Copérnico: El embaucador

publicado en la revista «Nexos»
# 439, julio de 2014

 

Por motivos que desconozco, 2014 ha sido declarado en México y Polonia “Año de Copérnico”. Único dato: en 1514 Copérnico fue invitado al concilio de Letrán que reformaría el calendario, ya desfasado por las horas acumuladas en años legales de 365 días. No asistió. Y... ¡nació Rético! Lo trato después.

Resumen: Nicolás Copérnico (Koppernigk) nació el 19 de febrero de 1473 en Torun, hoy Polonia, hijo de un próspero mercader. A la muerte de su padre fue adoptado por su tío materno, Lucas Watzelrode, a la edad de 11 años. El tío Lucas pronto fue obispo de la región, Ermland, y movió las piezas adecuadas para que su sobrino Nicolás fuera nombrado canónigo de la catedral de Frauenburg. Eran nombramientos llamados sinecuras (sin cuidado) que dieron al español el término canonjía: trabajo ligero bien pagado. Estudió en la Universidad de Cracovia y de 1496 a 1506, de los 23 a los 33 años, hizo estudios de Derecho Canónigo en Bolonia y otras ciudades italianas en pleno despertar del Renacimiento. También estudió matemáticas y cuatro años de medicina en Padua. Britannica Great Books, 16, 499-500.

El Renacimiento le dio a Copérnico un gran hallazgo: la teoría heliocéntrica de Aristarco, que explica con mayor parsimonia que Ptolomeo (400 años posterior) los movimientos al parecer azarosos de cinco estrellas, llamadas por eso planitis: griego para vagabundo. Iban y venían al compararlas contra el fondo de “estrellas fijas”. Si giraban en torno al Sol esos movimientos quedaban explicados. A Copérnico le entusiasmó la idea y no la abandonó ya nunca. Pero, siempre conservador, no dejó de creer en Aristóteles y Ptolomeo, así que forzó el sistema de Aristarco para que entrara, con un buen corsé, en el sistema de Ptolomeo.

Algunos párrafos de esta nota los usé en mi sección de Milenio. El título viene de Arthur Koestler en Los Sonámbulos, Conacyt, 1981.

Koestler nació en la Austria-Hungría de 1905, esto es, antes del desmembramiento del Imperio. Estudió en la Universidad de Viena. Fue corresponsal del News Chronicle inglés durante la guerra civil española y prisionero del franquismo. Uno de los muchos comunistas que rompieron con la URSS y el estalinismo en buena medida por lo vivido en España. Fue ciudadano británico desde 1948. Enfermo de leucemia y Parkinson, él y su esposa se suicidaron en 1983.

El retrato que pinta de Koppernigk es el de un viejo embaucador, sobrecogido de miedo al ridículo ante la certeza de que su magnus opus era un hijo deforme, a quien el Renacimiento le pasó de noche y, además, traidor y marrullero.

Niños de primaria, astrónomos y personas con información promedio atribuyen al canónigo polaco Nicolás Copérnico la teoría heliocéntrica. Ésta dice que el Sol está inmóvil y la Tierra y los planetas giran en torno. Aprendemos que eso dice uno de los Grandes Libros de la Humanidad: De revolutionibus orbium coelestium. La falsa atribución ocurre porque es el único de los libros fundacionales que nadie ha leído. Y nadie lo lee porque es ilegible, sostiene Arthur Koestler.

Su idioma cotidiano fue el alemán y latín para sus escritos. No decía misa porque no había recibido las órdenes mayores, no era sacerdote.

Nunca habló del sistema heliocéntrico: el Sol y seis órbitas planetarias. No “movió a la Tierra y detuvo al Sol”, como dice la Academia Mexicana de Ciencias (AMC) y tampoco es verdad que “privilegia la razón, el entendimiento y la ciencia por sobre otros valores”. No puso a los planetas a girar en torno al Sol, como “cualquier escolar cree que enseñó Copérnico: los planetas se mueven según epiciclos de epiciclos, cuyo centro no es el Sol, sino el centro de la órbita de la Tierra” (énfasis de Koestler), pp. 192-193. El sistema copernicano no es heliocéntrico, “sino vacuocéntrico”, p. 193: el matrimonio contranatura de Aristarco y Ptolomeo.

No pocos años, sino más de mil se había adelantado Aristarco de Samos, nacido en esa isla del Egeo hacia el 310 antes de Cristo. Hoy día conserva el nombre y ha dado una gran canción: Samiótisa (mujer de Samos, Samiana, Sameña), y produce un magnífico vino dulce, para postres, el Samos.

