiantil de 1968. En particular, y por diversas razones, tres miembros del Consejo Nacional de Huelga han sido señalados como traidor uno y como policías otros dos. Se ha estigmatizado como claudicante al que trabaja en Hacienda, en Programación, en la CFE, en teléfonos, etc. Y si no trabaja allí, entonces lo hace en la iniciativa privada, con lo cual —cubierto el campo de todas las posibilidades— sólo queda la denigración de quien por lo visto únicamente sería puro si viviera de sus rentas.
Es verdad que las declaraciones de tres delegados estudiantiles sirvieron al gobierno de Díaz Ordaz para fundamentar la imagen con que deseaba pasar a la historia. Pero también es cierto que ninguno, ni siquiera Sócrates Campos Lemus, actuó como informante de la policía en el seno del CNH. Es absolutamente indudable que este organismo jamás estuvo infiltrado. Prueba de esta afirmación es que los interrogatorios a que fuimos sometidos en el Campo Militar No 1 eran simplistas, ingenuos y aun ridículos; no el interrogatorio eficaz del policía bien informado, sino el tanteo a ciegas de quien no sabe nada. Y consideremos (es importante) que nuestros interrogadores no eran de esa clase de policías recién egresados del hampa, sino de la Inteligencia Militar. No sabían nada porque nunca pudieron infiltrar el CNH.
Al respecto nunca sale sobrando aclarar:
a) Ningún miembro del CNH desempeña ni ha desempeñado puestos políticos importantes en el gobierno —a pesar del rumor anónimo generalizado y de las declaraciones poco afortunadas del ingeniero Heberto Castillo en tal sentido—. Salvo si pensamos que el director de la Casa de las Artesanías del Estado de Hidalgo (como Sócrates, que sería además el pero ejemplo), hace algo más que piñatas.
b) Los simpatizantes que marcharon en aquellas manifestaciones pudieron haber alcanzado, y así ocurrió con algunos, posiciones de la más alta jerarquía en el país. Ello indica sino la heterogeneidad de un movimiento que arrastró a priístas, cristianos, comunistas y simples demócratas.
c) Ser elevadorista en Palacio o agrónomo en la Secretaría de la Reforma Agraria no es indicio alguno de “transa”, como parece desprenderse del listado que nos divide en buenos a los que trabajamos en la UNAM o en un periódico, y en malos a los que viven de su empleo en comunicaciones y Transportes.
Los tres casos mencionados.
Si bien hoy día el propio jefe del ejecutivo considera al Movimiento Estudiantil de 1968 “una crisis de conciencia”, la versión oficial de los acontecimientos no ha sido modificada Dicha versión se puede resumir como sigue:
1 Estudiantes bien intencionados aunque rabiosamente estúpidos se lanzaron a la calle por demandas que, después de todo, no eran incorrectas, pero sí ingenuas y utópicas.
2 Ese ardor juvenil fue malévolamente conducido por líderes que obedecían a fuerzas oscuras y dispares: la CIA, el comunismo, políticos en desgracia y por lo mismo resentidos, etc (La coherencia lógica no es el rasgo sobresaliente de la versión oficial, sin que le parezca a nadie una ausencia preocupante).
3 Hubo entonces necesidad de reprimir y pagar justos por pecadores.
Se agregó, años después, un cuarto elemento:
4 El nivel de la represión fue (quizá) un tanto excesivo.
El gobierno pudo haber presentado esta versión sin ayuda alguna, que para eso posee un gigantesco aparato de propaganda y desinformación. Pero en su ayuda concurrieron dos conocidas figuras del Movimientos Estudiantil y una tercera desconocida. Las declaraciones de Sócrates Campos Lemus y de Marcelino Perelló cayeron como anillo al dedo en la mano tendida de Díaz Ordaz.
Sócrates mencionó políticos que supuestamente colaboraban con el Movimiento, dio una larga lista de nombres, fechas, citas y, por otra parte, inventó unas “columnas de seguridad” que el CNH había dispuesto en Tlatelolco para “repeler una agresión”. Pistolas y resorteras contra el Ejército Mexicano. Perfecto.
Diez años después, Sócrates duda, se contradice, intenta justificarse, e independientemente de que lo consiga, uno detecta cierta vergüenza. Lo golpearon, lo torturaron, lo obligaron a leer un papel ante un espejo que no era tal sino una ventana tras de la que escuchaban los periodistas, lo obligaron a firmar, nos dice en su entrevista. Claro está que los simulacros de fusilamiento abundaron, las amenazas de muerte eran continuas, la intimidación usando a la familia era metódica, el temor cuando se escuchan las botas del pelotón que avanza por el pasillo invade a cualquiera, el sobresalto cuando el pelotón se detiene frente a la celda en que uno se encuentra casi desnudo y helado sin saber cuántos días lleva allí nos estremeció a todos alguna noche, los interrogatorios en la madrugada, mientras los militares nos flanquean, no son para dar valor. Pero solamente hubo un Sócrates entre decenas de representantes estudiantiles desaparecibles. Sin embargo, Sócrates busca la justificación: “Me pegaron”.
No así Marcelino Perelló. Este no pide tregua ni se disculpa. Si Sócrates es simplemente un mitómano, Marcelino es ahora un inteligente detractor. Nos dice en la segunda parte de su entrevista catalana que no tiene la conciencia tranquila. Y hace bien, ya que si Sócrates inventó las columnas del CNH, él añadió dos elementos complementarios:
1 El ejército llegó disparando balas de salva.
2 Sócrates era agente de la CIA.
Luego pues el gobierno tenía razón en sus primeras sospechas y en la versión dada sobre Tlatelolco.
