Hombres solos / mujeres solas
columna: «la calle»
A Miguel Mancera
No conozco un solo hombre, no al menos en mi familia ni en mi entorno, al que le moleste que su esposa, amante o novia, salga de vez en cuando a tomar un café con sus amigas. Mujeres con mujeres se sienten a sus anchas para, entre otras cosas, hablar mal de los hombres y de cómo, oh Dios de bondad, todos son iguales.
Luego, sobre todo las reuniones de casadas y divorciadas, pasan al sexo, al cómo de cada una y si se baña o no en el “después” (yo nunca), manías, orgasmos, posturas: todo lo que jamás mencionarían si una tuviera el mal tino de llegar con su marido o novio. La cita de amigas estaría arruinada hasta la próxima.
No son lesbianas, son heterosexuales con ganas de hablar entre mujeres amigas: de maridos, hijos y, sin duda, sexo. “¿Y Fulano?”. “Hum, la tiene chiquita y pellejuda”.
Hace unas décadas surgieron los clubes llamados Chippendale en donde se ofrecía a la clientela, femenina toda, espectáculo de fortachones strippers. Cuando tuve El Vaquero junto al Parque Hundido, en el DF, fui vecino del primer bar de ese tipo. Y entendí por qué no permitían la entrada de novios ni maridos ni amigos del alma: cero hombres. El motivo era claro: hasta afuera se oían los gritos de las jóvenes divertidas aullando papacito al encuerado.
Imaginen que no hay tal prohibición porque es discriminadora (y sin duda lo es) y junto a unas entusiastas hay una mesa de galancetes que de inmediato se ofrecen: “Hey, oye, tú, la de las buenas tetas: ese wey no te cumple, es maricón, yo sí, mira…”. Y le enseña la bragueta ya tensa. Resultado: las muchachas ya no están a su aire, no gritan ni lanzan silbidos de gusto. Les arruinó la noche un solo galán.
No pocas veces vi pasar grupos de muchachas entusiastas llevando del brazo a una matriarca septuagenaria: le querían mostrar cuánto había avanzado la modernidad en el siglo. Y la viejita iba divertida y pícara.
Es una conquista de las mujeres y la defienden. Pero no son parejas: les irrita cuando los hombres hacemos lo mismo y queremos estar entre hombres. Eso ocurre en algunos bares gays. Hay buenos motivos para la misma restricción.
El primero es idéntico: los hombres deseamos estar entre hombres. Y eso incluye a los heterosexuales, a los que ya les arruinaron la cantina. Pero, en particular los gays: estar donde no haya problema alguno. Y con mujeres los puede haber:
1. La mujer va con su novio al bar gay. Muchos eligen bar gay por una sencilla razón: son más baratos y no rechazan a los chaparros prietos.
2. Entonces puede haber violencia física si el novio, al ir al baño o por copas, siente o imagina que lo manosearon y suelta el primer golpe con un: ¡Ora, pinche puto!
3. La agresora puede ser ella, por despecho. Un caso real: a una cantina de Guadalajara tipo vaquero entra una pareja de muchachos, uno espera de pie mientras el otro va a la barra por dos copas. Junto hay una mesa surtida: hombres y mujeres. El de pie le gusta a una de las chavas y comienza coqueteo. Él no se comporta como señorita ofendida por un atrevido, y responde cortés. Ella avanza más. En eso llega el novio del chavo, le da su cerveza y un beso cariñoso en los labios. La ligadora exclama: ¡Ah… Pero si también eres puto!
¡Carajo, no! ¡No en nuestra propia casa! ¿Qué esperaba encontrar en un bar gay? Unas son ingenuas. Otras están convencidas de que si un hombre es gay es porque no la había conocido a ella. Son las cura-putos que llevan la (abru-ma-dora) prédica heterosexual al bar gay.
Me quejé con el dueño: “Luis… Tengo problemas con la camioneta de Reglamentos…”. No tenemos derecho a estar solos. No.
4. Y si son lesbianas es peor: ¡Qué le ves a mi vieja, wey! Y rompen la botella contra la mesa. No lo imagino. Me ha sucedido: algo tengo que atrae la agresión: bigote espeso, hombros anchos, voz gruesa, botas… no sé. Ya evito esos lugares.
5. Otras son militantes interesadas en patear una puerta cerrada, entrar triunfantes y no volver porque ni les gusta un lugar que huele too much a testosterona.
¿No tenemos los mismos derechos que las mujeres? No.
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