Ya Heraclides Póntico, nacido hacia el 390 a. C., había escrito algo que cualquier observador de seguro hizo antes: que Mercurio y Venus giran en torno al Sol. Los vemos alejarse (en apariencia), luego ir hacia el Sol, desaparecer detrás y reaparecer al otro extremo del Sol. Es claro que le dan vuelta. Otras estrellas: Marte, Júpiter y Saturno, visibles a simple vista, las llamadas planitis: vagabundos, parecen avanzar, detenerse, retroceder, acelerarse, respecto de las “estrellas fijas” que giran en una noche y cambian constelaciones según la época del año, pero no varían: Sirio siempre está en el Can Mayor, a los pies de Orión, y Aldebarán siempre está en Tauro. Pero los planetas van de acá para allá... aunque no tanto, pues no se salen del camino aparente seguido por el Sol en el cielo. Esa restricción pedía ser explicada. Lo hicieron Kepler y Galileo, cien años después.

Para el ir y venir de esas cinco estrellas vagabundas entre las fijas la explicación común, la del astrónomo Ptolomeo, griego-egipcio de Alejandría, ciudad fundada por Alejandro Magno, exigía creer en cósmicas esferas giratorias de cristal puro, con otras más chicas, llamadas epiciclos, donde se engarzaba cada planeta y así se explicaban sus irregulares movimientos, regulares al ver registros de siglos completos. Y estos registros se habían llevado desde los caldeos, mil años antes de Aristarco, a más de tres mil años de nosotros.

Aristarco tenía abundante arena para trazar órbitas y calcular cómo esos vagabundeos se explicaban por un movimiento regular, constante, pero percibido desde diversos puntos de la órbita terrestre y la del planeta observado. Una solución elegante y bella... mil 100 años antes de Copérnico. Ahora diríamos que se ajusta al canon de parsimonia o navaja de Ockham (Occam también).

El Renacimiento se llama así porque descubrió a los clásicos griegos y latinos, hizo renacer la ciencia y el arte clásicos. Entre los hallazgos estuvo Aristarco y su heliocentrismo.

En 1524, en su Carta contra Werner, Copérnico negó la precesión de los equinoccios... dato a favor del heliocentrismo y descubierta por Hiparco de Nicea, quien calculó su ciclo de 26 mil años hacia el año 120 a. C. Ya Pitágoras, hacia el 500 a. C., había afirmado que la Tierra era redonda por observación de barcos que parecen bajar una loma al llegar al horizonte. En Alejandría, Eratóstenes había medido la circunferencia terrestre hacia el 250 a. C. ayudado sólo por la sombra de una vara vertical y la fulgurante catedral de la Geometría de Euclides.

No había ninguna novedad, sólo lecturas de libros olvidados y estudios de griego para leerlos.

Un mentiroso obsesivo

A continuación van extractos del citado capítulo de Koestler. Copérnico fue canónigo de la catedral de Frauenburg (en alemán ciudad de mujeres) y comenzó por helenizarla como Gynecópolis (lo mismo, pero en griego), como “nadie antes de él ni después de él”. Vivió en una torre de tres pisos, parte de la catedral, desde donde, dice en De revolutionibus, que ve el río Vístula (85 kilómetros al Este) cuando sólo puede verse una ensenada del Báltico llamada Frisches Haff, en alemán Bahía Fresca.

En otro pasaje dice que “todas las anteriores observaciones se refieren al meridiano de Cracovia, puesto que la mayor parte de ellas se hicieron desde Frauenburg, situada en el estuario del Vístula, en el mismo meridiano”. Señala Koestler y adjunta mapa: “Pero Frauenburg ni está en el estuario del Vístula ni en el meridiano de Cracovia”. Acota que los datos falseados en tantos kilómetros indujeron grandes errores en otros astrónomos y muestran “su inclinación a engañar a sus contemporáneos”.

Sus instrumentos de observación no podían ser más toscos. No se empleaban aún telescopios, pero Koppernigk tenía tres palos con marcas de grados que daban errores tan grandes como un tercio de la luna llena. “¿Si había hecho de los astros el principal interés de su vida, ¿por qué diablos el próspero canónigo no encargó jamás que le construyeran los instrumentos que lo habrían hecho “más feliz que Pitágoras?”, según dijo en Nürenberg ante el instrumental de Johann Müller Regiomontano (apodo que se puso porque era de Königsberg=Monterrey, Montreal): cuadrantes, astrolabios, esferas armilares de cobre o bronce. Nada. Además, pues, tacaño. Y tanto que, cuando otro canónigo, Schnellenburg, quien le debía 100 marcos, le pagó 90 y se retrasó en el pago de los otros 10 marcos, Copérnico escribió “una mezquina carta al obispo” para que intercediera y el deudor le pagara “los 10 marcos restantes”.