Diez años después, mientras Sócrates se avergüenza y se autojustifica, reaparece Marcelino para su desgracia y no sólo reafirma lo dicho entonces, sino que añade un tercer elemento para apuntalar la versión del gobierno:
3 Gilberto Guevara, Luis González de Alba y Anselmo Muñoz actuaron como provocadores en una entrevista que, sin representación alguna, sostuvieron con Jorge de la Vega y Andrés Caso, enviados del presidente, en el domicilio de Caso, la mañana del 2 de octubre de 1968.
Hechos: la noche del 1° de octubre, a unas horas de que el ejército hubiera desocupado la Ciudad Universitaria, tuvo lugar una reunión del Consejo Nacional de Huelga en la facultad de Ciencias, precisamente la que Marcelino representaba Allí algunos delegados hicimos saber al CNH que por mediación del ingeniero Javier Barros Sierra, rector de la UNAM (y rector inolvidable), el presidente Díaz Ordaz había nombrado a los licenciados Jorge de la Vega y Andrés Casos sus representantes personales para negociar el conflicto.
El CNH acordó, en reunión desusadamente cordial y con votación desusadamente unánime, enviar por su parte tres representantes. Fuimos elegidos los ya mencionados. Se nos mandató expresamente para hacer saber que sólo podíamos establecer las condiciones para la negociación. Es decir, el CNH no abandonaba su principal demanda sobre el modo de resolver lo seis puntos del pliego petitorio: diálogo público. No éramos los negociadores del pliego, sino apenas de las condiciones en que debía efectuarse la negociación.
Marcelino Perelló no estuvo presente en esa reunión ordinaria del CNH porque desde el 18 de septiembre se encontraba en la “clandestinidad”. En cuantas ocasiones se había intentado establecer contacto con él mandaba un mensajero: Que Marcelino no llegaría por no haber suficientes condiciones para su seguridad. ¡Y sus compañeros esperándolo en el mismo sitio al que él no llegaba “por razones de seguridad”!
La mañana del 2 de octubre nos presentamos, como habíamos acordado con el Ingeniero Barros Sierra, en la torre de Rectoría. Allí se nos hizo saber que los enviados del presidente preferían sostener las conversaciones en un terreno más neutral, por lo que el rector ofrecía su casa.
Jorge de la Vega y Andrés Caso hicieron los papeles del malo y el bueno, el duro y el conciliador, respectivamente. Si en algún momento estuvieron a punto de romperse las pláticas fue cuando hicimos saber que no teníamos facultades para hablar del pliego petitorio, sino exclusivamente de las condiciones para iniciar el diálogo público que veníamos pidiendo hacía dos meses. De la Vega afirmó que en tales circunstancias no valía la pena seguir hablando. Caso intercedió cuando ya nos poníamos de pie. Continuamos.
La “actitud provocadora” que nos atribuye Marcelino fue del absoluto beneplácito de Jorge de la Vega Incurrimos en ella (si incurrimos) cuando Gilberto Guevara precisó a Andrés Caso, quien se felicitaba de que al fin pudiéramos llegar a un arreglo amistoso, que no estábamos allí para ser amigos, pues ya sabíamos unos y otros a quiénes representábamos. Frase que merece la celebridad. Caso se desconcertó, no así de la Vega, quien en seguida aprobó lo dicho por Gilberto, haciendo hincapié en las diferencias que nos separaban. Quedó pues la gente decente en un extremo y la chusma del otro.
Es de observarse que pusimos buen cuidado en proponer siempre un terreno neutral para las pláticas. Nos parecía indigno asistir a las oficinas o a las casas de los funcionarios y ministros; los estudiantes a quienes representábamos nos lo podían haber reprochado con razón si nuestra actitud hubiera sido otra. Al terminar las pláticas de ese día, acordamos continuar la mañana siguiente en la Casa del Lago. Salimos de la casa del rector y nos fuimos al mitin que esa tarde se celebraría en Tlatelolco.
Marcelino por lo visto no compartía nuestra opinión sobre la dignidad del Movimiento, ya que esa misma tarde, sin enterarse (quiero suponer) de que en Tlatelolco se asesinaba a sus compañeros y se detenía al CNH, se presentó en el domicilio de Andrés Caso. Es de pensarse que ya para entonces había abandonado la clandestinidad y la casa del enviado presidencial le ofrecía las seguridades que nosotros no habíamos logrado brindarle con todas nuestras fallidas citas. De allí salió, una vez concluida su muy personal plática, —sin que supiéramos qué posiciones había sostenido, a nombre de quién iba, cómo se había enterado en su refugio de que se le estaba escapando una oportunidad para el lucimiento personal— y anunció al país que en Tlatelolco el ejército había disparado salvas; mismas que no lograron perturbar la tranquila atmósfera en la sala de Andrés Caso, donde Marcelino Perelló, convertido semanas antes en “líder” del CNH gracias a su famosa y carismática silla de ruedas, tomaba café con los representantes de Díaz Ordaz.
En contra del criterio estalinista, yo no creo que se puede ser “objetivamente policía”, “objetivamente traidor”. Ni Sócrates ni Marcelino lo fueron ni lo son. Pero resulta deplorable que sea Marcelino —el ideológicamente más sólido— quien se evidencie incapaz de aquilatar el daño que hizo y el que continúa haciendo.
La debilidad y la mitomanía explican a Sócrates. Durante diez años creímos que Marcelino había cometido sólo una torpeza garrafal “No es un traidor, es un estúpido”, decían sus más bien intencionados defensores y camaradas desde la “comodidad” de la cárcel, como él dice. Mas por lo visto será necesario revisar esa opinión para añadirle la desfachatez.
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