Transformar nuestra perspectiva cósmica
# 404, agosto de 2011
Andrea Rivera. Periodista y divulgadora de la ciencia.
Luis González de Alba, Maravillas y misterios de la física cuántica. Un paseo por la física del siglo XX y su inesperada relación con la conciencia, Ediciones Cal y arena, México, 2010, 284 pp.
Según la teoría cuántica, la realidad no es lo que vemos: tú eres tú, pero si me acerco a ti a escala subatómica, tú desapareces, y yo también. A un máximo acercamiento, una partícula subatómica atraviesa fácilmente la materia debido a que sus átomos se encuentran tan distantes unos de otros que nada en el universo se considera materia sólida. Somos materia tangible que en el campo cuántico desaparece, se vuelve invisible. La realidad no es lo evidente: los objetos no son lo que percibimos; de manera que nuestra percepción de todo puede adquirir una y mil formas. La física cuántica responde a una ley de la física que se refiere a la probabilidad de que un suceso pueda ocurrir; la ley no estima cuándo, sólo advierte la posibilidad. La realidad puede ser —y es— distinta de la generada por nuestra percepción sensorial, basada generalmente en proyecciones sustentadas en la información que poseemos.
El cuerpo humano se puede descomponer en moléculas y átomos. La física cuántica ha mostrado que los átomos —lo que conforma a la materia— están constituidos en 99.999 de vacío; de este modo la materia, tan sólida como la pensamos, puede ser traspasada por el aire. Así estamos hechos los seres humanos, también los objetos: de vacío, de energía y electricidad fluyendo al mismo tiempo, generando en perfecta armonía una serie de fenómenos físicos y químicos que nos convierten en un desprendimiento del universo, sin dejar de pertenecer a una misma unidad regida por las mismas leyes. En términos cuánticos, somos sólidamente invisibles.
Se habla de una inteligencia suprema creadora de la vida. Los físicos la llaman así: inteligencia; muchas personas la nombran Dios. Hace miles de años se intenta hallar explicación al origen del cosmos, a la germinación de la vida en el planeta Tierra. ¿Por qué estamos aquí? El fenómeno de la vida permanece codificado en un lenguaje enigmático, oculto aún. ¿Habrá acaso algún tiempo de revelación? En este libro de Luis González de Alba no se encontrará respuesta concreta a estas preguntas pero sí una luz portadora de conocimiento capaz de transformar la propia concepción de la existencia. No será una lectura sencilla ni un aprendizaje fácil porque, más allá de elaborar una secuencia cronológica de la evolución de la física en los últimos cien años —y de su transformación en lo que ahora conocemos como física cuántica—, González de Alba extiende una línea filosófica conducente a reflexionar sobre los fenómenos de la naturaleza que encierran el misterio de la vida como creación.
El autor se sitúa hacia finales del siglo XIX, cuando Max Planck detona una nueva concepción de la física, al declarar el 14 de diciembre de 1900 ante la Sociedad Alemana de Física, que “la materia está constituida sobre todo de vacío y la energía está formada por minúsculos paquetes” (cuantos). Aparentemente, “no quedaban territorios por descubrir”, señala el también novelista y divulgador de la ciencia, en alusión a la idea que tenían los físicos de entonces. La física clásica —la de las grandes dimensiones y las antiguas teorías gravitatorias— daba paso a un nuevo pensamiento: el de las dimensiones subatómicas. Si en siglos precedentes al siglo XX los físicos se ocupaban de calcular enormes distancias y descifrar qué ocurría fuera de la atmósfera terrestre, la generación sucesora miraba hacia lo que no se ve a simple vista: el efecto invisible de la materia constituyente del universo.
En adelante, González de Alba emprende esforzadas explicaciones sobre el comportamiento de los cuantos (Planck), lo relativo a la dualidad de la naturaleza de la luz propuesta por Einstein en su Teoría de la Relatividad, el fenómeno de los hoyos negros (Schwarzschild, Wheeler), el modelo atómico (Thompson), el descubrimiento de protones y neutrones, los experimentos que develaron al átomo como una partícula esencialmente vacía (Rutherford) y después llenaron de cuantos de energía (Bohr), las ondas de energía presentes en la materia (De Broglie), la ecuación que describe las probabilidades que gobiernan el movimiento de las partículas subatómicas (Schrödinger), y los cimientos de la física cuántica (1927) y el principio de incertidumbre (Heisenberg).
La exigencia máxima de este ejercicio de lectura demanda abrir la mente a conceptos tan abstractos como “tiempo relativo”, “espacio relativo”, funcionamiento del tiempo ante cuerpos en movimiento, asimismo hallar sentido al fenómeno de la vida en su relación con el espacio y el tiempo. La física moderna nos obliga a forzar nuestra capacidad de pensamiento ante el concepto “curvatura del tiempo” y, luego, no sólo a pensar en el tiempo y en el espacio con su característica relativa, sino a entender el concepto “espacio-tiempo” como unidad.
La teoría cuántica es la fuente de lo impredecible; describe a la materia como una abstracción: la materia no ocupa ni un tiempo ni un espacio determinados, se encuentra difundida, en constante movimiento discontinuo, aleatorio, en todo el universo. En física cuántica no caben las certezas: las partículas elementales fluyen, aparecen y desaparecen, girando en todas direcciones, a veces como partículas, a veces como ondas, sin seguir un orden cronológico, saltando del pasado al futuro y viceversa. Quizá, la maravilla de la física cuántica radique, precisamente, en la locura del comportamiento de las partículas, configurando infinidad de realidades, como una metáfora de la complejidad de todas las especies existentes en el universo; la nuestra, pendiente de un misterio que parece no desear salir a la luz tan pronto, sino sólo a su debido tiempo.
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