De revolutionibus tiene, en total, “sólo 26 observaciones realizadas por el propio canónigo. ¡Y las realizó en 32 años de trabajo!”. Ni una por año. Y más: “Hasta la posición que suponía a su estrella básica, Spica, su punto de referencia, era errónea en más que el ancho aparente de la luna”.

Sigue Koestler: “En los seis años que pasó en Heilsberg no anotó ninguna observación; pero preparó dos manuscritos”, una traducción del griego al latín de un poetastro bizantino del siglo VII después de Cristo. Y “un esbozo del sistema copernicano del universo”, el Commentariolus, que no publicó.

Publicó al moralizante Theofilacto porque era moda traducir del griego y sus epístolas eran tan intrascendentes y vacuas que no molestarían a nadie, “sarta de cosillas pomposas y pedestres”. Y no era un griego antiguo, un pagano; sino un cristiano bizantino piadoso. “Resulta deprimente comparar el gusto y el estilo del canónigo Koppernigk con los de sus ilustres contemporáneos”. Erasmo de Rotterdam, uno de ellos.

El breve resumen del sistema copernicano, el Commentariolus, fue enviado como carta, pero no se conocen los nombre de los sabios elegidos por Copérnico. El “paradójico resultado” fue que el rumor se difundió: un polaco o prusiano confirmaba la teoría de Aristarco. “Esto llevó a que, durante unos 30 años, Koppernigk gozara de cierta fama entre eruditos, sin que hubiera publicado una sola línea [propia], sin que enseñara en una universidad, y sin que tuviera discípulos. Es éste un caso único en la historia de la ciencia. El sistema copernicano se difundió por evaporación o, digamos, por ósmosis”. Como las epidemias.

Copérnico vivió una época de gran liberalidad en la iglesia católica, obispos y cardenales lo animaban para que publicara ya su obra. Eso duraría un siglo más. Quien detuvo su difusión fue Copérnico. No aterrado por la hoguera de la Inquisición, que nunca lo amenazó, faltaba un siglo para el juicio contra Galileo, sino asustado de ser objeto de burlas por sus pares a causa del poco sustento y muchos errores de su teoría: el peor e increíble: la Tierra no es centro del universo, pero tampoco el Sol: los planetas giran en torno de un punto del espacio, un punto vacío... No es heliocentrismo, sino vacuocentrismo, ironiza Koestler.

“¿Por qué temía tanto Copérnico a la revolución copernicana? No era, como afirma la leyenda, temor a la persecución religiosa. Pasó la mayor parte de su vida en la edad de oro de la tolerancia intelectual: la edad del papa León X, protector de la Ilustración y las artes”.

El cardenal de Capua, Italia, Nicolaus Schoenberg, le pide a Copérnico, en larga misiva: “...os ruego muy encarecidamente que comuniquéis vuestro descubrimiento al mundo ilustrado...”. Copérnico entendió tan bien la importancia de la carta, que la incluyó cuando, al fin de sus días, aceptó imprimir De revolutionibus. “Todas las pruebas indican que Copérnico temía no el martirio, sino el ridículo, atormentado por mil dudas acerca de su sistema”. No fue perseguido, sino alentado. La fama de Copérnico se basaba en rumores, pues su manuscrito continuaba encerrado en su torre y nadie conocía su contenido.

La llegada de Rético

“Rético fue, como Giordano Bruno o Paracelso, uno de esos caballeros errantes del Renacimiento, cuyo entusiasmo avivó las chispas de otros hasta convertirlos en llamas”. Buscó a Copérnico en Frauenburg “determinado a hacer estallar la revolución copernicana que Copérnico trataba de sofocar. Era un enfant terrible, un loco inspirado, un condottiere de la ciencia, un discípulo fiel y afortunadamente homosexual o bisexual, según la moda de la época. Y digo ‘afortunadamente’ porque éstos, siempre, desde Sócrates hasta ahora [1981] han demostrado ser los más completos maestros y discípulos, y la historia tiene con ellos una deuda.

”Aquél fue uno de los grandes encuentros de la historia y pertenece a la categoría de Aristóteles y Alejandro, Cortés y Moctezuma, Kepler y Tico, Marx y Engels”.

Copérnico tenía ya la presión del obispo Tiedemann Giese, obispo de Kulm, que le rogaba publicar su obra. Se unió la del impaciente y joven Rético.

“En la primavera de 1539, Copérnico tuvo la visita de Georg Joachim Rheticus” (Great Books,16, p. 500). El apodo le venía de que era de Austria, Rhaetica en tiempos romanos: un joven de 25 años, ya maestro de matemáticas en la Universidad de Wittenberg. Sigue Koestler: Copérnico llevó a Rético a la residencia del obispo Giese, en el castillo de Loebau. “Durante un tiempo, maestro y alumno fueron huéspedes del obispo. El triunvirato cosmológico del castillo medieval debió de discutir interminablemente, durante las lácteas noches del verano báltico, la manera de dar a conocer el sistema copernicano. El anciano canónigo mantenía su tenaz oposición, pero fue cediendo paso a paso”.

Y fue así: “El marrullero canónigo, acosado por Rético y el obispo Giese, propuso que se publicaran sus tablas planetarias... manteniendo en secreto la teoría en que se basaban. No debía mencionarse el movimiento de la Tierra”.

La siguiente lucha “terminó en una asombrosa componenda, un triunfo de la oblicuidad copernicana: No se imprimiría De revolutionibus, pero Rético haría un resumen y lo publicaría sin mencionar a Copérnico sino como domine praeceptor; y en la primera página, donde debía ir el autor, a Copérnico se le llamaría ilustrado doctor Nicolás de Thorn”.

En 1540 Rético publicó, con esa reticente aprobación de Copérnico, su Narratio Prima: resumen del heliocentrismo. La llevó a la imprenta más cercana, que estaba en Danzig. Luego se puso a trabajar en el abultado manuscrito de De revolutionibus, “erizado de tablas astronómicas, columnas de cifras, diagramas y una multitud de errores de cómputo”. Como las órbitas copernicanas estaban, al igual que las de Ptolomeo más de mil años antes, hechas de imaginarios epiciclos de cristal, la órbita de Marte resultó de tal forma intrincada en su cantidad de epiciclo sobre epiciclo que Rético perdió la paciencia y tuvo un acceso de furia recordado, un par de generaciones más tarde, por Kepler en su dedicatoria de la Nueva Astronomía al emperador Rodolfo (que acabaría como cabra).

Mientras preparaba el manuscrito del magnus opus de su maestro, Rético se dio tiempo de cumplir una tarea solicitada a Copérnico años atrás, levantar un mapa de Prusia. “Rético le hizo el trabajo y, como era un entusiasta incorregible, además del mapa hizo un diccionario geográfico y un tratado sobre el arte de hacer mapas”.

La presión de Rético logró que Copérnico diera a la imprenta su libro. Sufrió una apoplejía y quedó en cama. “El 24 de mayo de 1543 le mostraron una primera prueba de imprenta y ese mismo día murió”. Iba dedicado al papa Paulo III. En ninguna parte menciona a Rético. Había dos motivos: era protestante y era homosexual. El silencio era tan estridente que el obispo Giese envió a Rético una carta disculpando el olvido de un hombre viejo y enfermo.

Rético menciona en cartas que ha escrito una biografía de Copérnico. Nunca la publicó y está perdida. Lo urgían “a corregir los errores de De revolutionibus y a exponer la doctrina de su maestro. Nunca lo hizo”. Sobrevivió más de 30 años a Copérnico. “Pero el apóstol Rético murió aún antes que su maestro”. Había muerto a los 28 años cuando cuidaba la impresión de la gran obra. “Fue el texto de la dedicatoria lo que dio muerte al apóstol”.

La primera edición “fue de mil ejemplares que nunca se vendieron”. ¿Motivo? Encorsetó el heliocentrismo al sistema de Ptolomeo y aumentó los epiciclos necesarios para explicar los movimientos planetarios. “De manera que bastan 34 círculos para explicar todo el universo y toda la danza de los planetas”, dice en su Commentariolus, versión preliminar de 1530. Pero, quien lo lea, dice Koestler, se percata de que, sin aviso, “agrega cada vez más ruedas a su mecanismo”. Al heliocentrismo le bastan seis círculos, seis (elipses, dirá Kepler un siglo después). La fama de Copérnico, concluye Koestler, se debe a que nadie ha leído De revolutionibus por ilegible, y así creemos que dice lo que no dice. Tengo la traducción del latín al inglés y por su enredo entiendo el acceso de Rético, quien se golpeó la cabeza contra las paredes al preparar el manuscrito para la imprenta. Comienza con otra mentira, ésta a cargo del autor del Prefacio, Andreas Osiander: “Since the newness of the hypotheses of this work”... ¿Y Aristarco?

Un gran historiador de la ciencia, Owen Gingerich, durante decenios ha buscado por el mundo entero ejemplares de esa primera edición para revisar las anotaciones al margen hechas por los lectores. Ha encontrado más de 600 copias. El resultado está en línea y en papel: The book nobody read. A pesar del título, concluye que sí tuvo lectores. Entonces, la decepción, y consiguiente poca venta, vino de que pone a los planetas a girar engarzados sobre epiciclos ptolemaicos de cristal, y toda la familia del Sol gira en torno a nada. Ups...

 

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